¿Por qué el morir viviendo hace el bien vivir?
Autora: Rebeca Burdet
El morir viviendo es un concepto que subyace en los Sueños y Discursos de Quevedo. Lo que el autor entiende por morir viviendo es una canalización de la muerte, que se debe hacer presente en la vida, para de esta manera, poder vivir mejor. Una canalización entendida del siguiente modo: evitar pensar en la muerte como un trauma o algo que pueda angustiar al ser humano en su cotidianidad. Por otro lado, el individuo deberá ser plenamente consciente, a cada segundo, de que puede morir. El autor ofrece un concepto que engloba un hecho contingente dentro de un hecho necesario. Lo contingente atañe a decir: una muerte que es, pero puede no ser, debido al no saber cuándo uno morirá. Mientras que por otro lado, lo necesario reside en la naturaleza característica del hombre, aquel hecho tajante de saber que morirá. Dicho a la manera aristotélica, es y no puede no ser. Quizá lo dicho pueda sonar contradictorio, pero ya de entrada el propio concepto morir viviendo parte de esa contradicción. Una contradicción justificada con la idea que subyace detrás: tener constantemente noción de que se morirá. El hecho contingente en relación con el hecho necesario se ofrece porque el primero se define como un no saber cuándo se va a morir, mientras que el hecho necesario se define como saber que morirá. Y es algo sabido por todos; la muerte ofrece ese doble carácter, saber que vamos a morir, pero no cuándo.
Otras perspectivas que recogen esta idea de la muerte nos las encontramos en la Antigua Grecia con Sócrates. Él recoge la muerte como un pensamiento que los filósofos deben tener presente en su cotidianidad. Se tiene en cuenta, entonces, que la máxima felicidad que el hombre podría alcanzar era siendo filósofo. Y es esto lo que se pretende decir con morir viviendo. El simple hecho de tener en cuenta a la muerte en los pensamientos del día a día, es decir, en vida. Encontramos también otra posición distinta a la de Sócrates, dada por Epicuro, la cual se posiciona a favor de no preocuparse por la muerte. O lo que es lo mismo, negar el pensamiento constante e integrado en el trascurso del día a día. Negar por tanto el concepto propuesto al principio del morir viviendo.
Aquí el bien vivir no significa otra cosa que vivir en un estado de paz y tranquilidad. Se podría decir, un modo de vida relajado, sin perturbaciones que interrumpan el curso natural del sosiego. Lo que se pretende en este ensayo es una defensa del concepto morir viviendo como aquel modo de vida capaz de encontrar un estado tranquilo, y para ello, deberemos asociar el sentido de nuestra vida al concepto morir viviendo. El modo de vida que se elija será entonces el sentido con el que cada uno dota a su vivir, ya que el sentido es el que ofrece ese estado de paz y tranquilidad. Interpretándolo a la manera psicológica, buscar qué hacer en vida y cómo querer vivir. Se asume, por tanto, que el ser humano en la realización de su vida pretende ser feliz y esa felicidad nos la encontramos en un estado de calma. Como una especie de dogma integrado, que consiga acabar con cualquier tipo de malestar anímico. En resumen, demostrar que el morir viviendo hace el bien vivir.
Estoy segura de que ninguno de nosotros anhela morir. Partiendo de este punto, encontraremos gran dificultad en adoptar un modo de vida que tenga presente la muerte las veinticuatro horas del día. Cuando pensamos en el vivir, lo último que apreciamos es la muerte, y menos si hablamos de un bien vivir. Es lógico que la mayoría de nosotros pensemos así. La lógica que aquí surge es la de aferrarnos a la vida como condición humana. Si sabemos que existimos, sabemos que vivimos y la muerte queda en un segundo plano, ¿por qué preocuparse entonces de la muerte? Además, como bien decía Epicuro: «La muerte es una quimera: porque mientras yo existo, no existe la muerte, y cuando existe la muerte, ya no existo». Ahora bien, la muerte no es una quimera. Porque, como todos sabemos, desde que nacemos llevamos el sello implícito de perecer. Esto no es algo que surja como una interpretación subjetiva, sino que se hace patente desde el momento en el que el ser humano existe.
