Agosto de 2010

He leído recientemente el libro de Nicolás González Varela, Nietzsche contra la democracia. El pensamiento político de Friedrich Nietzsche (1862-1872), Barcelona, Montesinos, 2010.

Hasta ahora, no conocía al autor. La nota biográfica recogida en la solapa del libro dice lo siguiente: “Ensayista, editor, traductor y periodista cultural, Nicolás González Varela ha estudiado Filosofía y Psicología, ha enseñado Ciencias Políticas en la Universidad de Buenos Aires, así como traducido a Heidegger y Pessoa, entre otros. Autor de diversos artículos y estudios sobre Arendt, Blanchot, Heidegger, Engels, Graves, Marx, Pound, Spinoza, colabora en distintos medios impresos y digitales de actualidad y cultura.”

Para más información sobre el autor y sobre el libro, puede consultarse la entrevista concedida en 2008 a Salvador López Arnal, editor de Montesinos y prologuista del libro, y publicada en dos partes: “Nietzsche y la política” (I) y “Nietzsche y la política” (II). Véase también la reseña del libro escrita por el propio Salvador López Arnal en rebelion.org: “Un ansiado acontecimiento filosófico”.

Comenzaré resumiendo las tesis principales del libro, antes de hacer algunos comentarios críticos sobre el mismo.

La primera tesis es que Nietzsche es un filósofo político. Lo que González Varela defiende no es que haya entre los escritos de Nietzsche una filosofía política más o menos dispersa, implícita y apenas esbozada, que sería preciso reconstruir trabajosamente, sino más bien que el propósito central del pensamiento de Nietzsche es explícitamente político, y que sin este propósito deliberado y metódico no es posible comprender el conjunto de su obra, incluida su filosofía del arte, de la moral, de la ciencia, de la naturaleza y de la historia. Según Varela, Nietzsche lleva más lejos que Marx la politización de todo su pensamiento, puesto que Marx habría dejado al margen de la lucha de clases algunos ámbitos sociales e intelectuales, en especial el ámbito de la ciencia.

Esta primera tesis la formula el autor abiertamente en contra de quienes han visto en Nietzsche a un filósofo antipolítico o “impolítico”, desinteresado de los conflictos histórico-políticos de su tiempo y de la reflexión teórica sobre el poder en general y sobre el Estado en particular.

La segunda tesis del libro es que la filosofía política de Nietzsche es profundamente conservadora y reaccionaria. El objetivo principal de la obra de Nietzsche, desde El nacimiento de la tragedia hasta El Anticristo, habría consistido en combatir todos los conceptos e ideales políticos derivados de la Ilustración, de la Revolución francesa, de la Comuna de París y, en general, del racionalismo moderno: la libertad, la igualdad, la fraternidad, el liberalismo económico y político, la democracia parlamentaria, la educación popular, el socialismo, el comunismo y el anarquismo.

Frente a estos conceptos e ideales de la modernidad política, económica, social y cultural, Nietzsche defiende no un mero retorno al Antiguo Régimen, como los partidarios de la restauración monárquica, feudal y clerical, sino la instauración de un nuevo Estado abiertamente aristocrático, clasista y esclavista. El modelo ideal de este nuevo Estado habría que buscarlo no en ninguna utopía futurista o progresista, pero tampoco en la sociedad cristiana heredada de la Edad Media, sino más bien en la antigua Grecia. Pero no en la Atenas democrática de Sócrates, idealizada por el clasicismo alemán, sino en la Esparta guerrera, admirada por Platón e inspiradora de su filosofía política. De hecho, Nietzsche comparte el modelo platónico de Estado, dividido en tres estamentos jerarquizados (los filósofos gobernantes, los valerosos guerreros y los dóciles trabajadores, sean libres o esclavos), sólo que para el Nietzsche heredero del romanticismo se trataría de reemplazar al filósofo por el artista, como creador de la más alta cultura.

Frente al concepto latino, francés y anglo-americano de Civilisation, del que derivarían los ideales progresistas de la modernidad ilustrada, Nietzsche defiende el concepto germano de Kultur, que según él sería el auténtico heredero de la antigua Paideia griega, y cuyos ideales políticos y culturales serían radicalmente antiprogresistas, antimodernos y antiilustrados.

