¿La mejora de la calidad de las cárceles supone un descenso de la tasa de reincidencia y delincuencia?

Autora: Paula Serrano Gómez

Tanto en la Constitución Española en su artículo 25.2 como en el Título Preliminar de la Ley General Penitenciaria se expone la prisión como pena privativa de libertad que tiene el objetivo de la reeducación y la reinserción del condenado, a través del sistema progresivo donde además el recluso obtiene mejoras en su estancia en prisión en función del buen comportamiento demostrado (Fustero, 2019).

La prisión de Aranjuez se encuentra en el top cinco de los mejores sistemas carcelarios del mundo; a pesar de ello, España se encuentra en el décimo puesto de países de la Unión Europea con más población reclusa por habitante. Es esto lo que me hizo preguntarme sobre si la calidad de las cárceles es un dato que tomar en cuenta a la hora de preguntarnos sobre la tasa de delincuencia y sobre todo de reincidencia de un país. La tesis que yo defiendo en este ensayo es que sí, que una mejora tanto en las cárceles como en el sistema penitenciario en general conllevaría una menor tasa de reincidencia por parte de los delincuentes, así como respetar las leyes ya vigentes que declaran el derecho de los presos a que no se violen sus derechos como humanos y a distintos programas tanto de rehabilitación como de reeducación.

Como ya he dicho, España se encuentra entre los países con mejores cárceles de la Unión Europea, los reclusos cuentan con acceso a educación de cualquier nivel, así como con la posibilidad de comunicarse con el exterior y con instalaciones deportivas. Sin embargo, no podemos negar que obviando estos detalles materiales y mirando más allá, las cárceles tanto en España como en la mayoría de los países del mundo son instrumentos de castigo y se utilizan para apartar a los reclusos, que son un problema para ellos mismos y/o para la sociedad.

Se podría decir entonces que la teoría es contraria a la práctica: la prisión no es un lugar de aprendizaje y crecimiento personal, no es un lugar en el que poder reflexionar y replantearse el estilo de vida anterior, sino un lugar en el que estar sometido a una institución castigadora. La función principal de la cárcel como institución es entonces la seguridad (Rodríguez, 2019).

Es un hecho que la gran mayoría de las cárceles se rigen por la ley del más fuerte. El preso, para adaptarse correctamente a la prisión, ha debido de crear relaciones de conveniencia que le otorguen un estatus de poder frente a otros. En las cárceles existe una escala social muy marcada donde los grupos de poder ejercen violencia sobre el resto para mantenerse en su posición.

Esta escala es reforzada por la propia estructura de la cárcel. Hay cárceles como la de Madagascar donde conviven decenas de reclusos en una habitación de pocos metros, donde duermen unos hacinados con otros sin apenas poder moverse. Podríamos achacar esto a la pobreza del país, pero la sobrepoblación es un grave problema en casi todas las cárceles. Sin ir más lejos en España, según el Artículo 19.1 de la Ley General Penitenciaria, cada preso ha de contar con una habitación individual, algo que muy pocas veces se cumple: por cada 100 celdas disponibles la Administración aloja alrededor de 120 presos, lo que no solo produce hacinamiento físico sino también psicológico.

Su arquitectura tampoco ayuda a la reinserción del condenado en la sociedad, ya que los presos viven entre muros, sin color y sin apenas decoración encerrados tras unos barrotes. No tienen lugares donde poder buscar un poco de intimidad y están obligados a convivir con personas que no conocen las 24 horas del día (Rodríguez, 2019).

Y no es un tema baladí pues una situación tan sencilla como la soledad de un interno en su celda le aportará, además de intimidad, muchos otros beneficios, como encontrar un momento de silencio, fundamental para el bienestar emocional, para poder reflexionar acerca de su vida y cómo sus decisiones le influyen tanto a él como a los que le rodean. Además, la soledad potenciará en el interno su independencia y autonomía personal (Fustero, 2019).

