Sobre la tecnofobia, sus inconsistencias teóricas y sus peligros

Autor: Javier Torres Piñol

La reflexión en torno a la técnica actualmente puede ser una tarea compleja de abordar, pues, anteriormente, no era difícil entender que el término “técnica” simplemente englobaba el conjunto de invenciones causadas por los avances de la ciencia y la ingeniería mientras que, hoy en día, hemos avanzado tanto en estos campos que uno casi no puede pararse a analizar esta cuestión sin considerar la relación de la humanidad con ella. Hablar de técnica hoy en día es hablar de globalización, de los medios de comunicación, de ecología o de industria.

La técnica nos ha permitido modificar el mundo a nuestro parecer a lo largo de la historia y solo ha ido tomando una importancia cada vez mayor con el paso de diferentes períodos históricos como la Ilustración o la Revolución Industrial. El problema es que, precisamente a partir de este último período, ya empezó a resultar evidente que el avance técnico había tomado unas dimensiones incontrolables: trabajadores estaban perdiendo sus empleos porque los empresarios se habían dado cuenta de que una máquina podía hacer el mismo trabajo o más que diez hombres, los Estados estaban aprovechando para desarrollar armamento cada vez más destructivo en sus conflictos bélicos, las ciudades cada vez se encontraban más contaminadas…

Diferentes pensadores como Adorno, Horkheimer o Heidegger realizaron en el siglo XX investigaciones sobre cómo de perjudicial estaba siendo la técnica para el mundo, cómo podía la humanidad haber llegado a este punto o cómo se podrían intentar gestionar todos los nuevos problemas que el desarrollo de la técnica había traído. Por supuesto, no creo que nadie pueda ver un problema en que diversos intelectuales hayan tratado de cuestionar críticamente los efectos de la técnica en nuestras vidas a lo largo de los dos últimos siglos desde diferentes campos de estudio (la sociología, la antropología, la biología, la filosofía…). La cuestión aquí reside en que, dada la presencia de la tecnología en todos y cada uno de los aspectos de la vida contemporánea, este debate no se ha quedado únicamente en las esferas académicas. Con el aumento de la preocupación por la cuestión de la técnica, se han llevado a cabo todo tipo de críticas también desde la esfera política y artística que han influenciado a una audiencia menos formada. La crítica a la técnica ha llegado a convertirse en uno de los temas de reflexión más recurrentes en la actualidad, siendo esta normalmente citada como una de las principales causas de una supuesta decadencia de las sociedades en diversos discursos políticos. Es en este contexto que aparece el fenómeno de la tecnofobia.

La tecnofobia no se debe entender únicamente como un miedo a la técnica, sino también como un odio y un desprecio hacia ella. Es una “fobia” en un sentido más próximo al de la homofobia que al de la aracnofobia, dado que genera en los individuos una necesidad de defensa en lugar de una necesidad de huida, y hoy en día parece suponer un pensamiento asumido por la mayoría de la gente. En redes sociales es común encontrarse con adultos publicando viñetas que parecen ridiculizar a la sociedad actual, presentándola como una masa alienada por los dispositivos electrónicos, o con jóvenes sintiendo nostalgia por tiempos pasados y lamentándose por haber nacido en una época tan compleja, inestable y caótica. Los discursos tecnófobos no hacen más que aumentar, y especialmente ahora han tenido un auge con el desarrollo de las inteligencias artificiales, dado que estas han mostrado cómo la tecnología puede sustituir a los humanos no sólo en las tareas prácticas que se realizan en fábricas, sino también en tareas académicas y artísticas como la escritura, la pintura o la composición musical.

Como se ha intentado exponer en esta extensa introducción, es normal que se haya generado cierto alarmismo sobre el avance tecnológico, y este tiene unas causas entendibles hasta cierto límite. No obstante, el propósito de este ensayo es mostrar el peligro que supone la tecnofobia para nuestras sociedades y las carencias teóricas de esta, por lo que, a continuación, ya será preciso desarrollar unas refutaciones sólidas a las principales justificaciones de los discursos tecnófobos recientes, señalando sus rasgos más inconsistentes y problemáticos en el proceso.

