Enero de 2020

La tiranía de la Actualidad

[Una versión más breve de este texto, que no incluía los párrafos iniciales sobre la Tiranía y la Libertad, fue publicada con el título “La tiranía de la Actualidad. Sobre La fea burguesía de Miguel Espinosa”, en Diario 16 de Murcia, Suplemento “Cultura”, 29 de noviembre de 1990, p. 44. Dieciséis años después, publiqué un ensayo mucho más amplio sobre la vida y la obra de Miguel Espinosa, con el título “Ficción y verdad en Miguel Espinosa”, en Vicente Cervera, María del Carmen Carrión y María Dolores Adsuar (eds.), Los tratados de Espinosa. La imposible teología del burgués, Murcia, Universidad de Murcia, 2006, pp. 99-130, reeditado con el título “La ficción y la verdad. Escritura y existencia en Miguel Espinosa”, en mi libro El lugar del juicio. Seis testigos del siglo XX (Arendt, Canetti, Derrida, Espinosa, Hitchcock y Trías), Madrid, Biblioteca Nueva, 2009, pp. 173-210.]

Si nombramos Tiranía no tanto la particular voluntad de un cabecilla que puede ser fácilmente identificado y descabezado, cuanto la dominación sin cabeza y sin nombre que impide a quienes la padecen ejercer su libre querencia y su reflexivo pensamiento;

Si nombramos Tiranía no ya la fuerza del que conquista y convence, del que sojuzga y seduce, con violencias, grandilocuencias y artimañas, la desprevenida voluntad de sus inocentes víctimas, sino más bien la temerosa docilidad, la estúpida complacencia, la culpable avidez con que estas últimas anhelan ser seducidas y sojuzgadas por el primer trepador que se les eche encima;

Si nombramos Tiranía esta eterna argucia por la que la dominación sin rostro que nace del propio rebaño se disfraza y encarna en figura siniestra de lobo asesino, para que los trémulos corderillos crean que degollado el degollador queda de consuno abolido el peligro y de esta sencilla manera pueda continuar el rebaño siendo rebaño, amansada y oferente carne de nuevos caninos;

Si nombramos Tiranía, digo, esta eterna argucia, entonces habremos de reconocer que el éxito de la misma se cifra en la incesante metamorfosis de sus disfraces, y que el único modo de resistirla habrá de consistir en desenmascararla precisamente allí donde parezca haber sido de una vez por todas decapitada.

Si nombramos Tiranía, en fin, esta eterna argucia por la que el dominio se sustrae a la mirada y se oculta como tal justamente allí donde impera sin obstáculo, en lo más inmediato, familiar y cotidiano de nuestras vidas, y eso mismo que los hombres y las mujeres de hoy consideramos como lo más cotidiano, inocuo y espontáneo es la propia actualidad del hoy, la complacencia con que nos entregamos a su incesante devenir, la curiosidad, el hormigueo, la encendida pasión con que acogemos la pura ocurrencia de los sucesos, rumores, novedades, descubrimientos, invenciones, modas, apetencias, comadreos, rivalidades y demás zarandajas, es precisamente ahí donde habremos de sospechar que erige hoy su pedestal la Tiranía, en la actualidad misma del hoy, en la impunidad con que se impone por doquier al ánimo de todo ser pensante. Cuanto más dueño de la realidad circundante pretende devenir un actualísimo, mediante acopio de bienes, escalafón y prestigio, más dueña de su ánimo deviene esa señora del mundo que tan pródiga parece.

Si nombramos Libertad del querer y del pensar no simplemente la decapitación de un tirano cualquiera y su sustitución por otro más benevolente, justiciero e ilustrado, sino el coraje con que la propia vida y la propia reflexión se gobiernan a sí mismas sin hacer cuenta de los favores y amenazas de tirano alguno, entonces hemos de concluir que el humano libre de hoy, sea varón o mujer, es justamente aquel que se mea con toda tranquilidad en el imperio del hoy y denuncia a los ojos de todos, con sonora voz y alegres risotadas, la tiranía sin rostro ni nombre de la llamada Actualidad.

