Dominación-sumisión
Autora: Luna María González Medina
El BDSM es un conjunto de prácticas en las que se encuentran principalmente el bondage, que consiste en usar cuerdas u otros objetos para atar o tapar los ojos; dominación, que consiste en practicar la autoridad sexual; sumisión, que consiste en relegarse a las peticiones y deseos de otra persona; y masoquismo, que implica el daño físico dentro de la relación sexual como forma de excitación. En concreto, nos centraremos en el juego que se crea entre la relación sumisión-dominación.
La relación sumisión-dominación se ha ido expandiendo de forma contradictoria a lo largo de la historia. Respecto a lo que el sexo se refiere, se ha normalizado que haya un juego de roles, en los que normalmente el hombre toma el papel de dominante, y la mujer tiene el papel de sumisa. Esto se puede ver claramente con la postura sexual por excelencia: “el misionero”. Esta consiste en que el hombre está arriba y la mujer abajo, tendida en la cama. El hombre es el que juega el papel principal, dominante, y la mujer es sumisa. Pero esto no ocurre únicamente en las relaciones heterosexuales, sino que en las relaciones homosexuales se ha entendido también que uno de los participantes tiene el papel de dominación y la otra persona el de sumisión. Constantemente escuchamos que en una pareja homosexual entre mujeres siempre hay una mujer que tiene el papel de “chico” y otra mujer tiene el papel de “chica”, a pesar de que ellas mismas no lo tengan entendido así dentro de la relación. Siempre se busca encajar, respecto a las relaciones (de cualquier tipo) de dos personas, quién es dominante y quién sumiso.
Este tipo de relaciones sexuales (dominación-sumisión) se han visto incrementadas en las últimas décadas, con la normalización de las prácticas sadomasoquistas, que tuvo su punto álgido entre las personas de entre 15-50 años (aproximadamente), con la publicación de la saga Cincuenta sombras de grey, especialmente con el primero de sus libros. Esto produjo, especialmente entre las mujeres, una especie de despertar sexual, en el que sentían la necesidad de ser dominadas y de reiterar ese juego de dominación-sumisión para avivar la pasión dentro del matrimonio.
Además, con la pornografía y su normalización, incluso entre los más jóvenes, ese juego de roles se ha sesgado como comportamiento implícito, en el que el hombre tiene que apoderarse de la mujer, y llegado al punto en el que el hombre sienta que la mujer está tras él, llegar a la posición de dominación que se ve en las películas pornográficas, en las que la mujer busca únicamente satisfacer al hombre, y llega a ser cosificada.
Encontramos también el mismo juego de roles pero de manera contraria en otras parejas, es decir, en el que la mujer juega el papel de dominante y el hombre de sumiso. Esto, a pesar de ser también normal y visible, no se ve de manera clara en las relaciones de pareja, en las que el hombre tiene, entiende y busca mantener su posición de dominación. Esto se ve claramente en numerosas situaciones en las que el hombre intenta mostrarse como fuerte, poderoso y necesario. Vemos que este tipo de comportamientos (en los que el hombre se muestra como sumiso) se dan en una pareja cuando el hombre es infiel con otra mujer, o en relaciones esporádicas. Normalmente, el hombre sólo se relega a la mujer en los casos en los que sabe que la mujer no va a ocupar ningún papel en su vida cotidiana, por eso este tipo de comportamientos sumisos se dan en relaciones esporádicas o en casos en los que hay prostitución de por medio.
Por otro lado, aunque se haya mantenido y normalizado esa relación dominación-sumisión, hay movimientos que buscan eliminar ese juego. A nivel sociológico, podemos observar que algunos movimientos sociales, tales como el feminismo, buscan eliminar ese papel de dominación del patriarcado y del hombre, que acaba ahogando a la mujer en cuanto a las limitaciones que pueda tener por jugar ese papel de sumisión. A pesar del intento de eliminar esos papeles a nivel social, se han mantenido y reiterado a nivel sexual, entendidos como una liberación de los instintos.
