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Diciembre de 2021

El pescador: un cuento filosófico

[Reproduzco aquí este «cuento filosófico» que he encontrado entre mis papeles, escrito hace unos quince o veinte años, como parte de un libro inacabado sobre «la decisión y la ley»].

El agua corre río abajo. A la orilla del río, crecen los álamos y los fresnos. Sus raíces se extienden por el fondo, sus ramas se inclinan hacia la orilla y sus hojas caen sobre la superficie. En lo alto de sus copas, los pájaros gorjean y revolotean, buscando pareja con la que anidar. Al pié de unas rocas, el agua se ahonda y se remansa. Los peces nadan de un lado para otro, cautelosamente, buscando algo de alimento y procurando no servir de alimento a otros. Un hombre de pelo negro y piel morena, sentado a la orilla del remanso, lanza al agua el anzuelo de una caña de pescar que él mismo ha confeccionado.

Mientras aguarda pacientemente, se le acerca una mujer de pelo negro y piel blanca, acompañada de un niño. No hablan la misma lengua, así que comienzan a comunicarse por gestos. El hombre enseña al niño cómo se pesca. De pronto, mientras el niño está sosteniendo la caña, un pez de gran tamaño muerde el anzuelo. Los tres lo celebran con risas y exclamaciones de júbilo. El hombre, ayudado por el niño, recoge ramas secas y enciende una pequeña hoguera, para conseguir unas cuantas brasas. La mujer limpia el pescado, lo ensarta en una rama y lo asa en las brasas. Luego, se sientan los tres bajo uno de los álamos de la orilla y comen el pescado con deleite. Después de comer, el niño se duerme. El hombre y la mujer se sonríen, se acarician tímidamente, se abrazan y acaban haciendo el amor sobre la hierba.

Cuando están amándose, llega otro hombre de pelo rubio y piel blanca. Ha salido de caza y lleva una escopeta en la mano. Le acompaña un perro. Le dice al pescador que no tiene derecho alguno a pescar en aquel río, ni tampoco a estar en compañía de aquella mujer y aquel niño. Afirma que aquel río es propiedad de los hombres de piel blanca, que aquella mujer es su esposa y que aquel niño es su hijo. Le acusa de haberse entrometido en una familia y en un territorio que no le pertenecen, y le hace saber que el castigo para tales delitos es la muerte.

El pescador no entiende la lengua del recién llegado, pero adivina lo que le está diciendo y trata de darle explicaciones. La mujer se acerca a su marido pidiéndole clemencia, pero él apunta al corazón del pescador, le dispara y lo mata. Luego, apunta al corazón de ella, le dispara y la mata también. El perro ladra, sin saber qué hacer, y su amo le acaricia y le habla amablemente para serenarlo. El niño despierta al oír los disparos y llora al ver lo sucedido, sin entender por qué su padre ha matado a su madre y al amigo que le había enseñado a pescar.

Analicemos esta pequeña historia. Para empezar, distintos seres parece que hacen distintas cosas: el agua corre y se remansa, los árboles crecen y se inclinan hacia el agua, los pájaros revolotean y se aparean, un pez nada y pica en el anzuelo, un hombre trata de pescar, una mujer y un niño se acercan, se comunican con él mediante gestos y simpatizan, entre los tres cocinan y comen el pez pescado por el niño, la mujer y el hombre se atraen y hacen el amor, otro hombre llega, le habla al pescador, el pescador y la mujer le hablan a su vez, pero él no les escucha, apunta con una escopeta al hombre moreno, le dispara y lo mata, y luego hace lo mismo con la mujer, el perro que le acompaña ladra y él le acaricia y le habla, el niño llora desconsolado. Todos los seres hacen algo, pero el hacer de que se trata es en cada caso distinto. No es lo mismo lo que hace el agua, lo que hacen los árboles, lo que hacen los pájaros, lo que hacen los peces, lo que hace el perro, lo que hacen el niño, la mujer y los dos hombres. Pero ¿por qué no es el mismo hacer? ¿cuál es la diferencia? ¿o acaso no hay diferencia alguna? ¿acaso se trata sólo de una diferencia aparente?

