El pasado domingo 17 de mayo, cumplí 53 años. Lo celebré en familia, con mi compañera Alicia y con mis dos hijas, Inés y Teresa. Ese mismo día, murió el escritor uruguayo Mario Benedetti en su casa de Montevideo, a la edad de 88 años.
Podría decir muchas cosas de él, pero me limitaré a contar solo una: entre los libros que tengo al lado de mi cama y que releo de vez en cuando, hay uno que se titula El amor, las mujeres y la vida (Madrid, Alfaguara, 1996), en el que Mario Benedetti reunió sus mejores poemas de amor. El libro comienza con una cita de Arthur Schopenhauer: “El amor es la compensación de la muerte, su correlato esencial”. Me lo regaló Alicia el 17 de mayo de 1996.
El mismo día de la muerte del poeta, por la noche, tuve oportunidad de ver un excelente documental emitido por Televisión Española, en el que se recogían tres largos fragmentos de otras tantas entrevistas realizadas a Mario Benedetti en 1978, 1992 y 1999 (cito las fechas de memoria).
El documental termina con la recitación de un poema por parte del autor. El poema se titula “Tíbulos”, está dedicado al escritor argentino Ernesto Sábato, del que he sido siempre un fiel lector, y se encuentra recogido en el libro recopilatorio que me regaló Alicia: El amor, las mujeres y la vida. Es un poema muy característico del estilo machadiano de Mario Benedetti, de su sentido a un tiempo crítico, humorístico y afirmativo de la vida. Así que voy a terminar este pequeño homenaje al gran escritor uruguayo reproduciendo el texto de su poema. Él se ha marchado, pero afortunadamente nos ha dejado su palabra.
Tíbulos
A Ernesto Sábato
Hace ya medio siglo
don nicola creía
que el lascivo prostíbulo
y el discreto vestíbulo
eran lo mismo
por entonces las vírgenes
besaban a sus novios
en el vestíbulo
y los novios seguían
cursos de sexo básico
en el prostíbulo
ahora las casas vienen
con poquísimas vírgenes
y sin vestíbulo
y los hombres de empresa
exigen cinco estrellas
en el prostíbulo
ay don nicola
por fin tus dos palabras
son una sola.
Última actualización: mayo_2009 24/05/2009 21:42
Acabo de leer el último libro de la filósofa, socióloga y feminista estadounidense Nancy Fraser: Escalas de justicia (Barcelona, Herder, 2008), cuyo título completo en inglés (Scales of Justice: Reimagining Political Space in a Globalizing World, 2008) indica más claramente cuál es su principal propuesta teórica: la necesidad de repensar el “espacio político” más allá del Estado-nación soberano, es decir, más allá del modelo “westfaliano-keynesiano”, pues vivimos ya en un mundo en el que todas las relaciones sociales (económicas, políticas y culturales) se encuentran globalizadas e interconectadas.
Debo decir que este es uno de los mejores libros de pensamiento político que he leído en mucho tiempo. No solo comparto la propuesta teórica principal de Fraser, sino también muchas de las ideas que va desplegando para llevarla a efecto.
Esta autora tiene una extraordinaria capacidad para entrar en diálogo con tradiciones teóricas muy diversas: marxismo, liberalismo, feminismo, filosofía analítica, pragmatismo, postestructualismo, teoría crítica, etc. Pero lo más notable es que consigue componer con todas ellas un pensamiento propio, que se va desarrollando de forma metódica y extremadamente clara. En Nancy Fraser encuentro una riqueza de pensamiento, una independencia de juicio y una claridad expositiva que me recuerdan a otra pensadora política: Hannah Arendt.
Nancy Fraser es profesora de Ciencias Sociales y Políticas en la New School for Social Research de Nueva York, un prestigioso centro académico al que ella misma se refiere en la primera página del libro como “mi casa institucional durante los últimos 12 años y oasis del pensamiento crítico progresista en Estados Unidos”. En ese mismo centro enseñó Hannah Arendt, a la que Fraser dedica uno de los ensayos del libro. Otro de los ensayos está dedicado a Michel Foucault. Quienes conocen mis escritos, saben que Foucault y Arendt son para mí dos de los pensadores políticos más importantes del siglo XX. Por eso, el hecho de que Fraser les dedique sendos ensayos no me parece ninguna casualidad.
El libro reúne ocho ensayos y una entrevista final. Además de los dos ya citados sobre Arendt y Foucault, la autora dedica otro importante ensayo a repasar la historia del pensamiento feminista contemporáneo y a “reenmarcarlo” en el contexto de una política y una justicia globales. Pero el planteamiento teórico general se encuentra en los cinco primeros ensayos, en los que Fraser explica a qué se refieren las “escalas de justicia”.