La tesis que en mi caso defiendo es la siguiente: la normalización a nivel sexual de los roles de dominación-sumisión conlleva comportamientos problemáticos que afectan a nivel psicológico y social. Esto ocurre por lo siguiente: las relaciones sexuales muestran los apetitos del ser humano en su forma más primaria. La persona busca un tipo de comportamiento específico por la otra parte para poder llegar al clímax. Actualmente, la distinción que se hace en la obra La modernidad líquida, entre las esferas de lo público, lo privado y lo íntimo (en la que enmarcamos el sexo) se ha ido disipando por la desaparición de fronteras entre estas esferas a causa de las redes sociales. El hecho de mostrar en Instagram los aspectos más privados de una persona, y la normalización del sexo a través de ellas, conllevan una normalización a su vez del papel en las relaciones sexuales y la prolongación de este papel incluso a la vida cotidiana. Vemos que actualmente, en las aplicaciones para buscar pareja, se puede especificar si prefieres jugar el papel de dominación o el de sumisión, mostrando así este papel como parte de la personalidad. Esto, en mi opinión, ha conllevado la asimilación de este rol en las tareas más cotidianas, como puede ser quién saca el tema de conversación en una primera cita, quién da muestras de afecto o quién elige cuál es el mejor sitio para cenar.
A lo largo de los siglos, el sexo ha sido un tema tabú, y la normalización del mismo en las redes sociales ha supuesto la normalización de los roles en la actividad sexual, lo que conlleva numerosos conflictos en una relación. Vemos que, si el hombre tiene el papel de dominación en la cama, y la mujer acepta y asimila el papel de sumisión, ese juego de roles conlleva la sensación de superioridad y autoridad en el hombre, y esto influye en la vida cotidiana de la pareja. La superioridad que entiende el hombre como placentera en el ámbito sexual se puede llegar a trasladar a la relación de pareja. El hombre pasa a tomar decisiones, a sentir que debe tener mayor sueldo para cuidar a la mujer (y a la familia), y comienza a apoderarse de las funciones relacionadas con el dinero y la autoridad, mientras que la mujer comienza a relegarse cada vez más al hombre para así tomar como moneda de cambio el sexo y cumplir la función que la historia ha determinado: la mujer dulce y callada, que se deja dominar.
Además, actualmente las relaciones que conllevan este tipo de comportamientos únicamente desatan lo que se encuentra en lo más profundo del ser debido a la libertad que conllevan. Últimamente se ha convencido a la población a través de las redes sociales de que el sexo, dentro de su naturalidad, debe ser un entorno cómodo y seguro en el que poder sacar tus más profundos deseos y fantasías. En mi opinión, esto es bueno, pues el sexo no tiene sentido si no es para disfrutar. Pero debemos tener cuidado con esto, porque el hecho de dar rienda suelta a la imaginación conlleva también el poder hacer lo que se quiera con tal de recibir el placer buscado, hecho totalmente individualista. Este individualismo, aunque exacerbado, se puede ver a nivel audiovisual en la película American Psycho, que muestra el sadismo que conlleva esa necesidad de dominación. Esto, a menor escala, ocurre en las relaciones sexuales cotidianas. La persona que ocupa el papel dominante muerde, azota, o incluso agarra del cuello, para infligir dolor sobre la otra persona y así sentir de manera física la autoridad que puede llegar a tener. Es sumamente tóxico, pues se normaliza el hecho de infligir dolor (a pesar de que a la otra persona le guste), con tal de reafirmar la posesión de otra persona. Entendemos entonces, que la libertad que supone la dominación en las relaciones llega al sadismo, y esto causa estragos psicológicos tanto en el dominante como en el sumiso.
