AÑOS DE PEREGRINAJE
Gracias Goethe, muchas gracias Schubert
Nací en Algeciras (Cádiz), en la Isla Verde, en 1953, frente al Peñón de Gibraltar. Hijo de valenciano y de bilbaina, a los dos años llegamos a Águilas y de allí soy. Una infancia frente al mar, con escapadas en Julio a Valencia y en Agosto a Barcelona. Por eso Valencia, Barcelona, Madrid o Bilbao son ciudades y geografías de siempre, los paisajes de mi memoria. Soy español, en cualquier sitio me encuentro bien y me reconozco. Me ha costado, pero sé quien soy.
En unas pocas líneas voy a tratar de condensar lo que es un trayecto biográfico, académico y vital, donde la filosofía está presente desde los años preuniversitarios. Música, Literatura, Poesía y Filosofía, además de la alta divulgación científica han sido constantes desde la adolescencia.
En Águilas asistí a las clases de Madame Nancy Maza, francesa de Saint Etienne, la profesora que me enseñó a leer y amar la lengua y cultura gala, de este modo entré en la clave del universo, descifrando sus signos y símbolos. El amor al saber, a la literatura, a nuestros clásicos (y a los franceses), su admiración por Unamuno, las redacciones (la eterna composition), el afán de leer, ligado a una educación laica alejada de los principios del nacionalcatolicismo en aquella España de los años cincuenta y sesenta (no dábamos religión ni se cantaban himnos y gritos/vivas de rigor, sólo tablas de multiplicar, ríos y las provincias de España), marcaron el inicio de lo que Arturo Barea denominó “la forja de un carácter”.
LA ACTITUD FILOSÓFICA
El encuentro con la filosofía académica lo realice en el Bachillerato, entonces en 6º curso, recuerdo que el libro utilizado era el de Eugenio Frutos, a quien muchos años más tarde, valoré intelectualmente por las referencias de José Gaos. Pero más que el descubrimiento del continente filosófico, de abordar cuestiones distintas y abstractas, lo que me subyugó fue la perspectiva, la mirada que el profesor de filosofía, Carlos Collado, en el Instituto Carlos III de Águilas, desplegaba sobre una serie de cuestiones – aparentemente dispares entre sí – pero que me hacían sentir diferente y sentir ese entusiasmós, ese palpito sin el cual es imposible dedicarse a la filosofía.
Así descubrí la actitud filosófica: crítica, al modo kantiano, insatisfecha ante la realidad cultural y social de la España de finales de los 60 y con los anhelos propios de la edad adquirí un compromiso con la justicia y la libertad que intento perseverar día tras día. No se me olvida aquél día en que nuestro profesor nos mostró la revista Triunfo, su lectura me puso en contacto con referencias bibliográficas y planteamientos donde la cultura no era algo accesorio o mera jerga en busca de la filosofía eterna y perenne. También nos recomendó el manual de Hirschberger, de este modo me inicié en la Historia de la Filosofía con ese texto clásico que para algunas cuestiones y autores resiste muy bien el paso de los años; junto al excelente libro de Juan Carlos García-Borrón, muy ligado a mi profesor por haber sido Catedrático de Filosofía en el Instituto de Bachillerato Ibáñez Martín de Lorca, Filosofía y Ciencia, fue una lectura magnífica para acabar de convencerme de ese estupidiario, que en pleno siglo XXI sigue in crescendo, de la férrea y alicorta división entre letras y ciencias. No se puede hacer filosofía sin conocimiento de la ciencia. Lo que Snow llamó “las dos culturas” y su rígida separación – a juicio de quien escribe estas líneas – es responsable en muchos aspectos de los lastres de la formación de nuestros jóvenes.
Es así como sentí el thaumatsein, el asombro-admiración-ensimismamiento y previo a mi ingreso en la Universidad de Valencia, dediqué un inolvidable verano a Parménides y Heráclito, los queridos presocráticos, junto a la lectura de la Introducción a la metafísica de Heidegger y Ortega. En esos años Alianza Editorial publicó en edición de bolsillo las principales obras de Sigmund Freud que también se convirtieron en una referencia para mis estudios universitarios.
