Lo que no se dice de los psicofármacos

Autora: Luna Abril Francoy

En los últimos años, se ha dado encarecida importancia a la salud mental de la población a la hora de medir el bienestar de una sociedad. Se ha puesto de moda la autoayuda, el coaching y se ha llevado a cabo una relativa desestigmatización de la psicología y psiquiatría como formas de tratar todo tipo de problemas de salud mental.

Un artículo de RTVE dice así: “Desde que comenzó la pandemia, un 6,4% de los españoles ha acudido al psicólogo o al psiquiatra por algún problema, sobre todo trastornos depresivos o de ansiedad, y al 5,8% de la población se le prescribieron psicofármacos, como ansiolíticos, antidepresivos y reguladores del sueño” (RTVE.es, 2021). Como muestra el artículo, tras la pandemia esta tendencia se ha agudizado, pero, desde luego, es anterior a esta. Esto es de especial importancia para el tema que en este ensayo nos atañe; en España, así como prácticamente en todo el mundo, se ha normalizado y extendido el uso de psicofármacos para tratar desde trastornos mentales severos, como las psicosis o los trastornos de ansiedad, hasta problemas tan comunes como la dificultad para dormir o para concentrarse.

Con la extensión de dicho uso de los psicofármacos –que, en gran cantidad de casos, es prolongado en el tiempo– ha surgido, naturalmente, disidencia de opiniones al respecto. La psiquiatría, como la psicología, ha progresado a lo largo de los años en cuanto a fiabilidad y rigurosidad científica (ya no se trata a las mujeres con supuesta histeria con descargas eléctricas en los genitales, ni se llevan a cabo lobotomías para hacer a los pacientes más dóciles y calmados), por lo que, socialmente, se otorga una confianza contundente a las autoridades médicas a la hora de recetar dichos fármacos.

No obstante, también ha surgido, en menor medida, la desconfianza y la duda. ¿Es, realmente, beneficioso y carente de peligro el uso de estos psicofármacos? ¿Su prescripción es segura? ¿Estamos sobreempastillando a la sociedad?

Pues bien, uno se inclina a pensar que, si los médicos, que son profesionales formados y expertos en su campo, aconsejan el uso de estos fármacos, han de ser fiables. ¿Cómo van a estar equivocados tantos y tantos psiquiatras? ¿Acaso nos engañan los médicos? Pero, al usar este razonamiento estamos dejando fuera de la ecuación un factor significativo: las farmacéuticas son un negocio.

La industria farmacéutica es exactamente eso, una industria. No deja de estar dentro del sistema capitalista; está movida por la máxima del beneficio económico. Esto se nos presenta claramente al observar cómo funciona el mundo de las patentes.

Según la Oficina Española de Patentes y Marcas (OEPM), una patente es “un título que reconoce el derecho de explotar en exclusiva la invención patentada, impidiendo a otros su fabricación, venta o utilización sin consentimiento del titular” (De Patentes Y Marcas, s. f.). Al inventar un medicamento, el inventor tiene su propiedad intelectual, es decir, su patente. Puede venderla a empresas farmacéuticas, que adquieren el derecho de manufacturar, distribuir y vender dicho medicamento. Nadie puede fabricar ni investigar acerca del fármaco sin el permiso de aquel que posee la patente.

Así, toda la industria farmacéutica está controlada por multinacionales, cuyo propósito, como bien sabemos, no es otro que obtener el mayor beneficio económico posible. Son estas multinacionales las que deciden cuándo, dónde y a qué precio se venden los medicamentos. Además de invertir cantidades desmesuradas de dinero en el personal médico, influyendo así en su proceso de toma de decisiones a la hora de recetar uno u otro medicamento.

No obstante, que la industria farmacéutica sea un negocio no es motivo suficiente para desconfiar del uso de los psicofármacos. Hoy en día prácticamente todo es un negocio, hacen falta razones de peso para sospechar de los medicamentos. Pero lo cierto es que las hay; existen razones contundentes para renegar del uso de psicofármacos a largo plazo.