Si nombramos Libertad a esta soberana franquicia del que vive y piensa intempestivamente, a distancia y a contrapelo de la tiránica Actualidad, entonces he de decirles que tal ha sido la constante divisa de un escritor murciano ya fallecido que respondía al nombre de Miguel Espinosa y del que hasta ahora se conocían un ensayo sobre Norteamérica y tres singulares obras, indiscerniblemente imaginarias y veraces: Escuela de mandarines, Asklepios y Tríbada. Hoy, su nombre deviene nuevamente actualidad y suceso de cultura con la póstuma publicación de su cuarta ficción verdadera: La fea burguesía [La primera edición se publicó en Madrid, Alfaguara, 1990. Seguiré esta primera edición para citar algunos fragmentos de la obra. Actualmente hay disponibles nuevas ediciones en la editorial murciana La Fea Burguesía].

Este tal Espinosa, quien a sí mismo gustaba nombrarse “trovador de Azenaia”, no sólo se apartó y se mofó de la Actualidad en el hacer cotidiano de su propia vida, evitando todo afán de riqueza, poder o renombre, e incluso todo comercio con la institución y el mercado de la cultura, sino que también lo hizo en la composición, manera y materia de sus escritos. Sea figurando el imaginario y abigarrado mundo de la Feliz Gobernación (Escuela de mandarines), en donde la llamada Realidad es a un tiempo retratada y parodiada a través de la voz del “eremita”, que va de paso y observa desde el asombro; sea narrando su propia vida como la del “último griego” (Asklepios), que vive exiliado de su tiempo natal y sufre la actualidad como cárcel o destierro; sea transmutando un episodio real de su vida en un atormentado, cruel y catártico “tractatus theologiae” (Tríbada); sea, en fin, desplegando con sobrio y distante vocablo esa grotesca galería de personajes aborrecibles que componen la “fea burguesía” de una ciudad de provincias (La fea burguesía).

En todos sus escritos, la rareza misma del verbo proferido, la invención inusitada de un estilo a un tiempo riguroso y lírico, permite a Espinosa presentar los más ordinarios caracteres de sus personajes como si se tratase de extraños coleópteros ante los cuales el lector no puede dejar de sentirse asombrado, sonriente y pensativo. Es la propia realidad, la propia actualidad del lector la que muestra entonces su oculto rostro, su ridícula y acartonada faz, su estridente tiranía. Y la voz de Espinosa ayuda como pocas a sacudírsela de encima con humor y sabiduría.

En La fea burguesía, el pensamiento de Miguel Espinosa adquiere una precisión y una hondura poco frecuentes en las letras españolas. Quien defina este libro como una mera parodia del franquismo, haciéndolo pasar así como una crónica que habla de otro tiempo y de otras gentes, no sólo dirá verdad a medias y falsedad entera, sino que además revelará, sin pretenderlo, la verdadera razón de su falso juicio, y dará definición de sí mismo. Se mostrará, en efecto, como un gozoso actualísimo, como un fiel creyente en el progreso de la Historia, como un inocente corderillo para quien la muerte del Dictador ha supuesto el fin de toda tiranía y servilismo; se mostrará, en fin, como un cínico miembro de la actual burguesía o un meritorio trepador del actual Estado, para quienes la bolsa y el mando, por ser ahora “democráticos”, están exentos de toda sospecha y eximen, a su vez, de todo pensamiento. Y al mostrarse así, a distancia y a resguardo de ese supuesto franquismo del que supuestamente se ocupa La fea burguesía, no hará sino evidenciarse como blanco verdadero del acerado venablo de Espinosa.