VALENCIA, LA FILOSOFÍA
Mi llegada a la Facultad de Filosofía de la Universidad Literaria de Valencia fue al curso siguiente de producirse un acontecimiento en la renovación de la filosofía en España, me refiero al III Simposio de Lógica y Filosofía de la Ciencia , que, organizado por el Manuel Garrido y la revista Teorema, se celebró en Valencia en 1971, presidido por José Ferrater Mora. Esta Facultad ofrecía el mejor de los panoramas posibles de la filosofía académica en España: Fernando Montero Moliner, Manuel Garrido, mi inolvidable amigo Pepe Blasco (Josep Lluis), Rafael Beneyto, Laureano Robles, junto a PNN que despuntaban como Sergio Sevilla, Guillermo Quintás o Alfonso García Suárez, ofrecían una constelación de la actualización de las tradiciones filosóficas españolas, Fenomenología, Existencialismos diversos, Estructuralismo, Lógica, Filosofía de la Ciencia, Marxismo (los dialécticos), Wittgenstein, Austin, etc… toda la filosofía analítica y el Neopositivismo del Círculo de Viena (los analíticos). También, Metafísica perenne, con Rosado, que ese mismo año se trasladó, dejando a Alejandro Llano, riguroso profesor y buen conocedor de los clásicos, Aristóteles, Kant, Hartmann y la filosofía contemporánea.
Además de variopinto, tanto contraste era enriquecedor. El Plan de Estudios constaba de un curso introductorio (común) y cuatro de especialidad de Filosofía (con pocas optativas), todavía pienso que es de lo mejor que ha existido en los planes de estudio de la Universidad española. Esta particular paideia no se nutría sólo de los aspectos académicos, en aquella Valencia, la cultura estaba omnipresente: los ciclos de conferencias, desde Castilla del Pino a García Calvo, los conciertos matinales de los sábados en el cine Martí, los libros que me prestaba Cecilio Alonso (toda la poesía del 27, la novela española del XIX o del realismo social de posguerra), el cine Xerea donde me empapé de la historia del cine, etc. Todo ello contribuía a que fuera un estudiante que disfrutaba con lo que hacía pues la cultura ha sido siempre una parte fundamental en mi modo de entender la vida.
A partir del Tercer curso de carrera hubo incorporaciones de profesorado que resultaron cruciales para la formación (en el sentido de Bildung) de quien les habla. Manuel Jiménez Redondo y sus comentarios de texto sobre Ética, nos descubría a Habermas a la par que lo traducía al castellano; Navarro Cordón con su rigor para comentar a Aristóteles, Kant, Hegel, Heidegger o Adorno; Félix Duque te informaba de cuestiones novedosas como la Antropología de Gehlen o de la ontología dialéctica de los Grundrisse de Marx. Y siempre, en el Departamento de Metafísica, desde que entré en la Facultad y era alumno de Fundamentos de Filosofía, la amabilidad y el saber de una joven profesora, Adela Cortina, que no impartía docencia y siempre - con una sonrisa – te explicaba lo que era la falacia naturalista, la apathía estoica o te recomendaba una lectura sugerente. La revista Teorema en su primera época es emblema de lo expuesto anteriormente.
EL QUEHACER FILOSÓFICO
Hacer filosofía es – en definitiva – conocer y dialogar con los autores clásicos, eso era la lectio, lección en el sentido latino, en la doble acepción de lectura e inteligencia de un texto y de conocimientos que un profesor da a sus discípulos. Es el punto de partida para el quehacer filosófico, que no queda preso de las redes de su propia historia sino que conecta con los problemas que “el hombre de carne y hueso” que diría don Miguel de Unamuno se cuestiona. Así, de este modo, la filosofía es una actividad que tiene que ver con el mundo en que vivimos, “la vida es lo que nos sucede y lo que nos pasa”, indicaba Ortega; no siendo la filosofía mero metadiscurso, ni recetario sobre las cuestiones del último prêt a porter del pensamiento, ni una discusión entre “especialistas”.
