Autora: Clara Román Martínez
La “cancelación” en redes sociales es un fenómeno en completo auge y que consiste en la crítica masiva a alguna persona o institución en el contexto de las redes sociales y el paradigma de la información del siglo XXI. La cancelación radica en el rechazo de manera abierta de actos que se consideren injusticias sociales, acentuándose en la defensa de los derechos de los grupos históricamente marginados. El medio tecnológico es crucial para entender el fenómeno, pues es la coyuntura que le da la posibilidad de producirse y en la que orbita su poder. Actúa como una suerte de “damnatio memoriae”, donde el objetivo es borrar la existencia de un sujeto de la vida pública, atacando su reputación, considerándolo como un criminal al que se ha de castigar.
En este breve ensayo trataré de argumentar de manera convincente por qué esta nueva cultura es una mala interpretación de la justicia social, así como un mal uso del abrumador nuevo medio tecnológico, que, en cambio, sí puede ser muy útil como red de concienciación.
El proceso cancelatorio, para comenzar, no se da en una situación de igualdad, donde el calumniado pueda defenderse debidamente de las acusaciones. La masa informe, revestida del anonimato que proporcionan las redes sociales, ataca a una figura pública (o no, pero que, al ser expuesta, lo es durante todo el tiempo que la tendencia lo demande) sin respetar el principio de presunción de inocencia. Lo hace a través de tweets, titulares sugerentes, insultos y exigencias de corrección. No interesa que el acusado dé explicaciones, sino que el ajusticiamiento público se dé cuanto antes, en forma de hashtag y repudia general.
Aquellos que defienden la cultura de la cancelación alegan que se trata de una gran estrategia de movilización masiva de individuos, cuyo objetivo sería acabar con la injusticia de manera colectiva. Sin embargo, estas acciones tan repentinas, que implican un número tan grande de personas, pueden disolver el pensamiento crítico en pos de la opinión de la masa. De este modo, las cuestiones políticas complejas son simplificadas hasta un punto naíf para que todo el mundo pueda comprenderlas mejor, ocultando sus matices y claroscuros.
No pretendo cuestionar el poder de la indignación como un método muy positivo y eficaz de concienciación. Sin embargo, la ira descontrolada de raíz irreflexiva puede desembocar en autoritarismo, incluso cuando no se concentra en un Estado o líder tirano. Ya decía Foucault que el poder no solo se ejerce institucionalmente, sino que lo ejercemos todos los ciudadanos de manera periférica.
Más allá de la búsqueda de la justicia social, en la cancelación se aplican técnicas de castigo y vigilancia a todo aquel que diside en una opinión dentro de una comunidad de interpretación virtual. Estas técnicas se materializan en censuras. Cuando se cancela a alguien no se da un método constructivo de crítica, sino que se pretende hacer desaparecer aquello que no cumple ciertas medidas de corrección política. Cuando un Estado opresor ejerce la censura, está, de facto, cancelando, silenciando. Tanto es así que muchas personas en internet “se autocensuran”, es decir, deciden no opinar sobre un tema controvertido por el riesgo de ser canceladas. Aquí es donde creo que la libertad de expresión es vulnerada.
Sin embargo, es cierto que, en ocasiones, la cancelación puede tener justificación. Los grupos minoritarios han encontrado en las redes sociales un espacio de reivindicación y activismo del que se les había privado hasta ahora. Se ve claramente en casos como el de Harvey Weinstein. El desvelamiento de toda una trama de abusos, ocultada por la industria cinematográfica, no podría haberse dado sin este espacio de libre acceso, donde la información viaja a tanta rapidez y es mucho más difícil de filtrar. Gracias a su cancelación, se originó un gran sentimiento de hermandad entre las afectadas por los abusos, así como una conciencia entre las mujeres de la nueva generación basada en la sororidad y la protección mutua. Las redes sociales se presentan como el único espacio de denuncia de situaciones de este tipo, a la vista de que muchísimas veces las víctimas son silenciadas en las instituciones, situación que se agrava aún más cuando el abusador es una persona poderosa.
