Sobre el fascismo y la religión
Autora: Lola Pérez Guardiola
1. Introducción
La ideología fascista surgió alrededor de la década de 1920 como una respuesta alternativa a la democracia liberal capitalista, predominante en la Europa de entreguerras. Factores como el crack de 1929, la carrera armamentística entre las potencias europeas, o el resentimiento social fueron caldo de cultivo para la exaltación de la fuerza y la violencia, la nación como identidad colectiva y el desprecio hacia el diferente. En el siguiente escrito se pretende refutar la frecuente asociación que se hace entre las ideologías fascistas y la religión cristiana, a menudo interrelacionadas por el componente reaccionario o conservador que suelen promulgar en el ámbito de la política.
La religión católica pertenece a un aparato de pensamiento distinto al del fascismo, adquiriendo éste sus propios elementos de alabanza y sacralidad. Por consiguiente, el objetivo primordial de este ensayo reside en demostrar las profundas divergencias entre el fascismo y el cristianismo, tanto ideológicas como espirituales. Para analizar esta correlación, se pondrá como ejemplo histórico cumbre el fascismo italiano, fundado por Benito Mussolini, y las convulsas alianzas que tuvo con la Iglesia Católica durante su mandato.
2. Desarrollo de argumentos
Cabe resaltar en primer lugar el principio de universalización de la Iglesia Católica. La doctrina social de ésta se basa en que todos los seres humanos son hijos de Dios, sin reparar en la etnia o en la nacionalidad de aquel quien profesa su fe. Si bien el fascismo podría cumplir mínimamente con este sentimiento de hermandad y unidad entre congéneres, esta noción sólo se aplica en un grupo reducido de personas pertenecientes a una nación-estado, las cuales comparten una cultura y unas costumbres herméticas, y profesan su odio al país vecino como muestra de superioridad y glorificación de la nación.
Desde mi punto de vista, Jesucristo no habría propiciado en sus enseñanzas la supremacía de un territorio sobre otro, ni mucho menos tolerado la rivalidad entre pueblos por sus caracteres identitarios. En el Nuevo Testamento queda varias veces manifiesta la voluntad de Cristo de no atacar a otros por sus pasiones exacerbadas1. Mientras que la doctrina cristiana ensalza unos valores de paz, bondad, universalidad y ayuda al prójimo, el motor espiritual del fascismo reside en el éxtasis bélico y en el uso de la violencia como muestra de superioridad con respecto al país vecino, haciendo de la patria una seña identitaria e idealizada como respaldo emocional de la animadversión que se respiraba durante la Europa de los treinta.
Mi segundo argumento girará en torno a las contradicciones teológicas que encontramos en ambos cultos. Por un lado, la piedra angular del catolicismo es la fe y la alabanza hacia una figura suprasensible, en este caso, Jesucristo. La doctrina cristiana nutre sus enseñanzas en dicha devoción, recurriendo en vida a las obras de caridad como expresión de este amor supremo e incondicional. Sin embargo, el fascismo no cree en una figura sobrehumana que trascienda a lo material, sino que otorga una serie de cualidades divinizantes a un líder de carne y hueso. Para cualquier católico, rendir culto o alabanza a un elemento o entidad mundana se traduce en un pecado de idolatría, ya que se estaría perturbando la fe y la devoción hacia Cristo2. Mientras que la figura de Dios trasciende a la materialidad del mundo, la figura del líder carismático, en este caso, de Mussolini, lleva a sus espaldas un proceso de idealización y divinización del gobernante, así como los ideales que promulga. Por tanto, el fascismo discrepa profundamente con el principio de trascendencia que sigue el catolicismo para alabar a Dios como una entidad superior al mundo material.
Tras haber explicado las dos diferencias fundamentales entre ambas doctrinas, como tercer y último argumento, me dispongo a esclarecer el matiz conservador que desprende tanto el catolicismo como el fascismo en sus doctrinas. Por un lado, el dogma católico mantiene una serie de tradiciones de carácter moral, tales como el matrimonio entre hombre y mujer, la abstinencia sexual prematrimonal, la fuerte jerarquización eclesiástica o el rechazo hacia prácticas denominadas “antinaturales” como el aborto o la eutanasia. No obstante, el fascismo apela de manera sensacionalista a un conjunto de valores tradicionales como puede ser la defensa de la familia patriarcal, el nacionalismo y el orden social. Tanto la religión católica como la ideología fascista mantienen una doctrina moral y jerárquica que se decanta por la preservación de costumbres y apela emocionalmente el mantenimiento de los valores establecidos. Sin embargo, ambos cultos difieren tanto en el aspecto social como en el teológico, tal como he argumentado anteriormente. Por tanto, los principios móviles del fascismo y el catolicismo son incompatibles, aunque se aprecie una cierta similitud en sus aplicaciones doctrinales.
3. Objeciones
A continuación me serviré del caso de la Italia Fascista para elaborar una posible objeción a mi tesis. El mandato de Benito Mussolini estuvo caracterizado por las relaciones de conveniencia establecidas entre el régimen fascista italiano y la Iglesia Católica, así como su conciliación mutua que parece denotar una cierta complicidad ideológica. Este contraargumento podría utilizarse para demostrar un nexo común entre la religión católica y la ideología fascista.