La filosofía aborda los problemas que ocupan y preocupan al hombre de nuestro tiempo, el filósofo (y también el profesor) debe mantener un cierto poso de insatisfacción para poder estar en camino; también debe comprender – quien se dedica a las tareas filosóficas - que la ciencia y las diversas esferas del conoci-miento son elementos que no puede despreciar por mor de la pretendida pureza. Este modo de enfrentarme y dedicarme a la Filosofía me lo transmitió Fernando Montero Moliner a lo largo de mi Licenciatura en Valencia, en la España de mediados los setenta. Así como la dedicación a la Historia de la Filosofía con todos sus meandros me la inoculó don Fernando, de este modo y contando con su magisterio inicié una serie de trabajos – dirigidos, corregidos y debatidos con él – que tenían a la Fenomenología husserliana como objeto: la intencionalidad en Brentano y Husserl, el concepto de mundo natural en la fenomenología, basculando desde Ideas I a Experiencia y Juicio, y, especialmente, La crisis de las ciencias europeas y la fenomenología transcendental. Establecer la continuidad entre los distintos periodos de la obra del filósofo de Friburgo, que no había ningún “Primer Husserl” o un “Segundo Husserl”, todos estos estudios culminaron en la que fue mi tesis de licenciatura, Intencionalidad y Lebenswelt en la fenomenología de Husserl, leída en la Facultad de Filosofía de Valencia el 14 de octubre de 1977, ante un tribunal compuesto por Laureano Robles, Sergio Sevilla y Montero Moliner como Presidente, obteniendo la calificación de Sobresaliente por unanimidad.
Desde entonces la fenomenología, especialmente su legado de la crisis es uno de los caminos que transito en mis investigaciones, quedando lejos las lecturas idealizantes del filósofo de Friburgo, y resaltando la lectura y recepción que de esta obra ha hecho la primera generación de la Escuela de Frankfurt.
La tesina era el requisito necesaria para poder participar en el concurso para Profesor Ayudante de clases prácticas, así entré en el Departamento de Metafísica dirigido por Juan Manuel Navarro Cordón, matriculé un proyecto de tesis sobre Fenomenología y Dialéctica en Sartre e inicié mis cursos monográficos de doctorado con los profesores Rodríguez Marín, Helio Carpintero, Navarro Cordón y Fernando Montero. Ese curso aprendí mucho, leí y devoré mucha filosofía, y – al ser el benjamín del departamento – a todas horas nos reuníamos en estaba en casa de Mercedes Torrevejano (la gran anfitriona-cocinera), Félix Duque (el discutidor y erudito por excelencia) y Julio Quesada, amigo de mil una madrugadas esperando la nueva aurora, con él he reído, hablado, discutido de filosofía, literatura y música, siempre viviendo.
Ese curso (1977-1978) debuté como profesor en los cursos de Félix Duque de Antropología Filosófica, expliqué Las Moscas de Sartre. Estudié la recepción de la Krisis con la primera generación de la Escuela de Frankfurt (Adorno, Horkheimer, Marcuse, etc.). Años más tarde publiqué un extracto en la revista Daimon. Bajo la dirección de Navarro Cordón matriculé un proyecto de tesis sobre Fenomenología y dialéctica en Sartre que abandoné cuando dejé la Universidad de Valencia al obtener por oposición libre una plaza como Profesor de Instituto en el Instituto Alfonso X El Sabio de Murcia. Constaté que mi vida en Valencia, ciudad que encierra buena parte de mi ananké y particular kábala, había concluido. Así son las cosas y así suceden, la ciudad en donde pasé mi adolescencia y mi educación sentimental, donde me hice hombre y encontré mi vocación, ya no tenía ningún sentido para mí. Había que partir, así es la vida entendida como soledad y aventura.
DIE KHERE (EL VIRAJE)
Con sendas cartas de presentación –de Montero Moliner y Navarro Cordón- para el profesor Joaquín Lomba llegué a Murcia. Pero la realidad imponía sus condiciones laborales. Dar entonces 18 horas de clase de Bachillerato exigía una dedicación importante para la preparación de las mismas, otros compañeros daban 21 o 22, o las que hicieran falta; lo cual conllevó que me dedicara exclusivamente a mis tareas de docentes y de gestión (programaciones, reuniones de coordinación, cursos de formación, etc.). Participé en la elaboración de un libro de texto clave en la Historia de la Filosofía en la enseñanza media (hoy secundaria), me refiero a la Historia de la Filosofía de Juan Manuel Navarro Cordón y Tomás Calvo para la editorial Anaya; además de asistir a los Congresos de filósofos jóvenes, posteriormente haría dos manuales con Eugenio Moya: Lecturas para la Historia de la Filosofía e Historia de la Filosofía. Además de unas Lecciones de Historia de la Filosofía, con una addenda dedicada a Popper, Habermas, Foucault y Rorty, que ha sido utilizado por alumnos de la Facultad, profesores y opositores a plazas de Filosofía en el Bachillerato. Con tanto cambio de planes realice e impartí (sobre todo dirigí e impartí muchos cursos de actualización/formación) sobre la relación entre ética y política, virtudes cívicas y ciudadanía, (Estado de Derecho, Teorías de la Democracia, DDHH, Constitución, etc., y los filósofos afectados, desde Locke, Rousseau, Hobbes y Kant, a Tocqueville o Max Weber.
