====== Sobre la ética del olvido ======
Autora: Luna Calderón Alarcón
La psicología es uno de los múltiples campos que se esfuerzan diariamente por actualizarse, renovarse y descubrir nuevos frentes que contribuyan, no solo a conocer mejor el funcionamiento humano, sino también a optimizarlo. De este modo, los terapeutas continúan trabajando en la investigación de técnicas que ayuden a los individuos a progresar de una forma sana y beneficiosa, apelando en numerosas ocasiones a los efectos que la memoria tiene sobre ellos. Es en este contexto que se propone lo que se conoce como terapia del olvido.
La terapia del olvido es un enfoque terapéutico hipotético cuyo objetivo es modificar o eliminar recuerdos traumáticos de la memoria para así ayudar a personas cuya salud mental se ve perjudicada por determinadas vivencias, como es el caso del estrés o el shock post traumáticos. Esta metodología ha resultado un foco de interés para los campos neurocientífico y psicológico, ya que podríamos estar ante una herramienta muy útil a la hora de reducir el impacto emocional. Sin embargo, el olvido terapéutico, lejos aún de haber sido aceptado y aplicado clínicamente y encontrándose en investigación por doctores como Michael C. Anderson, anterior director del Laboratorio sobre el Control de la Memoria de la Universidad de Oregón y actual dirigente del programa de la Unidad de Cognición y Ciencias del Cerebro en Cambridge, da pie a la formulación de ciertas cuestiones: ¿es ético fomentar la pérdida mnésica como forma de sanación? ¿En qué ayuda realmente olvidar aquello que nos ha dañado? ¿Cuáles son las consecuencias de la desmemoria? A través de los argumentos que se desarrollarán en este ensayo, se tratará de exponer por qué esta metodología de sanación resulta más dañina que beneficiosa, por lo que no debe ser aplicada.
En primer lugar, antes de dar una respuesta a estos interrogantes acerca del olvido como método de curación, considero oportuno subrayar el papel que cumple la memoria en el desarrollo personal, con el fin de hacer visible la importancia y la prudencia que requiere posicionarse en este tema. Y es que no es ningún secreto el hecho de que es nuestra capacidad memorística la que nos permite forjar nuestra identidad y que, sin ella, nos sería imposible el aprendizaje, tener una capacidad crítica y un desarrollo personal. No se trata solo de acumular recuerdos en algún rincón de nuestra mente, se trata de una facultad de retención activa y modificable que nos permite ser conscientes de nuestro contexto y actuar conforme a él.
A pesar de esto, no se equivocó Milan Kundera (2006: 46) al definir el deseo de la amnesia como un "problema antropológico", puesto que es natural en el ser humano tratar de modificar su historia para escapar del dolor o la culpa. Es obvio que la memoria, biológicamente hablando, tiende a desgastarse, pero perseguir este desgaste como un imperativo moral resulta peligroso. Cuando el olvido se concibe como un deber a la hora de afrontar una situación, adquiere una dimensión ética que conduce a la frustración, puesto que nos chocamos con una paradoja: cuanto más nos esforzamos en olvidar algo, más atención acapara en nuestra mente. Podemos, por tanto, afirmar que se trata de un procedimiento que puede desembocar en la obsesión, estrés o fatiga mental.
En contraposición a esta "ética del olvido" como método terapéutico, podríamos considerar la ética basada en la memoria, formulada por Theodor W. Adorno. En este caso, el alemán desarrolló su teoría centrándose en el análisis de eventos traumáticos sufridos por grupos, como fue el caso del Holocausto, abogando por una lucha contra la amnesia colectiva de la sociedad moderna.
