Junio de 2016

Estamos de nuevo en campaña electoral. Queda apenas una semana para el 26J. En cierto modo, se trata de una segunda vuelta del 20D de 2015, tras la pérdida de la mayoría absoluta por parte del PP, la crisis del bipartidismo (PP y PSOE), la irrupción de los partidos emergentes (Podemos y Ciudadanos) y el fracaso de las negociaciones entre los viejos y los nuevos partidos para formar gobierno.

De hecho, los primeros sondeos electorales han confirmado dos fenómenos que se evidenciaron ya el 20D de 2015, y que han sido precisamente los que han dificultado la formación de un nuevo gobierno: el paso del bipartidismo al cuatripartidismo y, al mismo tiempo, el equilibrio entre los dos grandes bloques ideológicos de la derecha (PP-Ciudadanos) y la izquierda (PSOE-Podemos-IU), con una cierta ventaja en votos de la izquierda y una cierta ventaja en escaños de la derecha, debido a la ley electoral y a la fragmentación del voto entre Podemos e IU.

Sin embargo, los últimos sondeos indican algunas tendencias novedosas: el PP se recupera ligeramente a costa de Ciudadanos, pero la suma de ambos pierde escaños, por el ascenso de sus oponentes de la izquierda “radical” o “populista”; en efecto, Unidos Podemos capitaliza la nueva confluencia de fuerzas de izquierda (Podemos, IU, Equo y las Mareas) y crece en votos y en escaños, tal y como habíamos pronosticado quienes desde la irrupción de Podemos defendimos los procesos de convergencia a escala municipal, autonómica y estatal; en cambio, el PSOE retrocede de nuevo en votos y en escaños, y desciende hasta mínimos históricos; pero lo más relevante de todo no es la “polarización” PP-Unidos Podemos, como se viene diciendo, sino que el bloque de izquierda (Unidos-Podemos y PSOE) crece con respecto al bloque de derecha (PP y Ciudadanos), hasta el punto de que puede conseguir la mayoría absoluta en escaños o quedarse muy cerca de conseguirla.

Si esta última tendencia se confirma el 26J, el PSOE ya no tendría excusa alguna para no pactar con Unidos Podemos un gobierno de coalición, y en tal caso estaríamos ante el inicio de una nueva etapa política en la historia de la democracia española. Esperemos que sea así, porque España y Europa lo necesitan.


Última actualización: junio_2016 19/06/2016 12:34

La periodista Rosario G. Gómez acaba de publicar una crónica titulada "Anunciarse en inglés es de paletos" (El País, 16 de junio de 2016). Pero el paletismo, papanatismo o esnobismo del inglés no se da solo en la publicidad, sino también en la educación, en las universidades, en la investigación, en la cultura… A fin de cuentas, el actual dominio lingüístico del inglés no es sino una expresión del actual dominio político, económico, social y cultural de las potencias anglófonas, con Estados Unidos a la cabeza.

Sobre la relación entre la lengua y el imperio, conviene recordar las célebres reflexiones del humanista español Antonio de Nebrija en el prólogo a su Gramática castellana (1492), dirigido a la reina Isabel la Católica, precisamente en los inicios del imperio español como primer imperio global de la historia:

“…que siempre la lengua fue compañera del imperio: y de tal manera lo siguió: que juntamente comenzaron, crecieron y florecieron, y después junta fue la caída de entrambos, y dejadas agora las cosas muy antiguas de que a penas tenemos una imagen y sombra de la verdad: cuales son las de los asirios, indios, sicionios, y egipcios: en los cuales se podría muy bien probar lo que digo: vengo a las más frescas: y aquellas especialmente de que tenemos mayor certidumbre: y primero a las de los judíos…”.

Tras estas palabras, Nebrija hace una breve historia de la lengua judía, de la lengua griega y de la lengua latina, mostrando cómo crecieron y decrecieron en paralelo al auge y caída de sus respectivos pueblos. Y, a continuación, describe la génesis y expansión de la lengua castellana, paralelas a la génesis y expansión del reino de Castilla.

Pero volvamos al presente de la lengua castellana. Todos los profesores (de primaria, de secundaria y de universidad) nos quejamos del mismo problema: los niños y jóvenes españoles tienen dificultades para comprender y expresarse correctamente en su propia lengua, verbalmente y por escrito. Y esto es debido no solo a las carencias culturales de la generación de sus padres, sino también al hecho de que se están socializando en la Galaxia Internet y en la cultura audiovisual.