Me matriculé en Derecho donde cursé sólo dos años, pero la impronta del Derecho Político y Constitucional, así como la problemática en torno a los DDHH, a la Constitución y el Estado de Derecho me siguen ocupando en muchas de las actividades que realizo, tanto como profesor, como conferenciante en cursos o congresos. Por lo expuesto hasta ahora, convendrán conmigo que me considere, ante todo, un profesor que explica filosofía, donde clases e investigación son fundamentales y complementarias. Es un proceso de retroalimentación. Pero, en mi docencia universitaria, explico autores que no he investigado – aunque sí leído y conocido sus obras y principales monografías – pues entiendo que debo facilitar la comprensión de autores de la historia de la filosofía, desvelar relaciones y líneas de pensamiento, así como hacer hincapié en muchos de los conceptos, que según las distintas tradiciones, tienen su propio desenvolvimiento e historia. Y todo ello teniendo en cuenta textos y contextos ya que son el punto de partida para acometer la actividad filosófica.
La España de finales de los 70 era intensa y difícil, ya en la Facultad de Valencia, en los años previos a la muerte de Franco, como muchos otros de mi generación me comprometí políticamente, a partir de 1976 como simple militante participé en campañas electorales haciendo de todo. Años más tarde, ya en Murcia, este compromiso cívico y político me llevó a lo que considero el máximo puesto de responsabilidad de un ciudadano en un Estado de derecho: ser representante de la soberanía popular. Fui Diputado a Cortes en la II, III, IV y V legislatura en las listas del PSOE por la circunscripción de Murcia. No es algo circunstancial o baladí para esta “autobiografía intelectual”, pues fue tiempo de trabajo, de reflexión y de dirigir la mirada hacia un continente que me ocupa y preocupa, desde entonces, tanto en la investigación como en la docencia universitaria, y que se concreta en las diversas publicaciones que sobre el pensamiento español he realizado hasta la fecha.
PENSAMIENTO ESPAÑOL
Coincidir con el profesor Pedro Cerezo en el Congreso de los Diputados, junto a otros parlamentarios que nos dedicábamos a la filosofía (Vargas-Machuca, Joan Manuel del Pozo, Bernardo Bayona, Virgilio Zapatero, Peces-Barba, Miguel Ángel Quintanilla, entre otros) fue una suerte pues me sugirió estudiar el pensamiento de Enrique Tierno Galván (fallecido en 1986). Para ello me puse en contacto con Elías Díaz que había escrito sobre el viejo profesor, y así empezó un largo estudio de fuentes, recopilación de obras, artículos dispersos, traducciones y prólogos que me hicieron sumergirme de lleno en el pensamiento filosófico-jurídico y político español. Matriculé de nuevo esta tesis, El proyecto ilustrado de E. Tierno Galván, bajo la dirección del profesor Elías Díaz en la Universidad Autónoma de Madrid con los parabienes de Juan Manuel Navarro Cordón, Catedrático de Metafísica en esa misma universidad, y posteriormente la trasladaría a Murcia donde tuve que hacer de nuevo los cursos de doctorado por imperativo de la LRU, aunque después me enteré que había “manga ancha”, pero he preferido continuamente cumplir con la legalidad vigente. En la Universidad de Murcia, el profesor Francisco Jarauta figuró como Director de la misma, al cual debo agradecer su amistad y sus sugerencias que son auténticas iluminaciones benjaminianas. Mi situación personal me llevaba a detenerme en todos los afluentes y meandros que salían en mi navegación de Enrique Tierno, autores desconocidos para mí eran leídos, consultadas fuentes y bibliografía, ese no tener prisa para terminar la tesis hizo que ésta se convirtiera en una inmersión en los siglos XVIII, XIX y XX de la historia filosófico-política de España.
