Trabajar menos para vivir mejor

Autora: Miriam Griñán Sánchez

A lo largo de la historia, han sido los ciclos estacionales los que han marcado en gran medida la jornada laboral: era la agricultura la mayor fuente de riqueza, se alternaban meses de intensas jornadas laborales con meses de ociosidad, dejando que la naturaleza siguiera su curso.

La Revolución Industrial, a principios del s. XIX, cambió por completo el paradigma laboral, ya que se hubo de acomodar el horario de los trabajadores al de las fábricas de manufacturación, lo que derivó en un incremento en las horas de trabajo con jornadas de 12, 14 y hasta 16 horas al día, terminando además con aquellos meses de ocio a los que el campo obligaba. El trabajo a destajo era constante, peligroso y mal remunerado. Los nuevos movimientos obreros y las luchas sindicales surgidas a raíz de estas condiciones laborales inhumanas hicieron que se pusiera el foco, entre otras cosas, en la duración de la jornada laboral.

En junio de 1919 se funda la OIT (Organización Internacional del Trabajo) que en su Preámbulo, Parte XIII previó “la reglamentación de las horas de trabajo, fijación de la duración máxima de la jornada y de la semana de trabajo”. Aquí en España, las huelgas de marzo y abril de 1919, en Barcelona, consiguieron la implantación de la jornada de 8 horas al día y 48 semanales, siendo el ejemplo seguido por la OIT para su posterior implantación en el resto del mundo: “8 horas de trabajo, 8 horas de descanso y 8 horas de ocio”. Desde entonces, los diferentes convenios firmados a lo largo de las décadas han ido ajustando el tiempo de trabajo de forma progresiva y mediante la negociación colectiva por sectores y empresas. En la actualidad podemos encontrar jornadas semanales de 48 horas en el sector primario, de 40 horas en el sector secundario y el de servicios de carácter privado; y de 35 o 37,5 horas en el sector público.

Hoy nos encontramos ante la necesidad de otra revolución en cuanto a lo que a horas dedicadas al trabajo se refiere, ya que estamos inmersos en una segunda revolución industrial: la revolución tecnológica. El impresionante desarrollo científico y técnico de los últimos cincuenta años, contrariamente a lo que cabría esperar, ha precarizado las condiciones laborales (el teletrabajo hace que pasemos más horas reales trabajando aún estando en casa, por ejemplo) y es percibido como amenaza en aquellos sectores en los que la sustitución de la persona por la máquina es factible. Según diversas teorías, la sociedad actual está abocada al “no trabajo” excepto en sectores muy específicos.

Además de la revolución tecnológica existe también un cambio social, las personas hemos comenzado a valorar mucho nuestro tiempo de ocio y hemos dejado de identificar nuestro oficio con algo que nos define. Somos conscientes de que la persona se desarrolla por medio de aquello que hace fuera de las horas de trabajo, siendo éste sólo un medio de conseguir dinero para hacer aquello que sí la define. Se le ha dado la vuelta al paradigma de “vivir para trabajar”, ya que la vida se encuentra fuera del ámbito laboral; ahora buscamos “trabajar para vivir”.

La reducción de la jornada laboral, que defenderé aquí, parece la solución que mejor se ajusta en ambos casos, ya que aporta más tiempo de ocio y desarrollo personal y reparte el volumen de trabajo. La idea de la disminución de la jornada de trabajo que tenía como fin la seguridad, la salud y el descanso, es completada en la actualidad por la reducción de jornada para crear empleo.

Con la reducción de la jornada laboral se pretende reducir las horas semanales que dedicamos a trabajar. Puede hacerse de diversas formas, como reduciendo los días que se trabaja o las horas diarias. No hay consenso por el momento en el número de horas que se deben hacer en la nueva jornada, pero proyectos piloto en Francia, Finlandia y otros países del entorno han reducido las horas semanales a 30 o 32, haciendo que el trabajador sólo acuda al puesto de trabajo 4 días a la semana o 6 horas de lunes a viernes, sin disminución del sueldo: se trabaja menos horas a la semana pero se sigue cobrando lo mismo de tal manera que el poder adquisitivo no disminuye y se puede seguir consumiendo y haciendo frente a los mismos gastos.

Veamos cuáles son los argumentos que apoyan la reducción de la jornada laboral:

Conciliación: El hecho de tener más tiempo fuera del horario laboral hace que se pueda conciliar más y mejor. Las personas con hijos o personas dependientes a su cargo dispondrán de más tiempo para poder cuidarlos y no precisarán contratar a terceras personas para cubrir ese tiempo, o al menos las necesitarán menos horas, lo que repercute también en un aumento de la capacidad de ahorro del individuo.

Más productividad: El hecho de ir al trabajo menos horas al día o menos horas a la semana hace que la persona no se agote mental y/o físicamente. Está ampliamente demostrado que el cansancio afecta tanto a nuestra capacidad de concentración como de trabajo físico y que en las jornadas de 8 horas, en las dos últimas el trabajador es poco productivo, así como que la productividad es más alta al inicio de la semana que al final de la misma.

