Autora: Yaiza López Tarí
El debate acerca de la legitimación del arte urbano ha estado siempre presente en la esfera cultural desde que se comenzaron a usar murales y paredes como lienzos, ya fuera a modo de expresión, señal de identidad o como forma de reivindicación. Considero preciso comenzar el ensayo aclarando lo siguiente: ¿entendemos el graffiti como arte urbano? Y, en caso de no ser así, ¿qué elementos distinguen el uno del otro? Es cierto que el graffiti ha sido establecido históricamente como “meras pintadas” caracterizadas por su ilegalidad y carencia de intención más allá de la permanencia de un registro del autor (denominado propiamente como “Tag”). En cambio, el arte urbano se concibe como una expresión más amplia que abarca diversas intenciones: desde la estetización de un espacio, establecimiento o comunidad hasta una forma de expresar culturas, ideas, problemas sociales, etc.
Como toda expresión artística, el arte urbano cuenta con su recorrido y desarrollo histórico. Su inicio se suele situar en París, alrededor de la época de los sesenta, donde se comenzó a emplear como forma de expresión artística, modificación del espacio y un medio de interacción entre la ciudad y el habitante para fines reivindicativos y de protesta. Aunque con el tiempo esta intención ha ido cambiando, persistiendo en algunos casos, fue en los años 2000 cuando el arte urbano comenzó a recibir mayor atención mediática, lo que gradualmente lo sacó del anonimato y la ilegalidad. Artistas como Banksy influyeron significativamente en este proceso, destacando la importancia del arte urbano como un reflejo de la diversidad cultural y social y retomando las intenciones iniciales, trascendiendo la mera estetización de espacios públicos.
Existen diferentes posturas que contrastan la legitimación del arte urbano, las cuales se diversifican en dos enfoques opuestos. Por un lado, la consideración de éste como acto vandálico y degradante del espacio público, así como la estigmatización de los espacios en los que abundan las pintadas, calificados generalmente como guetos. Por otro lado, hay quienes valoran el arte urbano como una manifestación artística más que enriquece el paisaje urbanístico y promueve lo mencionado anteriormente.
A pesar de las diversas perspectivas que surgen de la cuestión, destaca una tesis esencial: es fundamental reconocer el arte urbano como una forma legítima de expresión cultural y artística.
Para desarrollar el primer argumento, se ha de establecer una interrelación entre el espacio que el individuo habita y el arte urbano. En primer lugar, el espacio público es el lugar donde el individuo se desarrolla, se expande, se comunica y en general, donde todo ocurre para él. El espacio público trasciende más allá de un lugar de paso, pues es donde verdaderamente ocurre el cambio social. Analizado esto, la intención del arte urbano sólo se intensifica: mediante la necesidad de expresión que surge habitualmente como motor del arte, las paredes se perciben como lienzos para aquel que tiene la necesidad de manifestarse artísticamente en la urbe. A través de esta acción, se da lugar a una especie de espejo en el que los valores y las preocupaciones que conciernen al artista se ven reflejados en el espacio en el que ha sido creada la pieza artística. De esta forma y a través de la expresión, el arte creado abarca la posibilidad de suscitar en el transeúnte o habitante una reflexión acerca de lo que está percibiendo a través de la obra. Es común que esto suceda al observar cualquier creación artística, pues todas presentan consigo una reflexión.
Como segundo argumento, el cual considero oportuno desvincularlo del anterior a pesar de su relación directa, trata de la necesidad (o no) de manifestar una reivindicación con el arte urbano. He mencionado anteriormente que éste puede crearse con meros fines estetizantes, armonizantes o decorativos de un espacio urbanístico, sin embargo, también cabe la posibilidad de aprovechar la obra como fin reivindicativo. Recapitulando la cultura urbana (musical, cinematográfica, etc.), los medios artísticos se han utilizado, metafóricamente, como una especie de megáfono para poder transmitir al resto aquello que se vive en entornos urbanos donde a menudo el sentimiento de marginación abunda. Cabe citar aquí al rapero urbano español Ayax, el cual en su canción La flauta de Hamelin dice lo siguiente: “El rap nació de la emergencia, de la necesidad de gritar”. No es menos, pues, el arte urbano, el cual al estar arraigado a esta cultura, inicialmente se empleaba (y se sigue empleando) de la misma forma: era y es un método directo, visual y eficaz para comunicarse con el resto y reivindicar aquellas preocupaciones que el artista necesitaba “gritar”.