Tomé conciencia de que conocía la estructura cartográfica de la “gran filosofía” pero desconocía a la mayoría de nuestros pensadores. En la Licenciatura en Valencia, no se cursaba Historia de la Filosofía Española, por lo cual abordar la obra de Tierno Galván significó descubrir un territorio bastante ignoto para mí. Como ya indiqué sólo mi devoción por Ortega, lecturas sueltas de Unamuno y los estudios sobre Historia de la Filosofía de Zubiri eran mi bagaje; pero sin el afán de sistematizar problemas, cuestiones, tradiciones y líneas de pensamiento. Esta nueva empresa hacia nuestro pensamiento me hizo deslizarme por autores, obras y escuelas que se entrecruzaban en mi lectura de la obra del viejo profesor: El Barroco español bajo las formas de Tacitismo, antimaquiavelismo, Rivadeneira, Baltasar Gracián, Joaquín Costa y el regeneracionismo, el 98, los liberales y la Constitución de 1812, Jovellanos, el tradicionalismo de Donoso Cortés, la figura de Jaime Balmes, Maeztu, el humanismo, los socialismos, la novela picaresca o nuestro constitucionalismo con Martínez Marina a la cabeza. La obra de Enrique Tierno era como una gigantesca caja de cerezas, cuando abordaba una cuestión e intentaba delimitarla, salían “enredadas” otras que tenía que esclarecer, informarme o conocer, para poder seguir mi investigación.
Tenía ante mí una fuente inacabable de problemas, muchos de los cuales permanecían en el silencio de la memoria. De este modo y siempre con el magisterio de Elías Díaz y Pedro Cerezo, ayudado por las lecturas de nuestros autores clásicos, así como de mis “maestros invisibles” (Eloy Terrón, José A. Maravall, Tuñón de Lara, entre los más destacados) comprendí que la gran filosofía que había estudiado y explicado necesitaba de esta inmersión en la filosofía española. No podía ser que supiera más de Wittgenstein o Habermas que de Cánovas del Castillo o de Fernando de los Ríos. No era un mero ejercicio de erudición intelectual o de retórica historicista, no. Se trataba de recuperar distintas tradiciones, corrientes y líneas de fuerza que recorren nuestro pensamiento y son las bases de la España contemporánea.
La tarea era muy exigente pues abarca no sólo cuestiones de índole filosófica, también la literatura, así como los grandes hitos de nuestros pensadores jurídico-políticos; si a ello añadimos que salvo conversaciones y cartas con Elías Díaz, yo afrontaba mi tarea en solitario. Esa soledad era el precio de la libertad de planteamiento pero necesitaba platónica y vitalmente el diálogo con aquellos que se ocupaban y preocupaban de las cuestiones que me concernían. La publicación de mi tesis, El Proyecto ilustrado de Enrique Tierno Galván. Biografía intelectual y política, en el Centro de Estudios Políticos y Constitucionales en 2001 me dio un respaldo ante muchos compañeros que transitaban el pensamiento español que pudieron apreciar – al menos – el rigor de mi trabajo. Es así, como empecé a estar alerta para poder participar “por libre” en congresos y eventos siempre que me lo permitieran mis obligaciones como profesor de Bachillerato; no fue tan difícil como pensé en un principio, aunque el trabajo era intenso y el tiempo que me ocupaba, inmenso.
Así, en la Universidad de Murcia y por sugerencia de Eduardo Bello, junto al Profesor Patricio Peñalver, en el curso 1999-2000 dimos entre los tres, al alimón la Historia del Pensamiento Español al alimón. Y así “gratis et amore”, en el más puro estilo liberal (de liberalis), comenzó la presencia de la filosofía española en la Universidad de Murcia y mi vinculación a ella, aunque fuera esporádicamente. Será a partir del curso 2004-2005 cuando me encargue de ella – junto a la Historia de la Filosofía medieval y Renacentista – de modo continuado.
Afortunadamente conocí a los profesores José Luis Mora de la UAM y Antonio Jiménez de la UCM, gracias a su generosidad y amistad entré en contacto con los dos grupos que habían mantenido la investigación sobre la historia de la filosofía española desde los tiempos en que dicha actividad era considerada “menor”, minusvalorada, cuando no despreciada. Me refiero a los denominados Grupos de Madrid y Salamanca, cuyos Seminarios de Filosofía Española se celebran, ininterrumpidamente, desde 1978; el primero nucleado en torno al profesor José Luis Abellán, Antonio Jiménez, José Luis Mora, Diego Ribas y otros muchos; el segundo con Antonio Heredia Soriano como alma mater, junto a Roberto Albares o Ricardo Piñero. Siempre a través de los profesores Mora y el desaparecido Antonio Jiménez entablé relación con otros grupos como el de la Fundación Gustavo Bueno dirigida por el hijo del filósofo materialista asturiano, la Sociedad Menéndez Pelayo (Santander) presidida por Ramón E. Mandado, todos ellos formando parte de la Asociación de Hispanismo Filosófico (AHF). Así se rompió el cerco y pude conversar, intercambiar información y, aprender, de hispanistas como Ciriaco Morón Arroyo, Nelson Orringer, Thomas Mermall o Iman Fox, me transmitían la fuerza necesaria y renovaban mi entusiasmo con mi quehacer cotidiano.