>La exigencia de que Auschwitz no se repita es la primera de todas las que hay que plantear a la educación... Cualquier posible debate sobre ideales educativos resulta vano e indiferente en comparación con esto: que Auschwitz no se repita. (Adorno, 2003: 80)
Así es, una ética que evite volver a los campos de concentración, enfocada en el aprendizaje y la reflexión crítica de la historia, que sería imposible sin la reminiscencia. Adorno insistía, acertadamente si se me permite decir, en la necesidad de confrontar el pasado para aprender de él. Esta postura resulta más positiva que la anterior y es la que adoptan los psicoanalistas, ya que permite un crecimiento personal a partir del dolor, y no únicamente su anestesia. Además, más allá de la salud mental individual y retomando el ejemplo de casos colectivos, la teoría de Theodor Adorno resulta más conveniente a la hora de evitar injusticias sociales, sin hacer caso omiso cuando es necesario dar voz a las víctimas que lo merecen.
Por otro lado, como ya se ha mencionado, es muy delicada la decisión acerca de qué recuerdos son candidatos a caer en el olvido, precisamente por el papel protagónico que la memoria cumple en la personalidad y el desarrollo cognitivo. Manipulando nuestros recuerdos no solo estamos alterando la percepción de la realidad, sino también nuestra propia identidad, y ser consciente de esto asusta bastante. Por ello, la posibilidad de una desmemoria intencionada deja un poder excesivo en manos del terapeuta que, a pesar de ser un experto, nunca conseguirá alcanzar una objetividad total a la hora de decidir en qué casos es crucial la búsqueda de la amnesia. No existen criterios definidos para decidir cuándo irrumpir en el proceso natural de la memoria, y con esta facilidad de manipular la perspectiva de un individuo resuenan ecos de distopía.
Además, es evidente que ignorar un conflicto no conlleva su desaparición, de modo que desconocer un problema en muchas ocasiones puede ser peor que atormentarse por él. Por ejemplo, en el caso de alguien que fuese tratado para olvidar un maltrato infantil, al haber eliminado esta escena de su vida es probable que tenga dificultades a la hora de relacionarse de nuevo con sus padres en un futuro, ya que ni sabrá reconocer las conductas de maltrato ni adaptarse al contexto de esta relación social, porque la realidad que reconoce no coincide con la suya. En casos más extremos, si se olvidan eventos más relevantes o en mayor número, la desorientación y la desconexión del mundo real pueden afectar, por tanto, a la capacidad de juicio, no solo sobre su contexto, sino también sobre sí mismo al dudar sobre la fiabilidad de sus propios recuerdos, de forma similar a lo que sucede a los enfermos de Alzheimer.
Ahora bien, si nos resulta tan sencillo ver una supremacía del recuerdo sobre el olvido, si algunos incluso sienten pánico a caer en la desmemoria, ¿por qué pondría alguien voluntariamente todas sus fuerzas en eliminar de su mente una imagen, una palabra o una noticia? Lo cierto es que también existe una serie de argumentos lo suficientemente sólidos como para que merezca la pena considerar el olvido terapéutico.
Aun habiendo quedado desmentidas anteriormente las falsas creencias sobre que la desmemoria intencionada mejora el funcionamiento en la vida diaria, el bienestar y el control sobre los sentimientos propios, existen situaciones que son poco relevantes en nuestro crecimiento y que, pese a ello, nos causan gran molestia. Está claro que eliminar del recuerdo una caída en público, una entrevista o exposición que no ha salido según lo esperado o una ligera discusión con un amigo no acarrearía graves consecuencias para ninguno de nosotros. De todos modos, el punto aquí está en que estas experiencias no resultarían lo suficientemente críticas como para requerir de una intervención médica y lo más probable es que caigan en el olvido de forma natural. De hecho, son aquellas que sí sería pertinente tratar las que poseen la relevancia suficiente como para que no sea conveniente olvidarlas. Y es que, por mucho que nos disguste la idea, ya ha quedado patente que el padecimiento también forma parte de nosotros y nos constituye como humanos en desarrollo cognitivo.
Pero, dicho esto, llevemos la situación al extremo y pongamos otro ejemplo. Basta con ser mínimamente humano para estremecerse ante el testimonio de una mujer que ha sido abusada sexualmente por un conocido. Siéndonos sinceros, todos desearíamos eliminar dicho suceso de su mente si en nuestra mano estuviese ese poder, porque no hay consuelo que valga. No hay forma posible de convencer a una víctima de que recordar su abuso es su opción más conveniente.