Teniendo en cuenta lo tratado en el anterior argumento, presento el siguiente: el arte urbano puede ser considerado un reflejo identificativo local e histórico del espacio en el que se crea la obra. Esta característica presenta de nuevo dos vertientes. Por un lado, puede ser observada desde el punto de vista estético, es decir, la obra puede contener elementos culturales específicos del espacio como símbolos, iconografía o referencias a eventos históricos que representan el entorno. De igual forma, pueden contribuir a la personalización de un espacio, adaptando el artista su obra al paisaje y la estética presente en el entorno. Por otro lado, puede emplearse también como forma de preservar y mantener en el tiempo eventos históricos, figuras locales importantes, etc., manteniendo viva así la historia y la identidad del lugar. Véase el mural “Las Maestras de la República” situado en Madrid, España, elaborado en colectividad por maestras de la república como Carmen Delgado Vicente (1899-1936), maestra republicana española vinculada a la Institución Libre de Enseñanza, que fue asesinada por el ejército franquista en los inicios de la guerra civil española. El colectivo Memoria de Futuro organizó esta obra con el fin de recuperar la memoria de mujeres comprometidas, sacándolas del olvido con este permanente mural. No fue en vano que la obra se elaborara junto a un colegio de Educación Primaria.
Existen diversos puntos de vista que contraargumentan lo tratado hasta ahora, los cuales ponen en duda la tesis que he defendido y respaldado con argumentos a lo largo del ensayo. Es habitual encontrarnos la objeción acerca de que el arte urbano se considera un acto vandálico el cual conlleva daños evidentes a la propiedad pública y privada así como la degradación de ésta. Es cierto que el arte urbano, concretamente el graffiti, ha estado y está penado debido al impacto negativo que tiene cuando no es regulado y carece de control. Además, estas expresiones artísticas conllevan costos adicionales para poder limpiar y restaurar la zona pintada, lo cual resulta una preocupación para el lugar afectado. No obstante, el arte urbano suele estar regulado debido a que éste suele ser encargado por instituciones, ayuntamientos, empresas, etc. y, cuando no es encargado, el artista pide un permiso justificado para poder llevar a cabo su arte. Por lo tanto, se convierte en un acto totalmente legítimo lejos del vandalismo. Aun así, se ha de tener presente la distinción inicial que presenté, en la cual distingo el arte urbano del graffiti ilegal, siendo éstos conceptos diferentes a pesar de que el arte urbano, en algunos casos, preserve aspectos técnicos propios del graffiti.
Para algunas personas, el arte urbano puede ser percibido como signo de deterioro y descuido, así como de falta de seguridad en la zona urbanística. Al analizar la estética de los guetos y barrios marginados, observamos que, generalmente, la mayoría de sus calles cuentan con infinidad de piezas1 las cuales me atrevo a categorizar como “parches” carentes de sentido más allá del “Tag”. Cabe relacionar esta percepción con la teoría de los cristales rotos que fue propuesta en 1982 por James Q. Wilson y George L. Kellings. Dicha teoría plantea que la presencia de desorden visible en un entorno puede generar sensación de desconfianza e inseguridad. Según J. Wilson y G. Kelling, esta percepción de deterioro conlleva un descenso urbanístico en el que el desorden incita más desorden, así como una impresión de “zona segura” para realizar actividades delictivas, debido a la sensación de falta de seguridad que otorga por el descuido de ella. Sin embargo, la teoría de los cristales rotos solo es una hipótesis especulativa. Es por ello que esta hipótesis no debería utilizarse para estigmatizar el arte urbano como causa de deterioro, ya que esto también contribuye a concluir que la percepción de tal cosa puede estar influenciada por estereotipos y prejuicios sobre guetos y barrios marginados. Es cierto que el graffiti ilegal, penado como acto vandálico, contribuye al deterioro del espacio público; sin embargo, el arte urbano legítimo debe reconocerse como herramienta revitalizante y promovedor del turismo en espacios más marginales.
En suma, el arte urbano es, indudablemente, una forma poderosa de expresión enriquecedora en tanto que su contenido abarca temáticas relacionadas con la diversidad cultural, el diálogo social y la reivindicación de inquietudes. Sin embargo, es crucial encontrar un equilibrio regulado en el que se tenga en cuenta la libertad artística y el respeto a la propiedad privada y el orden público a pesar de ser una cuestión potencialmente controversial debido a las implicaciones morales y éticas que conlleva. A pesar de que posiblemente en un futuro esta discusión siga siendo objeto de debate, el arte urbano es un proceso en constante evolución y, al continuar explorando y abordando las cuestiones y los diversos planteamientos que a éste conciernen, se puede dar lugar al florecimiento y la inclusividad del mismo, a la vez que se preservan los valores de nuestra sociedad.
1 En el contexto del graffiti, las “piezas” son una forma de denominar a las obras que constan de elaboración, caracterizadas por su magnitud, el estilo, los colores y el empleo de las técnicas.
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