Una primera respuesta podría ser ésta: el agua corre y se remansa, el árbol crece y se inclina, el pájaro vuela y se aparea, el pez nada y pica el anzuelo, el perro ladra, pero sin saber que lo hacen y sin decidir hacerlo, sino obligados por una ley natural que los gobierna, que los dirige imperativamente. En cambio, el niño, la mujer y los dos hombres saben y deciden lo que hacen, aunque el niño sepa y decida menos cosas y en menor grado que los adultos. De modo que el hacer de los seres humanos no estaría determinado por ninguna ley natural. Ciertamente, hay leyes sociales que prescriben y prohiben a cada uno lo que debe y lo que no debe hacer. Pero las leyes sociales difieren de las leyes naturales. En primer lugar, porque las primeras son establecidas por los propios seres humanos y las segundas no. De ahí se sigue la segunda diferencia: las leyes sociales no obligan al ser humano como obliga la ley natural al agua, al árbol, al pájaro, al pez y al perro, puesto que las primeras pueden ser transgredidas y las segundas no.

Como ya se habrá observado, esta respuesta presupone una diferencia radical entre los seres humanos y los no humanos. Y la diferencia consiste en que sólo los seres humanos son conscientes y libres, es decir que sólo ellos saben y deciden lo que hacen, mientras que los seres no humanos carecen de todo saber y de toda decisión. En otras palabras, esta respuesta está presuponiendo ya un cierto saber y una cierta decisión acerca de lo humano, acerca de lo no humano y acerca de la diferencia entre lo uno y lo otro. Se supone que los seres humanos pueden decidir de forma libre y consciente, es decir, que pueden hacer, en cada caso, ante cada situación, cosas muy diversas, sin que las leyes sociales determinen de antemano cuál será la decisión a tomar, por más que esa sea, precisamente, la finalidad de tales leyes. Se supone que hay dos tipos o modos de hacer: el hacer de los hechos, que es propio de los seres no humanos y está regido por leyes físicas o naturales, es decir, por relaciones causales y necesarias entre causas y efectos, que determinan el ser de tales hechos, y el hacer de las acciones, que es propio de los seres humanos y está regido por leyes sociales o morales, es decir, por relaciones intencionales y contingentes entre medios y fines, que determinan el deber ser de tales acciones.

Así, volviendo a nuestra historia, es posible que el hombre de piel morena no conociera las leyes sociales de los hombres blancos, que no fuera consciente de ellas. Es posible que las conociera y que no supiera, sin embargo, que precisamente aquel río y aquella mujer le estaban prohibidos. Es posible que una u otra ignorancia pudieran haberle servido para justificar su doble decisión de pescar en aquel río y de hacer el amor con aquella mujer, o al menos para eximirle de la pena de muerte, si hubiera podido hacerse entender por el hombre blanco, o si éste le hubiese dado ocasión de defenderse en un juicio público, puesto que la ausencia de saber o de conciencia del delito suele ser considerada como atenuante de responsabilidad ante la ley social; pero es igualmente posible que una tal ignorancia fuese considerada culpable o injustificable por el hombre blanco y no le hubiese servido de nada, pues la ignorancia de la ley social no puede ser aducida como eximente de su cumplimiento.

Es posible que el hombre de piel morena supiera que aquel río y aquella mujer le estaban vedados por la ley social de los hombres blancos, y que a pesar de todo decidiese pescar y hacer el amor, tal vez porque no reconocía autoridad alguna a tales leyes y no temía el castigo, o aun temiéndolo no estaba dispuesto a doblegarse ante ellas, o tal vez porque esperaba no ser descubierto, o porque, en caso de ser descubierto, confiaba en suscitar la compasión del hombre blanco y no ser castigado por él tan severamente como la ley social le autorizaba a hacerlo.

Es posible que el hombre de piel morena se rigiera por una ley social diferente, según la cual ni el río ni la mujer son propiedad de nadie. Es posible, en fin, que si hubiera sabido lo que podía sucederles a la mujer y a él, si hubiera conocido el modo de ser de aquel hombre blanco, aun no reconociendo autoridad a sus leyes, hubiese evitado pescar en el río, o al menos hubiese evitado hacer el amor con la mujer, por temor a la propia muerte, o por evitarle la muerte a ella, o por ambos motivos a un tiempo.

