Durante los últimos días de 2013, he leído dos “historias de amor” escritas por dos filósofos de origen judío: André Gorz (cuyo verdadero nombre era Gerhart Hirsch, y posteriormente Horsch) y Günther Anders (cuyo verdadero apellido era Stern).
André Gorz (1923-2007) nació en Viena (Austria), pero estudió en Lausanne (Suiza). Allí conoció en 1947 a la joven inglesa Dorine Keir, de la que se enamoró y con la que se marchó a París en 1949. André y Dorine colaboraron en muchas actividades profesionales y políticas, y compartieron el resto de su vida. Los últimos 24 años los pasaron en una casa de campo situada en el pueblo de Vosnon, en donde cultivaban su propia huerta.
Gorz fue a la vez filósofo y periodista. Junto con Jean Daniel, fundó en 1964 la revista Le Nouvel Observateur, bajo el pseudónimo Michel Bosquet. Dedicó su pensamiento a la teoría política y a la crítica del capitalismo. Inicialmente, estuvo vinculado al existencialismo y al marxismo, pero en 1968 rompió con Sartre y desde los años setenta –especialmente tras entrar en contacto en 1973 con Iván Illich, otro pensador austríaco de origen judío- se convirtió en uno de los principales teóricos de la ecología política y del movimiento altermundialista.
A partir de 1973, Dorine contrajo una enfermedad degenerativa e incurable, provocada por una mala práctica médica, lo que le obligó a convivir cotidianamente con el dolor y a desarrollar técnicas de autocontrol, hasta que finalmente contrajo un cáncer de endometrio. Poco después, en 2006, André Gorz escribió su Carta a D. Historia de un amor (Barcelona, Paidós, 2008), en donde el autor evoca la historia que durante sesenta años compartió con el gran amor de su vida. El 22 de septiembre de 2007, ambos se suicidaron en su casa de Vosnon.
La Carta a D. comienza así:
“Acabas de cumplir ochenta y dos años. Has encogido seis centímetros, no pesas más de cuarenta y cinco kilos y sigues siendo bella, elegante y deseable. Hace cincuenta y ocho años que vivimos juntos y te amo más que nunca. De nuevo siento en mi pecho un vacío devorador que sólo colma el calor de tu cuerpo abrazado al mío (…) Necesito reconstruir la historia de nuestro amor para captar todo su sentido. Gracias a ella, somos lo que somos, uno por el otro y uno para el otro. Te escribo para comprender lo que he vivido, lo que hemos vivido juntos” (pp. 7-9).
Estas palabras resumen perfectamente el sentido y el tono de toda la carta. Es una humilde declaración de amor, de admiración y de gratitud a la compañera con la que el filósofo había compartido toda su vida adulta y con la que decidió compartir también su muerte.
Por cierto, la Carta a D. ha servido de inspiración a la compañía vasca Kulunka Teatro, que ha realizado un montaje denominado André y Dorine. Esta obra se ha representado ya en veinte países y actualmente se representa en Madrid.
La “historia de amor” de Günther Anders es muy diferente. Ante todo, porque es la historia de un amor no correspondido, o, más exactamente, correspondido sólo parcialmente y sólo durante unos pocos años. En realidad, Günther Anders no fue un hombre muy afortunado, ni en su vida amorosa ni en el reconocimiento público de su valiosa obra filosófica.
Günther Anders (1902-1992) fue filósofo, periodista y escritor. Nació en Breslau (actualmente Wroclaw, Polonia), en el seno de una familia judía. A los 16 años participó en la Primera Guerra Mundial (1914-18), como soldado alemán. Estudió filosofía con Husserl (con quien hizo el doctorado en 1923), Heidegger y Cassirer. Trató de hacer carrera académica, elaborando varios trabajos de antropología filosófica, pero no tuvo éxito. Fue compañero de estudios de Hannah Arendt, que decidió casarse con él en 1929. Pero para ella este apresurado matrimonio fue un modo de huir de quien había sido –y siguió siendo siempre- el primer gran amor de su vida: Martin Heidegger, del que había sido alumna y amante con apenas 18 años.