Estas dificultades de comprensión y de expresión lingüística no afectan solo a los resultados académicos en la asignatura de Lengua y literatura españolas, sino que repercuten en el conjunto de las materias del curriculum educativo: humanísticas, artísticas, científícas y filosóficas. Sin embargo, las administraciones educativas (del gobierno central y de los gobiernos autonómicos) presumen de promover las TIC y la docencia en inglés como si fueran la garantía de una educación de calidad. Todavía no se ha afrontado en España un verdadero debate sobre los problemas de la educación en el siglo XXI (a pesar de que tenemos el porcentaje de abandono escolar temprano más alto de la Unión Europea), porque todas las reformas educativas han estado mediatizadas por la rivalidad política e ideológica entre PP y PSOE, por el poder de la Iglesia católica y por el conflicto lingüístico y territorial con Cataluña (y, en menor medida, con el País Vasco, Galicia y la Comunidad Valenciana).

La lengua castellana también tiene un grave problema en las universidades españolas, especialmente en el campo de la investigación, la difusión y la evaluación del conocimiento. Se da una curiosa paradoja: España es el país europeo que recibe a más estudiantes extranjeros a través del Programa Erasmus, deseosos de conocer la lengua y la cultura españolas; sin embargo, las autoridades políticas y académicas -y las todopoderosas agencias de evaluación del conocimiento: ANECA, CNEAI y ANEP- están empeñadas en privilegiar todo lo que se enseñe, investigue y publique en inglés, aunque sea mediocre o completamente irrelevante. Cuando se habla de “internacionalizar” a nuestras universidades, siempre se da por supuesto que se trata de “anglofonizarlas”, como si los países no anglófonos (europeos, africanos, asiáticos y, en especial, iberoamericanos) no formasen parte de la comunidad internacional. Se arguye que el inglés es la lingua franca global, como si se tratase de un destino incuestionable. En realidad, ese “destino” ha sido impuesto en las últimas décadas por el llamado "capitalismo académico", del que ya me he ocupado en este cuaderno de notas y en mi artículo "La universidad en la sociedad global" (Isegoría. Revista de Filosofía Moral y Política, 52, enero-junio 2015, pp. 13-37).

La España democrática, tal vez debido a la secular resistencia hispana a los procesos de modernización política, económica, social y cultural, y, sobre todo, a los cuarenta años de nacionalcatolicismo franquista, sufre hoy un profundo complejo de inferioridad con respecto a las grandes potencias occidentales y, en especial, con respecto a los países anglófonos. Lo que se hace en España solo es valioso si se produce y se difunde en otra de las grandes lenguas euro-atlánticas: francés, alemán y, sobre todo, inglés. Esto es especialmente grotesco en el caso de las creaciones basadas en la riqueza cultural de la propia lengua, como sucede en el campo de las artes, las ciencias y las humanidades. Basta comparar el enorme eco mundial que ha tenido el cuarto centenario de la muerte de Willian Shakespeare y el eco mucho menor que ha tenido el paralelo cuarto centenario de la muerte de Miguel de Cervantes.

Lo sorprendente del papanatismo de nuestras élites políticas y académicas es que ignoran no solo la tradición histórica de la lengua española y su enorme riqueza expresiva y cultural, sino también su actual condición de lengua global. El español es hoy una de las cuatro lenguas globales, junto con el inglés, el chino y el árabe. Tras el chino mandarín, es la segunda lengua del mundo por el número de personas que la hablan como lengua materna: 427 millones. Es la tercera lengua por el total de hablantes (560 millones), tras el chino mandarín y el inglés. Además, es uno de los seis idiomas oficiales de la ONU y es también idioma co-oficial en las principales organizaciones políticas, económicas y culturales internacionales.

Así que no estamos solamente ante una mera cuestión de paletismo en nuestros hábitos de consumo, como dice Rosario G. Gómez en su crónica, sino ante una importante cuestión de política educativa, científica y cultural, que hasta ahora no ha sido afrontada adecuadamente por los gobiernos y las autoridades académicas de nuestro país.


Última actualización: junio_2016 17/06/2016 12:59

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  • Última modificación: 2016/06/19 17:39
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