En cada uno de sus cinco capítulos, La fea burguesía denigra la mística y crematística coyunda de otros tantos matrimonios burgueses. Pero lo que se desvela y denuncia no es la existencia singular de esta o aquella pareja, ni siquiera la llamada institución del matrimonio, sino una coyunda de otra naturaleza, que sin embargo es la que mantiene realmente unidos a todos los matrimonios de la fea burguesía, a cada uno de ellos por separado y a todos ellos entre sí. Lo que la obra aborrece en cada una de sus páginas es, en verdad, la más universal, la más ontológica y monstruosa conjunción que pueda pensarse: la que se da entre el Poder y el Tiempo, es decir, entre la actualidad de la Tiranía y la tiranía de la Actualidad. “La casta gozante se realiza en la Tierra a través de un calendario, que rige los trabajos y las complacencias dentro de la comparecencia del tiempo. Algunos han sostenido que la Historia comenzó con la fijación de las efemérides astronómicas; para mí, la casta gozante surge, en todas las épocas y lugares, con la configuración del calendario social” (p. 179).

Dada esta inmemorial coyunda, estar marginado del Poder es estar expulsado de la Historia; y la Historia, la Actualidad siempre presente y siempre deviniente, es, a su vez, el dominio de quienes con su bolsa repleta y su bastón de mando detentan y determinan la realidad misma de los hechos. “Conforme aumenta el poder económico de una persona, se agiganta la realidad que le rodea; de este modo, el enriquecimiento debe definirse como expansión de nuestra realidad” (p. 185). “Las más generales ideas de Pili pueden resumirse así: hay dos clases de seres, los que viven la actualidad y los que se hallan fuera de la actualidad (…) Sólo la actualidad es real; se denomina real la posesión sensorial y emocional del día (…) Fuera de la actualidad se encuentran los que no son el día: los vencidos, los extravagantes, los proletarios (…) Los que moran fuera de la actualidad viven la Naturaleza, que se resume en el pensamiento, el dolor y la muerte. Pili valora la muerte como algo que sucede a otros” (p. 49).

A esta realidad o actualidad de la dominación, que no consiste sino en la dominación y posesión de lo real, no cabe oponer más que la palabra viviente y doliente, el verbo reflexivo, el pensamiento; pero el pensamiento carece de poder y de actualidad, y su reino no es de este mundo. “La inteligencia no es la actualidad ni tiene relación con la actualidad; esto quiere decir que no es el mundo ni pertenece al mundo; se trata de una comparecencia desamparada, venida aquí para escarnio, una aparición ridícula ante los hechos y el Poder” (p. 224). Por eso, “como todos los excluidos del banquete de la casta gobernante, o conjunción de los gozantes, Lanosa, lo mismo que Jesús de Galilea, recurre a la palabra” (p. 215). El escritor Lanosa, y el chacinero Godínez, y el reflexivo López Martí, y el propio Miguel Espinosa, como el nazareno crucificado por Pilatos, aparecen en La fea burguesía como unos excluidos de la casta gobernante, pero “barren la actualidad” con la sola fuerza de su palabra.

He aquí, en pocas y precisas palabras, la contienda que atraviesa toda la obra de Espinosa: “En el mundo no acontece cuanto tú crees, si todavía lo crees: hay sencillamente una casta gobernante y una casta obediente, una casta gozante y una casta sufriente, aburrimiento infinito y dolor sin límite. Tus opiniones, y cuanto la razón establece [le dice el gozante Camilo al sufriente Godínez], resultan chanza para quienes disfrutamos y compartimos el Poder” (p. 245). “La casta gozante, también denominada gobernante o dominante, depositaria de la actualidad y de los hechos, puede simbolizarse, para enseñanza de los pobretes, por una inmensa pirámide (…) Fuera de la casta no hay existencias ni apariencias, sino materia informe; de ahí que yo [le dice el mismo gozante al mismo sufriente] rehusara escuchar la palabra de Lanosa, cuando el escritorcillo me llamó, por teléfono, a mi destino extranjero. Según mi conciencia, Lanosa no constituye una existencia” (p. 274).

La fea burguesía traza, pues, un inequívoco mapa de nuestro mundo, y el lector que ha contemplado ese mapa no puede dejar de interrogarse, a solas consigo mismo, hacia dónde le inclina su querencia.


Última actualización: enero_2020 06/01/2020 14:43

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