Si pensamos en el niño, en la mujer, en el hombre blanco y en lo que cada uno de ellos hace con el hombre moreno, es igualmente fácil imaginar que podían haber actuado de manera bien diferente. El niño podía haberse asustado ante la piel del hombre moreno, o ante su extraño idioma, aun ignorando la ley social de su propio pueblo, que señala a todo hombre moreno como extranjero y como intruso. La mujer, conocedora de esa ley social, podía haber evitado acercarse a él, o haber evitado comer con él, o haber evitado hacer el amor con él. Podía haberle amenazado, al verle pescar en el río, o podía haberle recomendado amablemente marcharse, avisándole del carácter hostil de su marido, de la prohibición establecida por la ley y del castigo que pesaba sobre los infractores. Pero también ella decidió trasgredir esa ley, aun sabiendo el riesgo que ambos corrían, o tal vez no sabiéndolo del todo. También ella decidió regirse por otro tipo de ley y mostrarse hospitalaria con el recién llegado.

Por último, el hombre blanco podía haber escuchado las palabras de clemencia de su mujer, podía haber tratado de entender las razones del hombre moreno, podía haberse compadecido de ambos; podía haber dado al hombre moreno ocasión de defenderse ante un tribunal, o bien podía haberle dejado marchar, exigiéndole simplemente no volver por allí; podía haber dejado que su mujer siguiese viviendo y cuidando de su hijo, aunque dejase de ser su esposa; podía haberla perdonado y haber seguido amándola como esposa suya, a condición de no volver a ver al hombre moreno; podía haberse marchado por donde había venido, como si no hubiera visto nada, como si nada supiera de lo sucedido, permitiendo así que la mujer y el hombre moreno siguiesen cultivando su amor y pescando en el río, junto al niño dormido; podía, en fin, haberse sentado a pescar, a comer y a reír con ellos, haciéndose de este modo cómplice suyo en la transgresión de la ley social de los hombres blancos y en la aceptación de otro tipo de ley, hospitalaria con el recién llegado.

Quien haya leido este breve cuento puede combinar entre sí las distintas decisiones posibles de los distintos protagonistas y componer con ellas otras tantas historias alternativas. Se supone que esa apertura, esa aleatoriedad, esa incertidumbre, en fin, esa diversidad de posibilidades de acción es justamente la característica esencial del hacer humano. Las leyes sociales pretenden limitar esa diversidad, prescribiendo lo que ha de hacerse, pero no pueden eliminarla del todo, porque las acciones humanas pueden ser prescritas intencionalmente pero no pueden ser previstas causalmente, como lo son los hechos no humanos.

Pero la historia puede ser analizada de otra manera. Puede que no haya una diferencia radical entre los seres humanos y los no humanos, entre las acciones de los primeros y los hechos de los segundos, entre saber y no saber, entre decidir y no decidir, entre la libertad y la necesidad, entre las llamadas leyes sociales o intencionales y las llamadas leyes naturales o causales. Puede que el hombre moreno incumpla la ley social de los hombres blancos porque no está en modo alguno libre de la ley natural, porque también él, como el perro que ladra, como el pez que muerde el anzuelo, como el pájaro que busca pareja en lo alto del árbol, necesita comer para alimentarse y unirse a una hembra para procrear con ella, sin saber que de ese modo encontrará, como el pez, la muerte, o aun sabiendo que la búsqueda de comida y de pareja le obligará a competir con otros seres de su misma especie, e incluso a matar o a morir en la contienda. Es posible que su hacer, sea o no consciente de ello, esté tan gobernado por la ley natural como el hacer del perro, del pez y del pájaro, como el hacer del árbol y del agua.

Puede que el hacer de la mujer, al transgredir la ley social de su propio pueblo, esté igualmente determinado por la ley natural que lleva al resto de los animales a alimentarse y a aparearse. Puede que el hacer del niño, desde que se acerca con curiosidad al pescador hasta que se duerme bajo el álamo, no difiera tampoco de la inconsciencia con que el agua corre y se remansa. Puede, en fin, que el hacer del hombre de la escopeta, y la ley social a la que dice obedecer, obedezca igualmente a la ley natural que obliga al resto de los animales, y en particular a los machos, a evitar que los intrusos se acerquen a su territorio, a sus hembras y a sus crías.