Menos gasto sanitario: El tiempo de trabajo produce estrés y cansancio, éstos son los dos principales factores de riesgo de baja laboral por incapacidad (temporal o permanente). El estrés produce problemas de salud mental y el cansancio puede llevar a cometer errores que pueden desembocar en accidentes laborales. Al reducir las horas de trabajo, reducimos el estrés y el cansancio, por lo que disminuye considerablemente el riesgo de bajas laborales, el gasto que éstas conllevan a la empresa y al Estado, y se consigue que los indicadores de salud mejoren.

Aumento del empleo: Una semana laboral más corta o la reducción de horas diarias supone un aumento del empleo, puesto que se debe contratar más personal para cubrir las horas disponibles porque el volumen de trabajo es el mismo. Con más personas en activo, con un sueldo, aumenta el consumo, dinamizando la economía, tanto de la persona como del país; baja el gasto en prestaciones y subsidios por desempleo, y aumenta el número de afiliados a la Seguridad Social, ayudando a mantener el sistema de pensiones.

Ahorro de energía: El hecho de ir menos días a trabajar (o menos horas diarias) hace que se pueda ahorrar energía, bien en transporte y gasolina, pues se reducen los días que se va a trabajar, o bien en el tiempo que se mantiene el lugar de trabajo en funcionamiento, cuando la jornada diaria se reduce. Este ahorro energético repercute no sólo en la economía individual del trabajador, sino también en la de la empresa y, por supuesto, en el medio ambiente.

Por supuesto, esta iniciativa tiene detractores: aquellos que centran su actividad económica en la obtención de grandes beneficios a corto plazo, es decir, las empresas. Veamos sus principales argumentos y cómo son refutados.

Disminución de la productividad: Las empresas sostienen que una reducción de la jornada laboral podría disminuir la productividad debido a que la carga de trabajo aumenta, ya que el trabajador debe asumir el mismo trabajo en menos tiempo, lo que le provocaría estrés, pero esto en realidad no es así: al realizar nuevas contrataciones, la carga de trabajo que antes llevaba una sola persona ahora se reparte entre dos, con lo que, en realidad, el trabajador está más tranquilo, descansado y motivado. Los trabajadores pueden ser más eficientes en su tiempo de trabajo si tienen un mejor equilibrio entre su vida laboral y personal. Este hecho aumentaría la productividad y con ello los beneficios de la empresa, compensando así el aumento de los costes.

Aumento de los costes laborales: Las empresas también argumentan que reducir la jornada laboral aumentaría los costes laborales ya que no reduce el sueldo a los trabajadores que ya vienen a trabajar menos horas y además debe contratar personal para cubrir esas horas. Pagar lo mismo a un trabajador que acude menos horas a trabajar puede parecer carente de lógica, pero si la productividad del trabajador es la misma y la de la empresa aumenta, por las razones expuestas en el argumento anterior, el gasto ya está justificado.

Efectos negativos en la economía: Hay quienes argumentan que una reducción de la jornada laboral tendría efectos negativos en la economía ya que disminuiría la producción y el crecimiento económico. Ya he argumentado anteriormente cómo la producción no se vería afectada, así que me centraré ahora en los efectos en la economía. El hecho de reducir la jornada sin perjuicio alguno en el sueldo hace que el poder adquisitivo del trabajador no disminuya, con lo que puede seguir haciendo frente a los mismos gastos. Es más, el hecho de disponer de más tiempo libre hace que aumente su consumo en actividades de ocio o de otro tipo, estimulando así la economía.

Impacto en la competitividad de las empresas: Algunos críticos sugieren que una reducción de la jornada laboral podría afectar la competitividad de las empresas en los mercados internacionales. Es innegable que vivimos en una economía de mercado en la que existen la libertad de empresa, la competencia y la ley de la oferta y la demanda. Esto puede llevar a una empresa a dudar de reducir la jornada de su plantilla cuando las empresas de alrededor o su competencia no lo hace. Pero las empresas pueden ser competitivas sin necesidad de explotar a sus trabajadores. De hecho, una empresa que implemente una política de reducción de la jornada laboral podría mejorar su imagen y atraer a trabajadores más motivados y comprometidos. Además, hay empresas en todo el mundo que han implementado políticas de reducción de la jornada laboral y han mantenido su competitividad en el mercado global. A nivel nacional, hay empresas que no se podrán permitir esa contratación por tener un estrecho margen de beneficio, como por ejemplo PYMES o pequeño comercio. Una oferta de ayudas estatales a la implementación de la nueva jornada laboral sería una solución para que las empresas no vieran afectada su competitividad.

La reducción de la jornada laboral tiene unos beneficios claros, como la mejora del bienestar del trabajador, ahorro de energía, etc. Los beneficiarios de los mismos somos toda la sociedad, aunque en diferentes tiempos: los beneficios inmediatos repercuten en el trabajador, a medio plazo en la empresa y a largo plazo a la sociedad y el medio ambiente.

Es evidente que la reducción de la jornada laboral tiene grandes detractores, principalmente las empresas y los sectores políticos liberales, y que habrá sectores en los que su implantación sea más difícil, pero estoy convencida de que se pueden encontrar soluciones que se ajusten a cada dificultad.



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  • Última modificación: 2023/11/14 12:49
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