Noviembre de 2025

Caperucita en Manhattan (y en Murcia)

Reproduzco aquí el artículo publicado en elDiario.es, blog Murcia y aparte, 14/11/2025.

El próximo 8 de diciembre se cumple el centenario del nacimiento de Carmen Martín Gaite (1925-2000), una de las escritoras españolas más originales de la segunda mitad del siglo XX. Se la ha querido encasillar en la Generación de los 50, pero fue una escritora inclasificable y polifacética, que cultivó casi todos los géneros literarios y recibió numerosos premios.

En 1985 murió su hija Marta, a la edad de veintiocho años. Esa pérdida le causó una herida tan profunda que dejó de escribir ficción durante cinco años. Por fin, en 1990 publica Caperucita en Manhattan, que sin duda es un homenaje a su hija y un modo de seguir conversando con ella.

Para celebrar el centenario de su nacimiento, el Teatro de la Abadía ha producido una adaptación teatral realizada y dirigida por Lucía Miranda, una dramaturga, directora de escena y arte-educadora que cuenta ya con una trayectoria muy amplia, muy comprometida y muy reconocida. En su adaptación de Caperucita en Manhattan, presenta la obra como un diálogo imaginario entre Carmen Martín Gaite y su hija Marta, encarnadas por los personajes de Miss Lunatic y de la niña Sara Allen. Es una versión musical en la que cinco intérpretes encarnan a veinte personajes diferentes.

La obra se representa en el Teatro Romea de Murcia el viernes 14 de noviembre. Con ese motivo, el martes 11 de noviembre, en el marco del ciclo Pensamiento a Escena, participé en una mesa redonda junto con las escritoras Ángeles Carnacea y Marisa López Soria, y el director de escena Jorge Fullana Fuentes. Resumiré aquí las ideas que expuse en esa mesa redonda.

Caperucita Roja es uno de los cuentos populares más antiguos y famosos, pero en el curso del tiempo ha ido cambiando en consonancia con sus distintos contextos históricos. La primera versión escrita la publica Charles Perrault en sus Cuentos de antaño o Cuentos de la Madre Oca (1697), bajo el reinado de Luis XIV. Perrault no sólo recoge los cuentos populares sino que los adapta al gusto de la época y les añade una moraleja «para la educación de las jovencitas». En Caperucita Roja, el lobo devora a la abuela y a la niña, y la moraleja es que la desobediencia tiene como castigo la muerte. Esto encaja con el Leviatán (1651) de Hobbes, el homo homini lupus y la soberanía del monarca que dispone de la vida de sus súbditos. En cuanto al lobo del bosque, representa al varón malvado y asesino, pero también a la naturaleza salvaje por oposición a la sociedad civilizada.

A comienzos del siglo XIX, tras la Revolución francesa y en pleno movimiento romántico, los hermanos Jakob y Wilhelm Grimm ofrecen una nueva versión en sus Cuentos de la infancia y del hogar (1812-1815). Caperucita y la abuela no son devoradas por el lobo, porque las salva un leñador. Este último representa al «pueblo» honrado y solidario, que ahora es el protagonista de las nacientes repúblicas parlamentarias.

En 1990, Carmen Martín Gaite reinventa por completo las dos versiones precedentes. El cuento infantil con una finalidad moralizante se trasforma en una novela de formación (Bildungsroman) cuyo objetivo no es inculcar en la niña Sara Allen el miedo y la obediencia, sino incitarla a cultivar la curiosidad y la imaginación, la lectura y la aventura, la libertad y la soledad, la amistad y el amor. Además, la dualidad entre lo salvaje y lo civilizado deja paso a la gran ciudad como espacio ambivalente de peligro y de aventura, donde la naturaleza salvaje ha sido domesticada en forma de parques públicos, como los de Morningside y Central Park.

Caperucita en Manhattan responde al contexto histórico del último tercio del siglo XX: los nuevos movimientos emancipatorios, en especial el movimiento feminista; la transición española de la dictadura a la democracia; y el acelerado proceso de urbanización de la población mundial, del que Nueva York se convirtió en símbolo por ser la capital cultural de la superpotencia estadounidense y por su presencia cotidiana en el imaginario popular a través del cine, la televisión y la literatura.

A la vista de los profundos cambios que han tenido lugar en el mundo desde 1990, ¿cómo reinventar hoy ese relato de formación juvenil que es Caperucita en Manhattan? Pensemos en lo que el V-Dem Institut ha definido como la «ola mundial de autocratización» que en los últimos años está afectando a numerosos regímenes políticos, incluidas las democracias occidentales y en particular la estadounidense, a la que Donald Trump está convirtiendo en una autocracia. Pensemos en la creciente brutalización de todas las relaciones sociales, nacionales e internacionales, y en el auge de una oligarquía tecnofascista que pretende acabar con todas las conquistas democráticas.

Pensemos en el incremento de la desigualdad social y en la precarización de las condiciones de vida que sufren especialmente las mujeres, los jóvenes, las niñas y los niños. Pensemos en la crisis ecológica global, que es cada vez más grave y cuyo impacto se traduce en olas de calor, sequías, incendios, inundaciones, etc. Las ciudades, precisamente porque en ellas se concentra hoy la mayor parte de la población, son también los espacios donde convergen todos esos problemas ecosociales.

En este contexto, la oligarquía dominante enarbola la bandera de la «libertad» como una caricatura de la estatua que vigila la entrada a Nueva York, para justificar toda clase de atropellos sociales y ambientales. Para Trump y sus émulos, la libertad no es otra cosa que la defensa de los privilegios, la violencia, la mentira y la irresponsabilidad. Es la libertad para que los ricos no paguen impuestos, para privatizar servicios públicos básicos como la sanidad y la educación, para esquilmar y contaminar el entorno, para despedir a los trabajadores, para desahuciar a los inquilinos, para contagiar a los vulnerables, para expulsar a los migrantes, para matar a las mujeres…

¿Cómo educar a unos niños, niñas y adolescentes cuya imaginación está colonizada por las pantallas digitales y cuya sensibilidad está embotada por una atmósfera cada vez más tóxica, en la que se han normalizado la desigualdad, la brutalidad, la mentira y la irresponsabilidad? ¿Cómo enseñarles que la libertad es inseparable de la responsabilidad, de la solidaridad, de la gratitud y del amor? ¿Cómo hacerles entender que el lobo no es hoy el símbolo de la naturaleza indómita, sino el de las vidas (humanas y no humanas) amenazadas por la codicia y la violencia de los poderosos?

Si releemos Caperucita en Manhattan, podemos encontrar la respuesta de la autora a través de su alter ego. Cuando el comisario O’Connor le propone a Miss Lunatic convertirse en confidente de la policía a cambio de una paga mensual que le permitiría vivir muy bien, ella le responde: «¿Pero a qué llaman vivir? Para mí vivir es no tener prisa, contemplar las cosas, prestar oído a las cuitas ajenas, sentir curiosidad y compasión, no decir mentiras, compartir con los vivos un vaso de vino o un trozo de pan, acordarse con orgullo de la lección de los muertos, no permitir que nos humillen o nos engañen, no contestar que sí ni que no sin haber contado antes hasta cien como hacía el Pato Donald… Vivir es saber estar solo para aprender a estar en compañía, y vivir es explicarse y llorar, y vivir es reírse… He conocido a mucha gente a lo largo de mi vida, comisario, y créame, en nombre de ganar dinero para vivir, se lo toman tan en serio que se olvidan de vivir.»


Última actualización: noviembre_2025 2025/11/14 12:40

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