Es posible que las leyes sociales por las que los seres humanos dicen regirse, por las que se matan o se ayudan entre sí, no difieran radicalmente de las leyes naturales por las que el resto de los seres vivos se ayudan y se matan entre sí. Es posible que el hombre de la escopeta, cuando decide disparar al intruso y a la mujer -para cumplir con la ley social que prescribe semejante castigo, es decir, para asegurarse así la exclusiva del territorio y de las mujeres que lo habitan- no esté haciendo nada diferente de lo que hace el propio intruso cuando decide pescar en el río y hacer el amor con la mujer, o de lo que hace el pez cuando decide morder el anzuelo, o de lo que hace el pájaro cuando decide aparearse en la copa del árbol, o de lo que hace el árbol cuando decide inclinarse hacia el agua, o de lo que hace el agua cuando decide remansarse junto a las rocas. Es posible que no haya diferencia alguna entre tomar una decisión singular y obedecer una ley universal. Es posible que los saberes, las decisiones y las leyes sociales de los hombres no sean más que el modo peculiar en que éstos se someten a las mismas leyes naturales que rigen para la totalidad de los seres.

Pero aún cabe una tercera posibilidad. Puede que entre los seres humanos y los no humanos no haya una diferencia radical, sino una gradación, una escala de mayor a menor libertad, o de menor a mayor necesidad. Puede que esa escala permita diferenciar no sólo a los distintos tipos de seres -minerales, vegetales y animales-, sino incluso a los distintos tipos de seres humanos, según su mayor o menor grado de conciencia y de libertad. Puede que el hombre mismo sea un ser híbrido, a medio camino entre la animalidad y la divinidad, entre la necesidad absoluta y la absoluta libertad.

Cabe todavía una cuarta posibilidad. Puede que no haya en la naturaleza ley universal alguna, puede que no haya más que una infinita variedad de decisiones singulares, tan regulares como aleatorias. Puede que los seres humanos y los no humanos sean tan ajenos a la libertad como a la necesidad. Puede que el hacer de todos los seres sea meramente probable, puede que las regularidades por las que se rigen -y a las que llamamos leyes- no excluyan el azar, la incertidumbre, la excepción, la desviación -y, por tanto, la decisión-, puede que sean tan previsibles como imprevisibles. Puede que el hombre de la escopeta sea tan libre o tan poco libre para disparar o no disparar al intruso como lo es el intruso para pescar o no pescar en aquel río, para hacer o no hacer el amor con aquella mujer, como lo es también la mujer para acercarse o alejarse del recién llegado, como lo es el niño para asustarse o reírse con él, como lo es el pez para morder o no morder el anzuelo, como lo es el pájaro para aparearse o no aparearse en aquel árbol, como lo es el árbol para inclinarse hacia un lado o hacia otro, como lo es el agua para correr precipitadamente o ahondarse y remansarse junto a la roca.

Cabe, en fin, una quinta posibilidad, que es compatible con la anterior. Puede que haya una diferencia entre el hacer de unos y otros seres, pero no ya una diferencia entre los seres humanos y los no humanos, es decir, entre la ausencia y la presencia de decisión, o entre la ausencia y la presencia de ley, o entre las leyes sociales y las leyes naturales, sino una diferencia que estaría presente tanto entre los humanos como entre los no humanos. Una diferencia que obligaría, precisamente, a decidir entre dos tipos de leyes: la de la hostilidad y la de la hospitalidad, no sólo hacia los seres de la propia especie sino también hacia el resto de los seres. Así se explicaría, por ejemplo, que la mujer y el niño decidiesen acoger al intruso como a un amigo, que el intruso decidiese acogerlos igualmente, y que el hombre blanco, en cambio, decidiese matar al hombre moreno y a su propia mujer -precisamente por haber acogido al intruso- como a peligrosos enemigos. Así se explicaría que el hombre moreno pescase peces y respetase, en cambio, a los pájaros, o que el hombre blanco cazase pájaros y respetase, en cambio, a su perro. Así se explicaría, en fin, los muy diversos modos en que los propios animales, sean perros, peces o pájaros, se ayudan y se enfrentan entre sí, mostrando en su hacer tanto la hospitalidad como la hostilidad hacia el resto de los seres.