A continuación, expondré un ejemplo que respalde por qué la muerte no es una quimera. Desde el inicio de un embarazo, la madre se aferra a la idea de un aborto espontáneo y ello la sobrecoge. Puesto que sabe, incluso antes de nacer, que la muerte puede darse como acto posible. Con este ejemplo, que muestra el carácter primigenio de la muerte, se concluye la muerte como el primer pensamiento pensado (valga la redundancia) por nosotros hacia otros seres y también hacia uno mismo. Además, recalco que no estoy defendiendo el hecho de que el ser humano quiera morir, sino que para obtener ese bien vivir, debe ser consciente de su muerte. Y aunque «cuando existe la muerte, ya no existo», en vida se piensa en ella para dotarla de un sentido. La muerte ofrece el cierre de la vida, es decir, como la vida tiene fin y ese fin es la muerte, al tener consciencia de ella sabremos que habremos vivido completamente. Al fin y al cabo, se trata de cerrar el ciclo con la muerte para completar el círculo del tiempo vivido. Este cierre no es más que el fin del tiempo subjetivo. Del tiempo de uno mismo.
Otra objeción que puede surgir es la siguiente, pensar tanto en la muerte puede conducir a la idea del suicidio como acto favorable ante una vida destinada a un final imposible de evitar. Como si traer a la conciencia el tema de la muerte supusiera todo lo contario de lo que yo pretendo defender, negar el sentido del vivir. La solución que pretendo ofrecer ante esto viene dotada por uno de los impulsos naturales en el humano, que es el impulso de la supervivencia ante cualquier costo. Una idea tan primaria que refuta la objeción principal. Ante la toma de consciencia de la muerte, el instinto innato de supervivencia expresa un mayor carácter. Por tanto, podremos incluso plantearnos la idea del suicidio, pero sin llegar a efectuarlo por un impulso tan evidente como lo es el sobrevivir. No es algo que yo me haya inventado, por ejemplo la antropología considerada como una ciencia investigadora de este profundo asunto, afirma que desde la prehistoria el ser humano ha podido evolucionar hasta lo que hoy es por ese mismo halo de supervivencia. En filosofía, por otro lado, nos encontramos, ya en la Edad Media, con autores que afirman esto mismo. San Agustín nos hace participes de esto cuando en la Civitas Dei dice que incluso los miserables, es decir aquellos que no poseen ningún tipo de conciencia o sed de conocer, desearían seguir vivos antes que morir. Por lo que se extrae nuevamente aquel carácter primitivo de sobrevivir a toda costa, sin importar las condiciones de vida. Y es entonces, cuando la muerte se convierte en la toma de consciencia necesaria para el bien vivir. Porque como queda demostrado el impulso natural será más fuerte que ese pensar en suicidarse.
De esta manera, el individuo tomará consciencia de la muerte y logrará mediante un ejercicio racional llegar a la conclusión de que no puede evitar morir. Entonces será cuando logre comprender su efímera existencia. Observará a su alrededor y apreciará la vida porque sabrá que algún día no estará. Y todos tenemos ese sentimiento del disfrute máximo de una cosa, acto, lugar, etc. cuando sabemos que nos la van a arrebatar. Un ejemplo adecuado y explicativo sería el de un niño jugando en un parque, donde se encuentra a una niña que le ofrece su moto de juguete a cambio de su pala. El niño hará toda clase de piruetas con la moto y la aprovechará al máximo, porque sabe que en cualquier momento se producirá el cambio. La pala sería la muerte; sabemos que nos la devolverán, sabemos que llegará, pero mientras que no llega tomamos consciencia de que tenemos tiempo de disfrutar con la moto, que en este caso sería la vida. Será pues cuando mediante la toma de consciencia mortificante disfrutemos de la vida y no pensemos en el suicidio por aprovechar cada segundo de vida al máximo. De aquí se deduce que si uno disfruta de la vida, la vive como ese bien vivir, en un estado de calma y tranquilidad. Esto es lo que quiere decir el morir viviendo.
En relación a las objeciones explicadas anteriormente, pretendo aquí dar paso a unos argumentos necesarios para entender mejor el concepto que se pretende demostrar: morir viviendo. Sucede pues el siguiente argumento. El morir viviendo será beneficioso en tanto que realización del bien vivir por su capacidad de afrontar cualquier tipo de adversidad o problema que surja en el contexto individual de cada uno. Ante un problema como un mal día por cuestiones laborales o una discusión con un ser querido, este estilo de vida integrado en nosotros ofrece la posibilidad de pensar en lo corta que es la vida y no preocuparse por estos asuntos que podrían quedar en un segundo plano, en el momento que la muerte pueda sobrevenirnos. De ahí, se deduce que la toma de consciencia de la muerte ofrece una preocupación mayor ante cualquier otro problema de la vida. El individuo observará que los problemas del día a día no son nada comparados con el no vivir. Lo afrontará de manera más tranquila y conseguirá sosegar la rabia de un mal día o una mala experiencia. Dígase entonces que el individuo es capaz de jerarquizar, en una escala de menor a mayor, lo afectantes que le resultan ciertos problemas. Al establecer a la muerte como la máxima de las adversidades, todos los problemas sucesorios en vida quedan en los niveles más bajos de esa escala. Afrontaremos estos de manera casi imperceptible, porque el individuo estará tan preocupado por el vivir (debido a que sabe que va a morir) que todo lo demás que pueda surgir no le afectará tanto como si no pensase en esa muerte.