En cambio, Günther pensó que Hannah y él podrían formar una pareja amorosa y sentimental que durase toda la vida. Al principio, ella lo ayudaba en sus intentos de hacer carrera universitaria, mientras que él la ayudaba a revisar su tesis de doctorado sobre El concepto de amor en Agustín de Hipona (Madrid, Encuentro, 2001), dirigida por Karl Jaspers. Además, publicaron juntos un ensayo sobre las Elegías de Duino de Rilke. Pero sus caminos comenzaron a bifurcarse muy pronto: él frecuentaba a Bertolt Brecht y otros intelectuales de la izquierda alemana, mientras que ella se acercó a Kurt Blumenfeld y el movimiento sionista, y comenzó a escribir su libro sobre la vida de la judía romántica Rahel Varnhagen, que se casó con un gentil para obtener el reconocimiento social y que sufrió el dilema entre su condición de paria y su condición de advenediza.
En 1933, tras la llegada de Hitler al poder, ambos tuvieron que huir de Alemania a Francia, aunque lo hicieron por separado. En Francia vuelven a vivir juntos, pero enseguida se produce entre ellos un distanciamiento irreparable. Hannah trabaja con una ONG que forma a jóvenes judíos en oficios agrícolas y artesanales para que puedan trasladarse a Palestina, mientras que Günther frecuenta los ambientes literarios y se relaciona con Brecht, Döblin y Zweig, pero apenas se relaciona con su primo segundo el filósofo y crítico literario Walter Benjamin, del que Hannah se hará amiga íntima.
En 1936, Günther Anders emigra a Estados Unidos, mientras que Hannah Arendt se queda en París, y en 1937 firman el divorcio. Pero, desde Estados Unidos, Günther facilita a su ex pareja, a la madre de ella y al nuevo marido de Hannah, el antiguo espartaquista y filósofo autodidacta Heinrich Blücher, la documentación necesaria para acceder al país.
En Estados Unidos, Hannah y Heinrich compartirán el resto de su vida, obtendrán la nacionalidad estadounidense, impartirán clases como profesores universitarios y ella obtendrá un gran reconocimiento público como pensadora política. Heinrich Blücher será la pareja amorosa e intelectual que Hannah andaba buscando, la única persona con la que podrá conciliar la pasión y la libertad, o, como ella misma le dijo en una temprana carta: “Cuando te encontré dejé al fin de tener miedo (…) Sigue resultándome difícil de creer que haya conseguido ambas cosas: el “gran amor” y la identidad con uno mismo. Y tengo lo uno desde que también tengo lo otro. Ahora sé por fin lo que es la felicidad” (Carta del 18 de septiembre de 1937).
En cambio, durante sus catorce años en Estados Unidos, a Günther Anders no le fue nada bien, ni en su vida amorosa ni en sus renovados intentos de hacer carrera académica. En cuanto a su vida amorosa, se casó con una segunda mujer, Elisabeth Freundlich, y en 1950 se instaló con ella en Viena. Pero su segundo matrimonio duró también pocos años. En 1957 se casó por tercera vez con una jovencísima pianista de 18 años, Charlotte Lois Zelkovitz, que lo abandonó quince años después, en 1972.
A partir de los años sesenta, por fin, Günther Anders comienza a hacerse un nombre como filósofo de la técnica y como activista antinuclear. Destacan, en especial, su gran obra La obsolescencia del hombre (2 vols., Valencia, Pre-textos, 2011), cuyo primer volumen aparece en 1956; su correspondencia con Claude Eatherly, el piloto de avión que lanzó la bomba atómica sobre Hiroshima, cuya primera publicación apareció en 1961 (El piloto de Hiroshima. Más allá de los límites de la conciencia. Correspondencia entre Claude Eatherly y Günther Anders, Barcelona, Paidós, 2010); y su participación en el movimiento pacifista y antinuclear alemán durante los años sesenta y setenta. Obtuvo el Premio Theodor W. Adorno en 1983 y el Sigmund Freud en 1992, pero nunca llegó a conseguir un renombre intelectual equiparable al de Hannah Arendt.
Hannah Arendt y él siguieron manteniendo contacto: se escribían de vez en cuando, se llamaban por teléfono y en alguna ocasión se vieron de nuevo. Pero en esa relación hubo siempre una distancia y una asimetría irreparables: mientras que Hannah se compadecía de Günther, él seguía considerándola como el gran amor de su vida.