Son tantas las maneras de interpretar esta pequeña historia… ¿Cómo saber cuál es la verdadera? ¿Cómo decidir cuál es la justa? Tal vez no haya modo de saberlo o de decidirlo. Y, sin embargo, los seres humanos parece que necesitamos decidir lo que hemos de saber, lo que hemos de legislar como verdadero, precisamente para saber lo que hemos de decidir, lo que hemos de legislar como justo. Y viceversa. Por eso, no podemos pensar nuestra propia identidad, la identidad de ese «nosotros» que es la humanidad, la sociedad humana -y, con ella, la diferencia que a un tiempo nos distingue y nos emparienta con el resto de los seres-, sin pensar también las posibles relaciones entre la decisión y la ley, entre el hacer y el saber, entre la experiencia y la conciencia.

Última actualización: diciembre_2021 2021/12/17 21:34


La RIF se reactiva tras la pandemia

La Red Iberoamericana de Filosofía (RIF) se creó el 14 de noviembre de 2018, víspera del Día Mundial de la Filosofía, en la Universidad de Aguascalientes (México). En la asamblea constituyente celebrada ese día se aprobaron los Estatutos y se eligió a la primera Junta directiva. Pero quedaron pendientes dos asuntos importantes: elegir a las diferentes comisiones de trabajo, cuyas presidencias se integrarían también en la Junta directiva, y concretar los criterios de pertenencia a la RIF, sobre los que no se llegó a un consenso y para lo cual se encomendó a la Junta que nombrase a una Comisión extraordinaria.

Durante los dos años precedentes, había puesto todo mi empeño en promover la creación de la RIF, junto con otros colegas de varios países iberoamericanos. Como coordinador de la comisión promotora, convoqué y presidí la asamblea constituyente, pero no quise presidir ni formar parte de la Junta directiva. Consideré que mi labor había concluido con la constitución formal de la RIF, dado que en septiembre de 2017 había terminado mi etapa como presidente de la Red española de Filosofía (REF). Por eso, fue la nueva presidenta de la REF, María José Guerra, y la directora del Instituto de Filosofía del CSIC, Concha Roldán, las que pasaron a integrarse en la directiva de la RIF como representantes de España. Me pareció que era lo correcto. Sin embargo, me ofrecí a seguir colaborando en todo lo que fuera menester.

Pocos meses después, en junio de 2019, con ocasión del V Congreso Iberoamericano de Filosofía, celebrado en la UNAM (Ciudad de México), tuvo lugar la primera asamblea ordinaria de la RIF, en la que se eligió a los miembros de la Comisión extraordinaria para resolver el asunto de los criterios de pertenencia. A mí me pidieron que formara parte de esa Comisión, junto con otros colegas de México, Brasil, Argentina y Chile. También se aprobó celebrar el VI Congreso en Portugal, tras haberme ocupado de consultarlo con el entonces presidente de la Sociedade Portuguesa de Filosofía (SPF), José Meirinhos. Quedaron pendientes otras tareas para completar el proceso de constitución de la RIF: la elección de las comisiones de trabajo, el registro legal de la organización, la apertura de una cuenta bancaria para el pago de las cuotas, la puesta en marcha de la web, etc. Sin embargo, en los meses siguientes la Junta directiva permaneció inactiva.

A comienzos de 2020 estalló la pandemia de Covid-19 y eso lo paralizó todo. La RIF entró en un estado de hibernación que duró otro año y medio. Por fin, en mayo de 2021, casi dos años después de la asamblea general celebrada en Ciudad de México, la Junta directiva se reactivó y comenzó a celebrar reuniones mensuales para recuperar el tiempo perdido. Entre otras cosas, se aprobó el logo de la RIF, se puso en marcha el diseño de la web oficial y se hicieron las primeras gestiones para el registro legal.

Al mismo tiempo, se convocó a la Comisión extraordinaria para la revisión de los Estatutos. Los miembros de la Comisión celebramos un par de reuniones y llegamos a una propuesta de consenso, que trasladamos a la Junta directiva para su debate y aprobación por parte de la asamblea general. Paralelamente, volví a comunicarme con José Meirinhos y me confirmó el compromiso de celebrar el VI Congreso Iberoamericano de Filosofía en la Universidade do Porto, con el apoyo de la SPF, que entretanto había renovado a su equipo directivo. Por supuesto, informé de ello a la Junta de la RIF.