En el caso Weinstein, el productor había cometido delitos; que fuera cancelado permitió que se abriera por fin una investigación contra él. Sin embargo, el dilema aparece cuando el sujeto es cancelado por una conducta reprobable moralmente, no por un delito tipificado en el código penal.
J. K. Rowling ha sido cancelada por sus declaraciones sobre el colectivo transexual. Hemos hablado de que la cancelación implica el linchamiento, es decir, una respuesta masiva e irracional que apela a emociones. Este fenómeno se contrapone a la crítica, una respuesta argumentada a una opinión. Considero que Rowling, como caso excepcional, ha gozado del beneficio de la duda y ha recibido críticas argumentadas a sus opiniones; ha sido una figura muy valorada por ser la creadora de una saga tan querida.
Sin embargo, no la han convencido. En otro contexto en donde se teorizara sobre un tema más banal habría que resignarse a respetar su posición, pero sus declaraciones implican el menoscabo de un grupo ya de por sí muy cuestionado. Este discurso promueve el odio hacia ese colectivo en tanto que niega la misma validez de su existencia.
¿Podría hablarse, en este caso, de la cancelación como deber ciudadano? Si las democracias pretenden la inclusión de la diversidad y una figura tan influyente como la escritora está atentando contra los derechos de un grupo vulnerable, impidiendo su aceptación en la sociedad, ¿no debería de frenársele los pies?
Es muy difícil pedir que se respete la libertad de expresión cuando lo que se está expresando es que la identidad propia, lo más hondo en una persona, no es aceptada. Estos matices son fundamentales para saber si la cancelación se está ejerciendo como una respuesta autoritaria o, por el contrario, de manera razonable, como en estos casos extremos. La cancelación se rige por sentimientos colectivos, pero en este caso, un raciocinio previo puede llevar a la conclusión de que es necesario que algunos parámetros cancelatorios se apliquen.
Hay quien puede decir que la cancelación es positiva en el sentido en que, si consigue el arrepentimiento del acusado, se ha conseguido educar. En casos como los de J. K. Rowling o Weinstein, no nos interesa que se arrepientan, sino evitar que hagan más daño; pero por lo general, lo que se le exige al cancelado común, el que ha trasgredido la moral general, es que admita su error, pida perdón y lo enmiende. Se trata de un chantaje, pues de lo contrario el estigma de la cancelación caerá sobre el acusado, peligrando su reputación e incluso su cargo laboral: la opinión digital puede influir en su subsistencia económica.
David Suárez era un cómico español que en 2019 gozaba de popularidad gracias a su atrevido humor negro. Sin embargo, toda su vida cambió cuando publicó en Twitter un chiste sobre personas con síndrome de Down y fue brutalmente criticado. Tanto es así que se anularon todos sus shows y fue despedido de Vodafone Yu, programa en el que colaboraba. Su caso va más allá, pues fue denunciado por organizaciones protectoras del síndrome de Down y llevado a juicio. Como vemos, el castigo de la cancelación no es únicamente el rechazo social, sino que puede alcanzar a la materialidad, aquello más básico como es el trabajo que nos permite tener una vida.
Estas consecuencias tan graves no logran justicia ni compasión, sino que motivan una cultura del silencio cuyo objetivo es mantener el estatus social.
Los canceladores son usuarios anónimos que encuentran entretenimiento y reafirmación de grupo en el escarnio digital. Se produce un goce ante la imposibilidad del contrincante de responder, pues ello garantiza alzarse como el poseedor de la razón. El objetivo no es la justicia, sino la afirmación del usuario como parte del grupo. Sin embargo, las redes sociales pueden servir como altavoz para minorías que no pueden visibilizarse en ningún otro sitio, concienciando a un número mucho mayor de personas. Además, cuando figuras influyentes incitan al odio sobre estos grupos, la cancelación puede ser una herramienta de protesta útil, con cierto control en su uso.
En síntesis, hemos de proteger el debate crítico fundamentado para que internet continúe siendo un espacio de expresión tan libre como pueda ser, un portal de visibilización de injusticias y no de cinismo.
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