Por eso, cuando Hannah muere en 1975, Günther comienza a recopilar sus recuerdos y a escribir su lejana y nunca olvidada relación amorosa con ella. El resultado es un texto concluido entre 1984 y 1985, pero cuya primera edición alemana no apareció hasta 2012, veinte años después de su muerte.
La edición española (La batalla de las cerezas. Mi historia de amor con Hannah Arendt, Barcelona, Paidós, 2013), además del texto de Anders, incluye una breve pero enjundiosa nota de su editor alemán, Gerhard Oberschlick, y un documentado y original estudio de Christian Dries, especialista en la obra de Anders, que se titula “Günther Anders y Hannah Arendt: esbozo de una relación”. En este estudio biográfico no sólo se narran los aspectos personales de la relación entre Günther y Hannah, sino que también se trata de subrayar las poco conocidas influencias y afinidades intelectuales entre ambos filósofos.
En cuanto al texto escrito por Günther Anders, no es propiamente la “historia” de su relación con Hannah, sino más bien la evocación de un episodio concreto: la “batalla de las cerezas”, es decir, una larga conversación entre ambos -en torno a un cuenco de cerezas- en la que él lleva la voz cantante, entre otras cosas porque era cuatro años mayor que ella (que tenía entonces 23 o 24 años), había terminado su doctorado y tenía una conciencia política que la joven Hannah todavía no había adquirido. Pues bien, en esa conversación asimétrica, él no se ocupa de declarar su amor a Hannah y su deuda personal e intelectual hacia ella (como hace André Gorz en su Carta a D.), sino que más bien trata de reivindicarse a sí mismo frente a la célebre pensadora ya fallecida. Más exactamente, se dedica a exponer y defender como propias una serie de ideas que luego serán asumidas y desarrolladas por la Arendt madura y politizada: la natalidad, la pluralidad, etc. Sin embargo, ya entonces se pone de manifiesto una diferencia fundamental entre ambos: él se declara ateo y rechaza la idea de que el ser humano sea el rey de la creación, mientras que ella no se pronuncia claramente al respecto.
Sobre este asunto del ateísmo, añadiré un detalle mencionado por el editor Gerhard Oberschlick. Cuando Arendt murió, se le hizo un funeral judío y Günther Anders, al enterarse de ello, se quejó por carta al amigo común de ambos, Hans Jonas, que había pronunciado uno de los discursos en el funeral. En su respuesta, Jonas le cuenta una anécdota muy reveladora. Un año antes de la muerte de Hannah, en una reunión de amigos celebrada en casa de ella, una “dama católica” le preguntó directamente si creía en Dios. Los amigos que estaban presentes y que conocían bien a Hannah (como Mary McCarthy y el propio Hans Jonas) dieron por supuesto que ella consideraría impertinente la pregunta y que no la respondería; por eso, se quedaron atónitos cuando Hannah respondió escuetamente con un “sí”. Más tarde, a solas con su amigo Hans, Hannah le explicó su respuesta: “Siempre he creído en Dios y nunca he dudado de su existencia. Quizá sea esto lo único que siempre ha estado claro en mi vida” (pp. 77-78).
Lo más sorprendente de esta respuesta es que los amigos que conocían a Hannah desde su juventud, como Hans Jonas y Günther Anders, y también una amiga íntima de su época de madurez como Mary McCarthy, nunca le hubieran escuchado pronunciar una confesión así. Y que tampoco figure nada parecido en sus escritos filosóficos y políticos. Ante esta revelación tardía, caben muchas preguntas. En primer lugar: ¿por qué Hannah Arendt mantuvo en secreto su creencia en Dios y no la confesó hasta el final de su vida, y aún entonces sólo verbalmente a un reducido círculo de amigos íntimos, a pesar de la importancia decisiva que al parecer tenía para ella? En segundo lugar, ¿qué significado podemos darle a una creencia religiosa que no tuvo manifestación pública alguna en la vida y en el pensamiento de la autora? Tal vez haya que reinterpretar la vida y la obra de Hannah Arendt a la luz de esta tardía e inesperada confesión. Pero esa es otra historia.
Última actualización: enero_2014 09/01/2014 19:40
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