Finalmente, en colaboración con dos colegas de la UNAM, Jorge Linares y Mayte Muñoz, que habían tomado la iniciativa, comenzamos a diseñar un proyecto muy ambicioso e innovador, para presentárselo a la Junta de la RIF: la creación de una Enciclopedia Iberoamericana de Filosofía (EIF) en línea, en parte continuadora y en parte diferente de la que se había publicado en español en la editorial Trotta, en 34 volúmenes, entre 1992 y 2017, a iniciativa del Instituto de Filosofía del CSIC (Madrid), el Instituto de Investigaciones Filosóficas de la UNAM (Ciudad de México) y el Centro de Investigaciones Filosóficas (Buenos Aires). Estos tres centros de investigación fueron también los promotores de los cuatro primeros Congresos Iberoamericanos de Filosofía. Por todo ello, en la Comisión extraordinaria para la reforma de los Estatutos acordamos proponer a la asamblea de la RIF que se los reconociese como miembros honoríficos.

Sin embargo, a diferencia de la Enciclopedia editada en papel, el objetivo de la EIF en línea no es reunir un conjunto cerrado de monografías encargadas a un selecto elenco de especialistas, sino crear un espacio literalmente enciclopédico, ordenado de manera alfabética y en construcción permanente, susceptible de incorporar de manera dinámica nuevas entradas o revisiones de las ya publicadas, abierto a toda clase de autores y autoras, conceptos, problemas, corrientes, áreas geográficas y periodos históricos. En este sentido, sería similar a la Stanford Encyclopedia of Philosophy, pero no en inglés sino en español y portugués. Ante la hegemonía académica y mediática del pensamiento angloamericano, el objetivo principal de la EIF es promover a escala mundial el pensamiento filosófico en español, en portugués y en las lenguas minoritarias iberoamericanas, cumpliendo así con uno de los fines fundacionales de la RIF.

Jorge, Mayte y yo presentamos el proyecto a la Junta directiva de la RIF. Les entusiasmó y entre todos lo concretamos un poco mejor, en un par de reuniones. El paso siguiente era presentarlo a la asamblea de la RIF y proponerle la elección de una Comisión promotora para concretar todos los detalles del proyecto: financiación, diseño y alojamiento de la web, equipo técnico de mantenimiento, organigrama del consejo editorial, reglamento de funcionamiento interno, etc. La previsión es que en el plazo aproximado de un año, con ocasión del próximo Congreso de la RIF, se presente a la asamblea general el proyecto ya desarrollado, para que la EIF pueda comenzar a editarse a partir de ese momento.

Pues bien, el pasado jueves 2 de diciembre se celebró una nueva asamblea de la RIF, dos años y medio después de la celebrada en Ciudad de México. Por supuesto, se celebró en línea, conforme a la costumbre que se ha generalizado tras la pandemia. La asamblea duró nada menos que cinco horas, pero fue muy fructífera. Se dio el visto bueno al diseño de la nueva web, que está en construcción. Se aprobó la cuota anual de los miembros de pleno derecho. Se eligió a los miembros de las comisiones de trabajo (yo me incorporé a la Comisión de universidades). La presidenta de la RIF, Xochitl López Molina, me pidió que expusiera, en nombre de la Comisión extraordinaria, la propuesta de reforma de los Estatutos, que fue aprobada por la asamblea con algunas pequeñas modificaciones. También se aprobó celebrar el VI Congreso Iberoamericano de Filosofía la última semana de enero de 2023, en la Universidade do Porto (Portugal), en modalidad mixta (presencial y en línea), conforme a la propuesta de José Meirinhos. Por último, se aprobó la puesta en marcha del proyecto de la Enciclopedia Iberoamericana de Filosofía (EIF) y se eligió a la Comisión promotora: Jorge, Mayte y yo como redactores del proyecto inicial, siete miembros de la Junta directiva y tres miembros elegidos por la asamblea general.

En resumen, fueron muchos y muy importantes los acuerdos adoptados en la última asamblea. Creo que hemos dado un paso de gigante para reactivar y fortalecer a la RIF. Estoy muy contento, porque desde hace cinco años he dedicado mucho tiempo y energía a su creación y a su consolidación, con el triple objetivo de federar a toda la comunidad filosófica iberoamericana, defender la presencia de la Filosofía en los sistemas educativos de nuestros países (desde la enseñanza primaria hasta la universidad) y promover a escala mundial el pensamiento filosófico en español, en portugués y en las lenguas minoritarias de Iberoamérica.

Última actualización: diciembre_2021 2021/12/05 15:23

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