Quizás sería pertinente comenzar por cómo se plantea en estos discursos que la técnica afecta negativamente a la economía política, puesto que, como ya se ha mencionado antes, este es recientemente uno de los principales motivos de indignación entre la población. La tesis de que la tecnología debe ser eliminada para evitar una pérdida de empleos no es precisamente nueva, ya el movimiento ludita durante la primera Revolución Industrial se dedicaba a arremeter contra el mayor avance tecnológico de su tiempo en materia de labor (las máquinas). La situación hoy en día no es tan extrema, pero el avance de nuevas inteligencias artificiales capaces de elaborar pinturas o textos recurriendo a múltiples referencias de la red ha preocupado enormemente a diferentes trabajadores de dichos sectores. La cuestión es que, si se ha mencionado el ludismo, es por la refutación de dicho movimiento que propuso la teoría marxista en su momento y cómo esta se puede emplear todavía para los casos recientes. Para Marx y Engels, sin duda el problema de los luditas era que descargaban su ira contra las máquinas, cuando quienes habían tomado la decisión de sustituirles por ellas eran los empresarios. Sin necesidad de desarrollar demasiado otros conceptos marxistas como la alienación o la reificación, lo importante es que aquí se puede encontrar el principal problema teórico de los discursos tecnófobos: que conciben la técnica como algo totalmente ajeno y externo al ser humano, algo con lo cual este no tiene relación y que por tanto no puede controlar. No era necesario reclamar la desaparición de las máquinas como tampoco lo es reclamar la desaparición de las inteligencias artificiales, ambas cuestiones pueden ser solventadas mediante un diálogo o una negociación entre humanos para llegar a alguna conclusión satisfactoria.

Lo que se trata de expresar aquí es que la tecnofobia no entiende que toda la técnica es producto de la humanidad, que la tecnosfera no deja de ser una antroposfera. A lo largo de la historia hemos ido modificando el mundo a nuestro parecer y beneficiándonos del uso de la técnica, pero cuando nos habíamos excedido demasiado en nuestras ambiciones con ella y se nos empezaron a presentar consecuencias catastróficas, simplemente decidimos desentendernos de ella y culparla de todos los horrores acontecidos como si tuviera conciencia propia. Mucho más sensato resultaría que asumiéramos colectivamente la responsabilidad de todo y tratáramos de arreglar lo que nunca dejaron de ser nuestros propios errores.

La técnica no ha sido otra cosa que el resultado de la relación entre la humanidad y su medio a lo largo de la historia, y de esto hay una gran cantidad de ejemplos, como que el cambio del paleolítico al neolítico con la invención de la agricultura se produjo, en gran parte, porque la población mundial había ascendido considerablemente y los hombres ya no se podían abastecer únicamente de la caza y la recolección, o que el coche de caballos se sustituyó por el automóvil porque, al contrario de la creencia popular, el coche de caballos era, además de un vehículo menos eficiente, también uno más contaminante debido a las toneladas de estiércol que los animales dejaban en las calles. El avance técnico no surge de la ambición desmedida o la vanidad del hombre, sino de su necesidad de sobrevivir.

La otra tesis principal a la que suelen recurrir los tecnófobos está relacionada esta vez con los efectos medioambientales de la técnica, consistiendo principalmente en que esta es la principal causante del calentamiento global y el aire insalubre de las ciudades. Por una parte, lo cierto es que en este aspecto sí que se han empezado a tomar medidas coherentes en las últimas décadas con diversos acuerdos internacionales que buscan combatir estos fenómenos. Por otra parte, aunque se quisiera sostener esta tesis, las refutaciones previamente comentadas se podrían volver a plantear, pues gran parte de la contaminación no deja de ser emitida por empresas que priorizan sus beneficios por encima de todo, lo que de nuevo son acciones humanas que con una debida mediación humana tendrían y están teniendo solución.