Otro argumento favorable lo encontramos en el dolor que acontece al perder a un ser querido. Es sabido por todos que la pérdida de otros afecta más al que lo contempla desde fuera. Es decir, que ante el fallecimiento de un familiar o amigo, la persona cercana a ellos se queda con ese malestar de saber que nunca más podrá compartir su vida con él o ella. Se asume aquí otro tipo de malestar ante la muerte de otros. Pensemos pues en la muerte de nuestra madre: ella morirá, luego no siente nada más. Porque cuando se está muerto, el cuerpo no genera ningún tipo de relación sensible con el entorno y acaba con el mismo sentimiento. Ella ya no siente porque su cuerpo está muerto. Y entonces, la persona, en este caso el individuo que ya no tiene a su madre y es un cuerpo vivo que genera esa relación sensible con el entorno, llora su pérdida y siente dolor. En cambio, si por algún casual ese mismo individuo tiene en consideración su sentido de vida en el morir viviendo, aceptará la muerte de su madre no como hecho sorprendente, sino como algo que les sucede a todas las personas.
Es entonces cuando este concepto que proporciona un estilo de vida no queda reducido a la muerte de uno mismo, sino también a englobar, por un ejercicio de identificación con los demás seres perecederos, que los demás seres humanos también son mortales y por tanto también morirán. Si somos capaces de asumir nuestra propia muerte de tal forma que no afecte a nuestra perspectiva vital e incluso como un hecho que potencia nuestro vivir, entonces la muerte de otros nos hará participes de la misma sensación. En tanto que los pensamientos constantes negativos como: «ya no voy a poder pasar más tiempo con él o ella», «debería haber estado a su lado más tiempo», «¿por qué me enfade por esa tontería?»… quedarán resueltos por recuerdos agradables del tiempo que se vivieron con esa persona.
Por otro lado, detrás de esto, reside la característica humana del olvido reconocido por autores como Borges en literatura o especialistas en neurología como Oliver Sacks. Este olvido se define como la capacidad que tiene el ser humano de despreocuparse por asuntos que forman parte del pasado y no van a repetirse nuevamente. Por añadidura, pensar demasiado en hechos futuros también provoca esa misma angustia. Por ende, el morir viviendo será un estado en el que uno se preocupará por el presente y eso aliviará sus angustias pasadas o futuras, entenderá que no tiene sentido angustiarse por ellas porque no se están viviendo. En resumen, el morir viviendo ofrece ese tipo de olvido de cosas negativas en relación con una persona, para simplemente quedarse con el recuerdo de aquello que fue agradable.
En este ensayo he mostrado que el concepto morir viviendo hace el bien vivir. Mediante una serie de objeciones al principio, la primera objeta mediante una frase de Epicuro en defensa de la no preocupación por la muerte, porque cuando está, yo ya no existo. La segunda considera la posibilidad del suicidio ante el hecho de descubrir en el concepto del morir viviendo una ausencia de sentido vital. Los argumentos que he presentado a favor consiguen derrumbar a los otros. En primer lugar, el morir viviendo como dotador de un sentido que propicia la calma y tranquilidad frente a situaciones de conflicto personales. Y en segundo, como un estilo de vida, que arrebatará la angustia o los pensamientos en torno a la muerte de otros.
Quiero concluir con la frase donde el concepto principal de Quevedo aparece: «y lo que llamáis morir es acabar de morir, y lo que llamáis nacer es empezar a morir, y lo que llamáis vivir es morir viviendo». Con todo ello, el autor presenta de manera sustancial en estas frases lo que yo pretendía demostrar en todo este ensayo. Soy consciente de que la muerte no es algo sencillo de acatar en nuestras vidas, resulta demoledor e irremediable no pensarnos como seres inmortales o con la esperanza de no perecer nunca. Parafraseando a Unamuno, el hombre posee un halo de inmortalidad. Pero como espero que haya quedado demostrado, la muerte debe ser aquel dolor de consciencia que haga despertarla y vivir de manera máxima. Es decir, vivir comprendiendo y acatando la muerte como ley de vida.
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- Última modificación: 2023/07/13 08:37
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