Mussolini necesitaba tejer una sólida red de apoyos para asegurar su estancia en el poder, dada la potente influencia de la religión católica en Italia. De esta manera, el dictador se vio obligado a aparcar sus diferencias ideológicas con los eclesiásticos para contar con el apoyo de los sectores políticos más conservadores. Este acuerdo entre Iglesia y Estado se materializó en los Pactos de Letrán de 1929, en los que se consolidaron múltiples privilegios fiscales, políticos y administrativos para el Vaticano, pasando a su reconocimiento como Estado independiente. La reconciliación entre el Estado fascista y la Iglesia Católica lleva a sus espaldas un esfuerzo en combinar sus respectivos aparatos ideológicos. Por ejemplo, Mussolini recurrió al ensalzamiento de la nación italiana como heredera esplendorosa del legado católico, logrando una síntesis atractiva entre ambos cultos. Sin embargo, las políticas de sacralización hacia el líder carismático y la exaltación de emociones viscerales no tardaron en contraponerse con la predicación de los Evangelios de la Iglesia, pues los objetos de culto propios del fascismo comenzaron a opacar la profesión de la fe universal hacia Cristo que trataban de extender las instituciones eclesiásticas. Más concretamente, el sustento ideológico del fascismo en Italia evolucionaba de manera independiente al dogma católico, llegando incluso a adoptar las tesis raciales del nazismo alemán, claramente en contraste con el principio de universalización del catolicismo (Leoni, 1983). Tal vez, este esfuerzo de correlacionar ambas doctrinas resultara efectivo en el aspecto pragmático del ejercicio político, pero no logró eliminar las tensiones doctrinales entre la Santa Sede y el régimen. Estas tensiones surgidas son, a mi parecer, una señal evidente de la incompatibilidad entre ambas doctrinas.
Como segunda y última objeción a mi tesis, alguien podría poner de manifiesto el caso de la dictadura franquista, transcurrida en España entre los años 1939 y 1975 tras la caída de la Segunda República. El llamado nacionalcatolicismo promulgado por Francisco Franco podría representarse como una perfecta aleación entre la doctrina católica y elementos fascistas, tales como el monopolio de la economía bajo el Estado, la militarización de la población, el ultranacionalismo o la defensa de valores tradicionales. De igual manera, la Iglesia Católica supuso un bastión fundamental para Franco y se fundamentó en ella para establecer un régimen autoritario. Sin embargo, el franquismo en su ejercicio político apelaba a una serie de ideales trascendentales ajenos a la tradición católica, como el culto a la nación española o el militarismo, de manera análoga al fascismo en Italia. El pilar ideológico del nacionalcatolicismo se basa en la anexión entre el nacionalismo español y la fe católica, traduciéndose en la afirmación de que todo español debe ser necesariamente católico. De esta manera, la cuestión de la religión y la fe se encuentra subordinada al sentimiento patriótico y la supremacía de la nación española. Además, tanto el régimen fascista en Italia como el franquista establecen una anexión Iglesia-Estado, algo que cohíbe la libertad de la Iglesia para promulgar sus enseñanzas al someterse a los intereses del Estado3. Tal como manifestó el difunto papa Benedicto XVI en su visita a la embajada de Italia ante la Santa Sede, la separación Iglesia-Estado constituye una condición de progreso, procurando moral y espiritualmente al ciudadano a acercarse a Dios y a la doctrina católica con total conciencia y sin coerciones (Opus Dei, 2008).
4. Conclusiones
Para finalizar, asisto de nuevo a mi tesis, basada en la incompatibilidad entre la ideología fascista y la religión católica por sus contradicciones internas. El fascismo adquiere sus propios elementos de veneración, por lo que rompe con el principio de universalización de la Iglesia Católica, e incumple la condición de culto único hacia Jesucristo. Ambos aparatos de pensamiento mantienen unos principios base radicalmente distintos, por lo que colisionan irremediablemente. Aunque, en una primera instancia, el catolicismo y el fascismo puedan conjugarse por su apelación al conservadurismo y a ciertos valores tradicionales, la necesidad de superponer sus fundamentos descarta la posibilidad de retroalimentarse de manera sincera y coherente.
5. Referencias consultadas
Opus Dei (2008, Diciembre) El Papa: la separación Iglesia-Estado, "progreso para la humanidad".
1 Se habla de la paz entre todos los hombres, al igual que con Dios. Véase Santiago 4:1-4 .
2 Éxodo 20:3-5 enseña a los cristianos a no alabar figuras o imágenes mundanas por encima de Dios.
3 Véase Mateo 22:21. Se aprecia en la afirmación de Jesucristo una distinción entre las autoridades civiles y Dios, dándole a cada cual lo que le corresponde, sin intercalar las responsabilidades terrenales con las espirituales.

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- Última modificación: 2025/07/17 07:51
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