Todo esto unido a la convivencia en un espacio que no reconocen como suyo, al miedo y a los escasos espacios dedicados al ocio con el fin de facilitar el control y la vigilancia de los presos, pueden llevar a problemas y a una mala adaptación al medio que les rodea.

Un claro ejemplo de esto es la reciente polémica con los presos en El Salvador, donde el presidente Nayib Bukelele exhibe a los pandilleros presos y los utiliza como un instrumento para trasladar el miedo a todos aquellos pandilleros que se encuentren por las calles de este país. Es así como este fenómeno ha producido una migración de los pandilleros hacia los países de alrededor. En los vídeos compartidos por el propio presidente y otros organismos, se muestra a los presos corriendo en ropa interior blanca, con las manos en la nuca, en sus rostros se aprecia sin lugar a dudas el terror hacia los carceleros bajo cuyas órdenes estos se hacinan en el pabellón, o suben a los autobuses para ser trasladados a otra cárcel de máxima seguridad. “Esta será su nueva casa, donde vivirán por décadas, mezclados, sin hacerle más daño a la población”, ha afirmado el mandatario salvadoreño (El País, 2023).

A pesar de que en esas cárceles se han cometido graves delitos contra los derechos humanos por parte de los carceleros, tales como violaciones o muertes bajo custodia, hacinamiento extremo o detenciones masivas, esta conducta hacia los pandilleros ha sido aplaudida por parte de la población mundial. Algunos de los argumentos que presentan a favor de este comportamiento se basan en que es así, mediante el miedo y la exhibición de este, la manera en la que se conseguirá que menos personas cometan delitos, ya que, si la cárcel les produce miedo, harán lo que sea para evitar ir allí.

En el caso de que así fuera, ni siquiera eso sería una razón suficiente para violar de esa manera los derechos humanos, pero no es el caso. La violencia solo genera más violencia, se puede controlar a ciertos individuos con miedo, y eso está totalmente claro, pero lo que se les enseña cuando se hace eso no es ni más ni menos que la violencia es la solución, que cuanto más fuertes sean y más miedo les tengan tendrán en consecuencia más poder. No se les enseña una forma nueva de relacionarse con la sociedad, ni con su entorno. El miedo es un buen mecanismo de control, pero su efecto es limitado; se puede controlarlos mediante él, pero una vez que no se pueda porque el preso ha salido de la cárcel y ya no está bajo custodia se habrá devuelto a la sociedad un mejor criminal, no un mejor ciudadano.

A los presos no les enseñamos a obedecer la ley si la quebramos, y no les enseñamos respeto por las reglas si las violamos (como violamos la norma que establece la función educadora de la prisión o el convenio de derechos humanos). Cómo los guardias se relacionan el uno con el otro y con los prisioneros es la manera más poderosa de enseñar al criminal a formar parte de una comunidad cívica (Seguridad Ciudadana, 2014).

Otros argumentos defienden que los presos tienen lo que se merecen y que si mejorásemos sus condiciones les estaríamos premiando de cierta manera por su conducta. Esto nos remite al primer párrafo, en el que la Constitución recoge que la cárcel debe ser una estancia donde se enseñe a los internos a reincorporarse en la sociedad de una manera mejor; además, la restricción de su libertad ya se considera suficiente castigo. Es por ello por lo que dependiendo de lo grave que sea el crimen que han cometido les restringen más o menos la libertad tanto dentro de la misma cárcel como en el tiempo que han de permanecer dentro de ella. Nosotros no debemos ser jueces de nadie ni mucho menos rebajarnos a su nivel intentando devolverles el dolor que sentimos, es la justicia la que se encarga de “hacerles pagar” por lo que han hecho.

Además, no nos olvidemos de la escala que hemos mencionado antes, los individuos que más suelen sufrir y más miedo pasan en las cárceles son los más débiles, los que no ejercen control sobre el resto o no tienen poder suficiente. No se trata de un “ojo por ojo diente por diente”, ya que son los individuos más peligrosos los que menos suelen sufrir en los organismos penitenciarios.