El término inglés scale tiene una doble acepción, que se pierde en la traducción castellana: por un lado, alude a la balanza como símbolo de la imparcialidad de la justicia ante los intereses y las opiniones en conflicto; por otro lado, alude al mapa como instrumento para medir y representar los diferentes marcos territoriales.
Con la imagen de la balanza, Fraser alude al “qué” de la justicia, a lo que es objeto de disputa entre las partes. Fraser distingue tres ámbitos de la justicia, que son a un tiempo irreductibles e inseparables entre sí: la redistribución económica (el gran objeto de disputa desde el marxismo del siglo XIX hasta el Estado de bienestar de la posguerra), el reconocimiento cultural de las minorías étnicas y de las identidades sexuales (que pasa a ocupar el primer plano con los movimientos poscoloniales y feministas de los años setenta y ochenta), y la representación política democrática (que tiene que ver con el acceso de todos los grupos sociales a la deliberación pública y a la toma de decisiones).
Fraser se dio a conocer sobre todo con su teorización sobre el par redistribución/reconocimiento, en el célebre artículo “¿De la redistribución al reconocimiento? Dilemas en torno a la justicia en una época ˝postsocialista˝”, publicado originalmente en la histórica revista de la “nueva izquierda” anglosajona New Left Review (212, 1995, pp. 68-93), y traducido en el primer número de la edición española de esta misma revista: New Left Review (0, 2000, pp. 126-155). Fraser no acepta la disyuntiva entre redistribución y reconocimiento, sino que más bien vincula ambas reivindicaciones como la doble cara de la justicia. Pero, más recientemente, ha revisado este esquema binario para introducir la cuestión de la representación política como un aspecto de la justicia que es irreductible a –y complementario con- los otros dos. Ella misma reconoce que esta tercera cuestión se le planteó al abordar el problema del “marco” jurídico-político en el que se dirimen los debates sobre el “qué” de la justicia”.
Porque, efectivamente, el “qué” de la justicia se había discutido hasta ahora dando por supuesto el “marco” que Fraser denomina “westfaliano-keynesiano”, es decir, el marco del Estado-nación soberano. Por eso, en la filosofía política de las últimas décadas no se había problematizado la cuestión del “quién”, es decir, la cuestión del acceso a la ciudadanía política, que es el estatuto gracias al cual los sujetos tienen derecho a participar en las deliberaciones y decisiones sobre el “qué”. Pero la globalización ha obligado a problematizar el “marco” indiscutido del Estado-nación soberano, a abordar críticamente la cuestión del “enmarque” (framing) y a buscar la manera de redefinir el “quién” de la justicia.
Pero la cuestión del “quién” arrastra, a su vez, la cuestión del “cómo”, es decir, la elección del procedimiento por medio del cual no solo se debate y decide sobre el “qué” de la justicia, sino también sobre “quién” tiene derecho a debatir y decidir sobre el “qué”. Es en este punto en donde Fraser considera que las luchas prácticas y las discusiones teóricas en torno a la justicia deben tener en cuenta diversas “escalas de justicia”, es decir, diversos marcos territoriales (local, regional, nacional, continental, mundial), y que en todos ellos el “cómo”, es decir, el modo en que se determina el “marco” del “quién” y del “qué”, no puede ser decidido por los expertos con criterios tecnocráticos extraídos de las ciencias sociales, sino que el procedimiento debe ser lo más democrático y participativo posible, y además debe permanecer siempre abierto a nuevas revisiones.
El criterio decisivo que, según Nancy Fraser, permite determinar el “quién” de la justicia, es un criterio que a mi me parece claramente foucaultiano, aunque ella no mencione en este punto a Foucault: todos los sujetos que se consideren afectados por una estructura de dominación o una tecnología de gobernación, sea cual sea su ámbito de actuación o su escala territorial, tienen derecho a debatir y a decidir democráticamente sobre ella.
Última actualización: mayo_2009 20/05/2009 12:47
Ha sido publicada en España la traducción de los Escritos judíos de Hannah Arendt, reunidos y editados en inglés por Jerome Kohn y Ron H. Feldman (The Jewish writings, New York, Schoken Books, 2007). Los traductores españoles han sido Eduardo Cañas, Miguel Candel, R. S. Carbó y Vicente Gómez Ibáñez.