En julio de 2021, James Davies, profesor titular de Antropología Social y Psicoterapia en la universidad británica de Roehampton, publicó un libro cuyo título original es Sedated: How Modern Capitalism Created Our Mental Health Crisis (Sedados: Cómo el Capitalismo Moderno Creó la Crisis de Salud Mental). En él, recopila distintos estudios cuyos resultados demuestran que el uso prolongado de psicotrópicos no solo no es beneficioso, sino que es activamente perjudicial para los problemas de salud mental.

Así es, se ha tratado de tachar el discurso contra los antipsicóticos como negacionista o conspiranoico, pero los datos no mienten: en una inmensa mayoría de casos (por no decir en todos ellos), el uso de, por ejemplo, antidepresivos, entorpece el proceso de mejora de los pacientes.

En uno de los estudios que incluye el libro se separó a un grupo de pacientes con depresión en dos grupos más pequeños, a uno les suministraron antidepresivos y al otro no. Después de tres meses, el primer grupo dejó de mejorar, mientras que el segundo siguió haciéndolo. De hecho, se apela incluso a que, en los casos de depresión severa en los cuales los antidepresivos parecen tener alguna eficacia, esta es atribuida al efecto placebo que experimentan los pacientes al notar los efectos secundarios del medicamento.

Uno podría preguntarse: “bien, los psicotrópicos son perjudiciales en casos de ansiedad o depresión y es conveniente prescindir de ellos, pero ¿cómo podemos tratar casos de trastornos mentales graves como la esquizofrenia o la bipolaridad?” Pues bien, aunque resulte chocante, muchos estudios recopilados también en el libro de James Davies reflejan que, incluso en los casos de tal gravedad, los psicofármacos son un obstáculo para la mejora del paciente. Una prueba de esto la encontramos en la página 64: “En aquel momento, dicho hospital acababa de dar de alta a 269 pacientes de mediana edad, todos con un diagnóstico de esquizofrenia. Pasados veinte años, el equipo de investigación consiguió localizar a todos los pacientes de esa cohorte que seguían vivos (168) para averiguar cómo se había desarrollado su vida. Constataron con satisfacción que un 34 por ciento del total se habían recuperado por completo (…). Pero a continuación el equipo investigador también descubrió un dato inesperado: ese 34 por ciento tenía en común el hecho de que todos habían «dejado de medicarse desde hacía tiempo»“.

Adentrándome en el tema de los efectos secundarios, muchos profesionales afirman que, además de los efectos físicos como mareos o dificultad para dormir, en muchos casos, los antidepresivos pueden provocar problemas de adicción o incluso tendencias suicidas. Y aun con esto, los psicofármacos siguen recetándose.

A lo largo de la historia, la enfermedad mental ha sido interpretada de infinidad de maneras diferentes. Hoy en día, se dice que es un producto de la frenética vida en el mundo moderno, o bien una vía de escape que crea el cerebro ante esta. Sea como sea, una cosa está clara: mientras se pueda obtener un beneficio económico a través de la enfermedad mental, se hará. Incluso si esto significa enganchar a los pacientes a fármacos peligrosos para ellos.

¿Significa esto que debamos tomar una actitud catastrofista y oponernos radicalmente a cualquier tratamiento contra la enfermedad mental? Para nada. De hecho, puesto que cambiar completamente el flujo del mundo postindustrial es una tarea larga y complicada, la psicología y la psiquiatría ofrecen herramientas y ayudas eficientes a la hora de enfrentarnos a la neurosis que provoca este nuestro mundo contemporáneo. Ahora bien, de lo que sí debemos desconfiar y oponernos en rotundo es al uso prolongado de drogas para combatir dicha neurosis, ya que se ha demostrado, como ya he dicho, que son perjudiciales para el proceso de mejora de los pacientes.

Lo pertinente sería optar por opciones que han demostrado ser infinitamente más ventajosas, como las terapias individuales o grupales. Pero es importante que nos informemos bien de los efectos reales que tienen los medicamentos que se nos ofrecen a la hora de tratar algo tan frágil y crucial como lo es nuestra mente.

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  • Última modificación: 2023/10/16 16:26
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