Dudo que las cárceles puedan llegar a ser perfectas en algún momento, pero si no ponemos nuestros esfuerzos en hacer mejores personas a los reclusos nos estamos perjudicando a nosotros mismos. ¿Acaso nos da derecho que una persona haya cometido cualesquiera que sean sus crímenes para mirar a otro lado y dejar que otros paguen las consecuencias cuando son 11.7 millones de personas las que están recluidas en el mundo? No creo que podamos llegar nunca al nivel de no necesitar cárceles, ya que hay delitos más o menos graves y personas más o menos peligrosas que siempre será necesario aislar durante un tiempo para intentar enseñarlas a reinsertarse.

A pesar de esto hay muchos ejemplos que poder tomar para llevar a cabo un tipo de justicia que se parezca en algo a la que aparece en las leyes. En Noruega, hace alrededor de 20 años se impuso un sistema penitenciario mucho menos castigador que el nuestro y, en consecuencia, la tasa de reincidencia bajó. El sistema penitenciario nórdico considera que tanto el centro penitenciario como el trato recibido en él deben parecerse lo máximo posible al tipo de vida y sociedad que se va a encontrar el interno una vez cumpla condena y se reincorpore a la sociedad (Fustero, 2019). Allí las cárceles están decoradas y resultan una vivienda real para los presos. Cada uno cuenta con una habitación individual y adornada, como si se tratase de la de una casa. Además no se encontrarán muros, alambrado ni rejas, los cuales, de estar, se esconden tras una frondosa vegetación.

La Directora de los servicios penitenciarios noruegos explica: “Tratamos cada caso de modo individual. Aquellos en los que la sentencia es más severa, las condiciones de encarcelamiento también pueden ser más duras, es decir, habrá menos relación con los demás reclusos y más restricciones”. Existe por tanto un grado de reclusión individualizado a cada interno. (Fustero, 2019).

Los internos además poseen programas educativos y de formación de obligado cumplimiento al principio de su estancia. Cada preso cuenta con un empleo remunerado y él mismo decide en qué gastarse su nómina, no como en España donde los programas dedicados a la ayuda hacia los presos ya sean de formación o de rehabilitación no se practican en todos los centros ni mucho menos a este nivel. Y, a pesar de que todos los presos tienen derecho a poder realizar un empleo (por el Real Decreto 782/2001), la realidad es que en muchos casos no es posible y, aunque lo sea dentro de la cárcel, al salir al exterior se encuentran en una situación de marginación y rechazo. Todo esto conlleva que sientan frustración tanto con el sistema como con ellos mismos.

Otra alternativa serían los tratamientos no privativos de libertad o los programas de corrección comunitaria. En Australia existen tribunales de narcóticos desde 1999 y la conclusión es que se logra reducir la reincidencia de forma más efectiva que con las condenas tradicionales (El Diario, 2019). Estos tribunales les aportan a los criminales con problemas de abuso de sustancias un tratamiento intensivo de rehabilitación, así como supervisión. También existen jurisdicciones especializadas en criminales que padecen enfermedades mentales. Según el sistema de corrección comunitaria los criminales tienen un supervisor con el que contactan constantemente y que tiene la tarea de guiarlos hacia programas educativos, trabajo comunitario y programas de rehabilitación de corrección del pensamiento y comportamiento antisociales.

Estos, por supuesto no son aplicables en todos los casos. Sin embargo, de aplicarlos, obtendríamos muchísima menos sobrepoblación en las cárceles, además de ayuda a la comunidad, y se haría posible un mayor acercamiento hacia el preso y un mejor trato.

En conclusión, que estemos en un alto puesto de calidad en las cárceles no significa que no tengamos muchas cosas que aprender. Una mejora del sistema penitenciario llevará mucho tiempo y dinero, pero ganaremos en seguridad y calidad de vida, tanto los presos como los que no lo son. En mi opinión, creo que es algo muy importante y que se debería de tener en consideración. Podemos seguir el ejemplo de muchos países que ya están llevando a cabo algunas reformas o las llevan a cabo desde hace mucho tiempo.

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  • Última modificación: 2023/10/23 15:20
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