Durante la segunda quincena de agosto, mi compañera Alicia y yo hemos pasado diez días en París. Unos amigos nos dejaron su apartamento, situado en el barrio de Montmartre, en la rue Marcadet. Han sido unos días muy tranquilos y agradables.
Hemos paseado por sus calles, hemos disfrutado de su espléndida luz estival, hemos cruzado los puentes del Sena, hemos recorrido el canal Saint Martin, hemos descansado apaciblemente en sus pequeños jardines, hemos visitado el mercado de las pulgas, hemos escuchado un concierto de piano en una iglesia del Marais, hemos visitado un par de exposiciones, hemos comprado libros en varias librerías del Barrio Latino, nos hemos citado en dos o tres ocasiones con unos cuantos amigos españoles (Salva, Pepe, Marga y el pequeño Manuel). En fin, hemos disfrutado de la ciudad como si fuera una antigua y entrañable amiga.
La primera exposición que vimos fue la del Centro Pompidou, titulada elles@centrepompidou. Mujeres artistas en las colecciones del Museo Nacional de Arte Moderno, y dedicada a las mujeres artistas del siglo XX.
La exposición pretendía reivindicar la memoria de las mujeres que han participado en todas las grandes corrientes artísticas del siglo XX, desde las primeras vanguardias hasta el presente, y que además han dejado su impronta en los más diversos campos del arte: pintura, escultura, fotografía, diseño, arquitectura, etc. Era una exposición muy amplia y muy desigual, ya que estaba basada en los fondos del propio Centro Pompidou, pero ciertamente ofrecía una visión panorámica de la creciente presencia de las mujeres en las más diversas escuelas y facetas de la creación artística.
Según afirma el propio Centro Pompidou en su web, “por primera vez en el mundo, un museo presenta sus colecciones en femenino”. Figuras emblemáticas como Sonia Delaunay, Frida Kahlo, Dorothea Tanning, Joan Mitchell y Maria-Elena Vieira da Silva se codean con las grandes creadoras contemporáneas, entre ellas Sophie Calle, Annette Messager y Louise Bourgeois, a las que el Centro Pompidou ha dedicado recientemente sendas exposiciones monográficas.
La programación de actividades que acompaña a la exposición permite conocer otros aspectos culturales relacionados con las mujeres, como la literatura, el pensamiento, el baile y el cine.
La segunda exposición, organizada por la Pinacoteca de París, en la Plaza de la Madeleine, estaba dedicada a Suzanne Valadon y a su hijo Maurice Utrillo, una insólita pareja de artistas que vivió en París entre el siglo XIX y el XX. El título de la exposición: Valadon-Utrillo. El cambio de siglo en Montmartre. Del impresionismo a la Escuela de París.
Me impresionó conocer la historia de la madre y del hijo, y disfruté mucho con los cuadros del uno y de la otra, tan distintos entre sí. Por cierto, en la exposición del Pompidou también había un cuadro de Valadon, que reproduzco aquí.
La exposición muestra el camino que lleva desde el impresionismo de finales del siglo XX -un movimiento promovido por artistas de origen burgués, para algunos de los cuales trabajó Suzanne Valadon como modelo, antes de convertirse ella misma en pintora- hasta la llamada Escuela de París, que surge en torno a 1910 -y cuyo artista más peculiar fue Maurice Utrillo. En efecto, el cambio de siglo en París es la historia de una transformación cultural: tras una época de predominio de los artistas que provenían de la burguesía, surge un nuevo grupo de creadores pertenecientes a las categorías sociales más populares.
La historia de esta peculiar pareja de artistas comienza cuando Suzanne -una mujer pobre, huérfana de padre, que trabajó como cabaretera y trapecista de circo- se convierte en la musa de los principales nombres de la bohemia francesa de finales del siglo XIX, que habían comenzado a instalarse en el barrio de Montmartre, donde ella creció. Por su increíble belleza, fascinó a los grandes de la pintura francesa como Edouard Degas, Henri Toulouse-Lautrec y August Renoir, de quienes fue modelo antes de convertirse en alumna.
Pero, cuando Suzanne comenzó a dibujar y a pintar, inspirada por todo lo que había vivido en los talleres de los artistas impresionistas, vio cómo los que se habían convertido en sus colegas le daban la espalda. Sin embargo, el reconocimiento que le fue negado por sus compañeros, lo fue adquiriendo a partir de 1910 Maurice Utrillo, el hijo que tuvo a los 18 años, y que también fue huérfano de padre.
El pequeño Maurice recibió a los 8 años el apellido Utrillo, gracias al amante de su madre, Miguel Utrillo, un joven catalán emigrado a París, que ejercía de periodista y escritor. Tras algunas estancias en sanatorios a causa de su “alienación mental”, Maurice Utrillo se instaló de nuevo en Montmartre y empezó a pintar alentado por su amigo André Utter. Pero éste se enamoró de Suzanne, a pesar de que ella tenía veinte años más que él.
La relación amorosa entre Valadon y Utter fue experimentada por Utrillo como una dolorosa traición. Entonces comenzó a llevar una vida bohemia y cayó en el alcoholismo (sus colegas pintores le llamaban “Litrillo”), un problema que le persiguió toda su vida y del que sólo le salvaba la pintura.
Así es como comienza su intensa dedicación a la creación artística, a pesar de los frecuentes ingresos en clínicas de desintoxicación. Tras su peregrinaje diario por los burdeles de París, que parecen abocarlo a la autodestrucción, su madre le da dinero a cambio de dejar su “mala vida” y retomar los pinceles. Mientras que los cuadros de Suzanne son denostados y no encuentran comprador, los de Maurice cuelgan en los cafés parisinos e interesan a importantes marchantes de arte.
Con el dinero que empieza a ganar, el artista paga las deudas de su madre y del amante de ésta, su antiguo amigo Utter, que se convertirá en el representante de Maurice. Madre e hijo retoman la relación y ella, preocupada por los problemas del artista, le influye hasta el punto de convencerle para que se case, a la edad de 52 años, con una actriz de teatro.
Lo curioso es que la obra de Maurice Utrillo, que alcanza su auge en el “periodo blanco”, entre 1910 y 1918, comienza a declinar posteriormente. Y es entonces cuando comienza el período de apogeo en la pintura de su madre, Suzanne Valadon. La decadencia de Utrillo coincide con la plenitud de Valadon. De modo que la madre, paradójicamente, es la que sucede al hijo en esta extraña pareja de artistas.
Además, si en la pintura de Utrillo prevalecen los espacios urbanos de Montmartre, la ausencia de personajes y los colores pálidos, en la pintura de Valadon abundan los paisajes naturales, las flores, los retratos, el trazo grueso y los colores vivos.
Al final de su vida, Suzanne acabó sola, hasta el punto de que su hijo no asistió al funeral. Maurice murió 23 años después, dejando tras de sí un legado de 6.000 obras.
Dejo aquí unas cuantas imágenes de nuestra estancia en París. La del Sena y las dos de la exposición “elles@centrepompidou”, entre ellas “La chambre bleu”, de Suzanne Valadon, fueron tomadas por mí.
Última actualización: agosto_2009 16/09/2009 12:13