Por tanto, aunque era un outsider del pensamiento español, iba teniendo contactos con profesores universitarios, algunos auténticos maestros, que me introducían e institucionalizaban (de algún modo) mis trabajos. Es necesario que los estudios y trabajos sobre pensamiento español tengan un nuevo impulso y una orientación más ambiciosa y con menos complejos frente a la gran filosofía; eso sí, siempre en conexión y diálogo con los problemas y contextos de su tiempo, su recepción y con las tradiciones en que están insertas. Menos arqueología y ansia de encontrar – permítaseme la ironía – el Heidegger o el Descartes hispano. Hay que exponer y explicitar la filosofía que se hace en España y su relación con las grandes tradiciones filosóficas, regularizar su estatus, contextualizar nuestro pensamiento en la filosofía occidental. Esa es la tarea que como Profesor Titular de la materia de Historia del Pensamiento Español, planteo y expongo.
En definitiva, se trata de normalizar la recepción de nuestro pensamiento, de la filosofía en España y resaltar las singularidades de ésta, teniendo en cuenta que en nuestra preciada literatura, desde El Quijote a Blanco White, o desde Machado a Francisco Ayala el pensamiento está latente. Y no hay porque despreciarlo. Otras veces las grandes ideas van ligadas a la acción política, es pensamiento en acción (sobre todo en ese gran laboratorio que es nuestro siglo XIX). Esta perspectiva es la que yo seguí - en la estela de los profesores Cerezo y Díaz – desde mi punto de vista complementario. Un nuevo modo de afrontar y emprender nuestro pensamiento. Una mirada distinta que abarque el dictum de Goethe: “Lo que heredaste de tus antepasados, conquístalo para poseerlo”.
Así es como he tratado de encarar la historia de nuestro pensamiento y sus distintas tradiciones, en todos estos periodos me centré en esa constante que es la querelle entre antiguos y modernos, tradición y razón, etc., así están presentes en proyectos de investigación, publicaciones y ponencias en Congresos. Para ello suelo frecuentar la Biblioteca Nacional, Congreso de los Diputados, la Hemeroteca del Cuartel de Conde Duque, El Ateneo o los Archivos de la Fundación Pablo Iglesias; de toda esta información han salido a la luz muchos de mis trabajos, mientras que otros están pendientes de publicación.
Entiendo la Universidad como un instrumento para el servicio y cambio de la sociedad, el no concebirla como algo endogámico, me llevó – no siendo todavía Profesor Asociado – a hacer llegar a la ciudadanía muchas de las reflexiones y problemas que considero necesarias para que nuestro país sea más culto y los ciudadanos puedan tener más capacidad de juicio. De este modo nació el ciclo ESPAÑA, CLAVES DE HOY, un proyecto que presenté y aceptó la Fundación Cajamurcia en el año 2000, ciclo de carácter anual que aborda cuestiones que nos interesan a todos, para ello recuperé la clásica conferencia (tan denostada por algunos), seguida de un coloquio. Aproximadamente entre una hora y media, a lo sumo dos, de reflexión y debate sobre cuestiones variopintas: LOS INTELECTUALES Y LA POLÍTICA (DE LA INSTITUCIÓN LIBRE DE ENSEÑANZA A LA CONSTITUCIÓN DE 1978); NACIONALISMOS, CIENCIA, POLÍTICA Y ETICA, (LOS RETOS DE LA SOCIEDAD DEL CONOCIMIENTO), LOS DESAFÍOS DE LA DEMOCRACIA Y EL MALESTAR EN LA POLÍTICA, CIUDAD Y CIUDADANÍA, TERRORISMOS: LA MUERTE DIGNA, ESPAÑA (1977-2007).
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- Última modificación: 2018/08/12 21:16
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