También vemos que el cuerpo se ve degradado con este tipo de prácticas, pues el masoquismo que conlleva ese rol de sumisión hace menospreciar el cuerpo, y esto hace despreciar la individualidad y los derechos propios. En las relaciones de pareja a edades tempranas, vemos que la pérdida de la virginidad por parte de las niñas de entre 13 y 15 años es una causa de inseguridades y traumas. El chico, que interpreta en el porno que ha visto que debe dominar a la mujer, normalizando el dolor físico que puede causar, hace que la chica, abocada a la posición de sumisión por estar en una situación nueva y que le causa pudor e inseguridad, sufra daños en la penetración. Esto lleva al miedo a tener sexo en ocasiones futuras y provoca estragos a la larga, pues este tipo de daños son muy complejos de reparar. Además, entre los adolescentes, están normalizadas las relaciones sexuales a muy temprana edad, y esto causa presión por parte del chico a la chica, pues si no permite la relación con penetración, se la clasifica de “mojigata” o de “estirada”. Esta presión conlleva pudor, inseguridad y necesidad de aceptación por parte de la otra persona, lo que dificulta aún más la penetración. Además, provoca que la mujer necesite ser sexualizada por el hombre para sentirse bien consigo misma, y que la seguridad en sí misma dependa de que todo el mundo piense que tiene esa seguridad.
Puede haber personas que defiendan que las relaciones sexuales son tan íntimas que lo que una persona haga en la cama es algo totalmente privado y no merece ser juzgado de ninguna manera. Y es cierto, no se debe juzgar lo que ocurra en la intimidad de una pareja sexual, pero tampoco se debe normalizar a nivel social ese juego de roles. Las consecuencias que tiene esto no son únicamente a nivel de pareja, sino que esa sensación de dominación o sumisión termina conformando el carácter de una persona, y esto tiene consecuencias severas en sus relaciones sociales. No se puede permitir su normalización, pues esto genera cambios en la dinámica de las relaciones sociales, y genera inseguridades en las personas.
También habrá posiciones que apoyen la normalización de la sexualidad en las redes y afirmen que es necesaria para evitar los tabúes sexuales. No puedo quitarles la razón, porque esto es cierto, pero esa normalización del sexo no puede llevar consigo una normalización de la posición que cada uno debe tomar con su pareja. No se puede entender que el sexo lleve ligado ese juego de roles, y no se puede normalizar el uso de la dominación total para poder conseguir la pasión. En mi opinión, se debería mostrar cómo llegar a un estado de placer, con prácticas en las que ambos roles estén cómodos, seguros, y su satisfacción sea igual de importante.
Algunos sostendrán que el papel de sumisión o dominación no tiene por qué ir ligado al género, pero esto está claramente comprobado, pues se ha ligado a la mujer al papel de sumisa y callada, y al hombre con el de dominante. Esto supone un atraso en cuanto al autodescubrimiento sexual, pues el hombre no tiene otra posición desde la que practicar su sexualidad y la mujer se ve privada de la capacidad de elegir las prácticas sexuales en las que participar. Además, esta clara polarización muestra a ambos géneros que no hay otra posibilidad, cuando sí que la hay. El hecho de que se haya ligado el rol que se desempeña al género obstaculiza que cada individuo tenga la voluntad de averiguar cuáles son sus gustos, qué es lo que busca en una relación sexual, y qué rol le parece más cómodo o placentero.
En conclusión, vemos que la normalización de estos roles es negativa para la sociedad, por el sedimento que deja en el carácter, y también por la poca capacidad de liberación que deja a las personas para poder descubrirse a sí mismas. En una sociedad en la que se busca constantemente la igualdad y la eliminación de conductas violentas, que se normalice la superioridad de una persona respecto a otra es contraproducente. En mi opinión, debemos entender cuál es el papel que queremos tener en nuestras relaciones, sin dejar que ninguna opinión nos condicione a la hora de expresarnos sexualmente.
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- Última modificación: 2022/09/05 18:13
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