En cuanto a los efectos negativos que supuestamente ha tenido en nuestras vidas privadas el desarrollo de la técnica, en primer lugar, no se puede decir que en otras épocas no fuéramos igual de individualistas o que no tuviéramos ritmos de vida igual de inestables y caóticos. El malestar mental y la avaricia han estado presentes en la humanidad a lo largo de la historia, lo que antes se llamaba “melancolía” ahora se llama “depresión”, y los antiguos hombres que aparentemente eran más solidarios y caritativos no reconocían a las mujeres como sus semejantes y practicaban la esclavitud. Incluso aunque se pueda argumentar que el incremento de diagnósticos psiquiátricos ha aumentado notoriamente a la vez que aumentaba la aceleración del avance de la técnica, se deberían poder vincular sustancialmente ambas estadísticas para intentar explicar de qué manera la desaparición de la técnica podría ayudar a una mayor estabilidad psicológica en nuestras sociedades, tarea tan ambiciosa como abocada al fracaso si tenemos en cuenta las explicaciones ya expuestas sobre la indiscernibilidad entre antroposfera y tecnosfera.

Este último aspecto resulta especialmente relevante para entender por qué la tecnofobia no solo es un problema a nivel teórico, sino que también lo puede ser a nivel práctico. A toda teoría le suele corresponder una praxis, y si uno desarrolla una teoría que tenga como principal objetivo la destrucción de algo es bastante probable que acabe empleando la violencia para ello. En cuestión de violencia tecnófoba definitivamente sería importante mencionar la figura de Ted Kaczynski, mejor conocido como el Unabomber, quien entre 1978 y 1995 se dedicó a realizar diversos atentados con bombas que causaron muertos y heridos como protesta por los avances de la técnica, que consideraba el principal motivo de una decadencia en las sociedades occidentales. Kaczynski llegó incluso a escribir un manifiesto en el que exponía sus problemas con el avance técnico y animaba a sus posibles lectores a llevar a cabo una insurrección armada contra los Estados occidentales para acabar con todas las sociedades industrializadas. Este manifiesto ha llegado a ser tomado en consideración por diferentes grupos de ultraderecha actualmente o incluso por organizaciones yihadistas que ven la industrialización de Occidente como un síntoma de su inferioridad espiritual. Que concretamente este tipo de colectivos hayan tomado en consideración un escrito absolutamente tecnófobo no es casualidad. La tecnofobia, como ya se ha expuesto, no toma en cuenta que el mundo está en un constante y azaroso devenir al que el hombre se debe adaptar, y para adaptarse a este devenir los hombres en muchas ocasiones se ven obligados a alterar sus tradiciones. Es a esta conclusión a la que se pretende llegar en este ensayo: los discursos tecnófobos son tan reaccionarios como los racistas o los homófobos, y por eso quienes los defienden suelen sentir nostalgia por un pasado idealizado que les frustra no poder retomar. Está claro que no cualquier persona tecnófoba es necesariamente conservadora o tradicionalista, como tampoco lo es cualquier persona antisemita o machista. También está claro que muchas veces uno no defiende estos discursos a conciencia, sino que se acaba viendo influido por algún tipo de sutil propaganda, y por ello es importante saber identificar y refutar este tipo de discursos para evitar su difusión.

Muchos de los problemas propuestos por los tecnófobos no son en absoluto descabellados, es en sus objetivos y en los medios que muchos plantean para conseguirlos donde sus argumentos se tuercen. Al final, el conflicto de la humanidad con la técnica casi recuerda al que mantiene el doctor Frankenstein con el monstruo en la novela de Mary Shelley. El doctor parece disfrutar de sus experimentos químicos y hasta casi celebrar que su criatura haya cobrado vida antes de verla con claridad, pero cuando el aspecto de la criatura no le agrada la abandona sin ningún remordimiento, y durante el resto de la novela no hace más que culparla por seguir asesinando a sus familiares, cuando nunca se molestó en intentar comprender a su creación o llegar a una solución con ella para los conflictos que se plantearon. Nuestra situación con la técnica es todavía más absurda, pues a diferencia de nosotros la técnica no tiene conciencia propia y siempre ha estado enteramente a nuestra disposición.



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