Algunos de los textos aquí reunidos ya habían sido publicados y traducidos en diversas antologías. Pero esta es la colección más completa de los escritos arendtianos sobre la “cuestión judía”. Me refiero, claro está, a los escritos breves: generalmente, artículos de prensa y de revista, cartas (como la dirigida a Gershom Scholem), entrevistas, respuestas a los críticos de sus libros, etc. A todos estos escritos breves hay que añadir los libros que Arendt dedicó total o parcialmente a la historia del judaísmo y a algunos autores judíos, como Los orígenes del totalitarismo, Rahel Varnhagen, Hombres en tiempos de oscuridad y Eichmann en Jerusalén.
Esta recopilación de “escritos judíos” breves abarca casi cuarenta años de la vida de Arendt, desde los años treinta hasta los años sesenta, y de hecho los editores han ordenado los 41 textos seleccionados en una secuencia de cuatro décadas. La edición incluye, además de un exhaustivo aparato crítico (numerosas notas y un extenso índice analítico y de nombres), dos largos textos introductorios firmados por cada uno de los dos editores: el de Jerome Kohn, “Una vida judía: 1906-1975”, y el de Ron H. Feldman: “El judío como paria: el caso de Hannah Arendt (1906-1975)”. Y, para terminar, un postfacio de su sobrina Edna Broche: “˝Hannah mayor˝: mi tía”. En total, el volumen tiene exactamente 700 páginas.
Esta edición pone de manifiesto que la “cuestión judía” fue crucial en la vida y en la obra de Hannah Arendt. Y no solamente porque ella misma era una judía alemana y vivió en carne propia la experiencia del antisemitismo nazi, la huida a Francia, la condición de apátrida, la participación en una asociación de ayuda a niños y jóvenes judíos que eran enviados a los kibutzim de Palestina, la detención en un campo de internamiento, la fuga del campo y el exilio en Estados Unidos, la preocupación por el destino de los judíos europeos durante la Segunda Guerra Mundial, la lucha contra el nazismo, el estudio del fenómeno totalitario, el debate sobre la creación del Estado de Israel…
Lo más importante es que su experiencia de judía apátrida, su condición de “paria consciente”, es el origen y la clave interpretativa de todo su pensamiento político. Un pensamiento que no la llevó a abrazar acríticamente el sionismo, esto es, el movimiento nacionalista y colonialista que reclamaba un “Estado judío” étnicamente homogéneo, y que desde 1948 comenzó a expulsar violentamente a los árabes palestinos del territorio que habitaban, sino que más bien la llevó a cuestionar el concepto mismo de Estado-nación soberano y a defender una nueva forma de comunidad política y una “nueva ley en la Tierra”, no basada en la identidad étnica y en la relación amigo/enemigo, sino en una concepción republicana de la ciudadanía y en una concepción federalista de las relaciones entre los pueblos.
Por eso, durante los años cuarenta defendió la propuesta de un Estado binacional judeo-palestino, que debería estar federado al conjunto de los Estados europeos. La corriente mayoritaria, en cambio, impuso la solución de un “Estado judío” en guerra abierta con los palestinos y con todos sus vecinos árabes, y completamente dependiente del apoyo económico y militar de Estados Unidos. Hannah Arendt pronosticó, ya en los años cuarenta, la tragedia que sesenta años después sigue ocurriendo en Israel y en los territorios ocupados. Esta lucidez y esta independencia de juicio es lo que las élites políticas de Israel, el lobby judío estadounidense e incluso muchos intelectuales judíos no han perdonado a Hannah Arendt, como pudo comprobarse en la absurda polémica creada en torno a Eichmann en Jerusalén, en la que Arendt llegó a ser acusada de “nazi” y “antisemita”.
Me limitaré a citar un fragmento profético, escrito en mayo de 1948, pocos días después de que se proclamase unilateralmente la creación del Estado de Israel:
“Aun cuando los judíos hubieran de ganar la guerra, su final dejaría destruidas las posibilidades y logros sin parangón del sionismo en Israel. El país que surgiría sería algo bastante distinto del sueño de los judíos de todo el mundo, sionistas y no sionistas. Los judíos “victoriosos” vivirían rodeados por una población árabe totalmente hostil, encerrados en unas fronteras permanentemente amenazadas, absortos en su autodefensa física hasta un punto que ahogaría todos los demás intereses y actividades.” (“Salvar la patria judía. Todavía se está a tiempo”, mayo de 1948, en Escritos judíos, o.c., p. 494).
Última actualización: mayo_2009 20/05/2009 10:36
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