Sin embargo, hay que mantener presente el hecho de que el camino más cómodo o rápido no tiene por qué ser siempre el más efectivo, ni el más saludable. Está claro que en el caso hipotético que se ha planteado la memoria no servirá ni para el aprendizaje ni para evitar repetir errores, puesto que la persona abusada no hizo nada para merecerlo, y la violencia que se ejerció sobre ella nunca le servirá como ningún tipo de lección. En esta situación tan extrema es probable que ni siquiera sea posible plantearnos la opción de una terapia del olvido intencionada y se dé la amnesia disociativa de forma sistematizada, debido a que cuando el organismo no es capaz de procesar ciertas emociones puede bloquearlas instintivamente.
Este término fue acuñado por Pierre Janet ya en el siglo XIX para referirse al olvido de todos los acontecimientos que se relacionan con una emoción determinada. El mismo doctor afirmó que esto puede dificultar el proceso de sanación a través del relato de esta vivencia con una paciente:
>Me había ocupado de ella desde su ingreso aproximadamente todos los días, por lo que pronto se familiarizó mucho conmigo. Pero un día, cuando le dije buenos días al pasar, (e intenté nuevamente averiguar la causa de su histeria) ella me mira con sorpresa, no me responde y va a hablar en voz baja a la supervisora de la habitación. Celestine había tenido el día anterior una crisis bastante fuerte que había alterado su estado mental y ella me había olvidado por completo, pero recordaba bastante bien a todo el personal y me parecía que había perdido todo recuerdo de los hechos en los que yo había estado relacionado con ella. (Nader, 2022: 94)
De esta manera, cuando se descarta un sentimiento sin haberlo analizado, tratado y asimilado en profundidad las repercusiones pueden ser muy dañinas, retomando así una de las cuestiones fundamentales expuestas en este ensayo. Es posible que, a pesar de haber eliminado el recuerdo, efectos como el estrés, la tendencia al aislamiento o el rechazo al contacto físico, siguiendo el ejemplo de la sobreviviente de un abuso, prevalezcan silenciosamente, de modo que sea complicado esclarecer sus causas cuando pretendan ser tratadas y profundizadas en terapia. Por tanto, si ni siquiera el olvido espontáneo por parte de una víctima resulta beneficioso y es complicado de gestionar, ¿por qué nos deberíamos forzar a él como un imperativo?
Llegados a este punto del escrito, se ha dilucidado el hecho de que la búsqueda de la desmemoria como método terapéutico debe descartarse, por lo que como opinión personal me atrevería a afirmar que nos estamos equivocando de objetivo. Pese a tratarse de una teoría aún en desarrollo e investigación, se parte de la base en la que la amnesia sirve única y exclusivamente como forma de anestesia, de modo que nunca nos facilitará el crecimiento personal ni la reconciliación con uno mismo, siendo este el propósito de la terapia en última instancia.
Así pues, se ha hecho evidente que para sanar es fundamental profundizar en aquello que nos hace enfermar. Aunque este no sea el camino más cómodo para el individuo, sí es el más significativo, ya que los malos recuerdos no deben ser asociados al peso y al anclaje, sino al aprendizaje y la evolución. El olvido podrá llegar de forma natural tras habernos reconciliado con aquello que nos duele, pero sin duda la solución no reside en él.
===== Bibliografía =====
Adorno, Theodor, W. (2003). La educación después de Auschwitz. En //Consignas// (pp. 80-95). Amorrortu Editores.
Kundera, Milan (2006). //El arte de la novela//. Tusquets.
Nader N., Armando. (2022). Trauma y Amnesia Disociativa: La visión de Pierre Janet. //Revista Chilena de Neuropsiquiatría//, 60 (1), 92-101. https://dx.doi.org/10.4067/s0717-92272022000100092
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