Nietzsche mantuvo siempre una relación muy ambivalente con Platón: admiraba su pensamiento político, pero criticaba su dualismo ultramundano, proseguido y acentuado por el cristianismo (que no habría sido sino un “platonismo para el pueblo”). Muchos intérpretes de Nietzsche lo han presentado como el gran pensador antiplatónico, como el que llevó a cabo la “inversión del platonismo” (es bien conocida y paradigmática a este respecto la interpretación de Gilles Deleuze en Nietzsche y la filosofía). Sin embargo, esto supone ignorar la profunda adhesión de Nietzsche al ideal político de Platón. De hecho, El nacimiento de la tragedia debía incluir un capítulo titulado “El Estado griego”, en el que Nietzsche proponía el modelo platónico de Estado como alternativa a los ideales liberales, democráticos y socialistas del siglo XIX. Pero finalmente lo retiró del libro a sugerencia de su admirado Richard Wagner, que consideraba excesivamente radical la propuesta política nietzscheana, y en particular su defensa de la esclavitud, en un momento en el que se estaba luchando por la abolición de la esclavitud en Europa y en América.

Pues bien, a esta propuesta radical es a la que se refiere Nietzsche cuando habla de “Gran Política”, para contraponerla a la “pequeña política” en la que andaban entretenidos los partidos políticos, los sindicatos obreros y los Estados liberales de la segunda mitad del siglo XIX.

De hecho, sus primeros años de actividad intelectual, que son precisamente los años de los que se ocupa González Varela en su libro (1862-1872), coinciden con la guerra franco-prusiana, el alistamiento voluntario de Nietzsche -que ya entonces había sido nombrado catedrático de filología griega en la Universidad de Basilea- en el ejército prusiano que combate contra los franceses, la defensa militante de la política de Bismarck y el profundo rechazo hacia la Comuna de París como primera revolución anarco-comunista y, por tanto, como un anticipo de la temida “rebelión de los esclavos”.

Dada esta apuesta existencial e intelectual de Nietzsche por las posiciones políticas más reaccionarias de su tiempo, González Varela critica todas las interpretaciones izquierdistas que presentan al filósofo alemán como un pensador antipolítico o bien anarco-libertario.

La tercera tesis del autor es que Nietzsche no se encuentra solo en esta defensa radical de una respuesta reaccionaria contra el liberalismo y el igualitarismo modernos, sino que más bien forma parte de una poderosa corriente intelectual y política con la que el joven filósofo mantuvo una muy estrecha relación.

Contra la interpretación de Nietzsche (iniciada por él mismo) como un genio solitario que habría construido su pensamiento al margen e incluso en contra de su propio tiempo (de ahí que se autodenomine como “intempestivo”), más aún, que habría extraído sus ideas no de los libros de otros sino de su propia experiencia vivida (de ahí que hable de sus pensamientos “caminados”), González Varela demuestra con abundantes datos que Nietzsche era un lector y coleccionista compulsivo de libros y revistas, que seguía muy de cerca los acontecimientos y debates políticos de su tiempo, que devoraba las obras de toda clase de historiadores, filósofos, literatos y políticos, desde los más reaccionarios hasta algunos de orientación socialista y anarquista, y que muchas de sus propias ideas están tomadas de las obras de estos otros autores o bien han sido elaboradas en respuesta a ellas.

La cuarta tesis es que en los diez años iniciales de la actividad intelectual de Nietzsche (1862-1872), que son el período en el que se centra el estudio de González Varela, se fragua una filosofía política que en lo esencial se mantendrá durante toda su vida, aunque posteriormente la vaya modelando y en cierto modo radicalizando. El autor se sirve de algunos pasajes de las obras tardías de Nietzsche, pero también de sus cartas y sus póstumos, para demostrar la continuidad de la filosofía política nietzscheana, desde El nacimiento de la tragedia hasta El Anticristo.

Con este argumento, González Varela se opone a quienes pretenden que las ideas reaccionarias de Nietzsche fueron simples errores de juventud, y que tales errores habrían sido corregidos o abandonados en sus obras de madurez, como lo demostraría su creciente rechazo hacia Bismarck y hacia el nacionalismo liberal germánico. Lo cierto es que este rechazo respondió más bien al hecho de que Bismarck y los nacionalistas liberales germánicos no fueron suficientemente radicales, sino que acabaron contemporizando con las “ideas modernas”, al promover una cierta educación popular, un sufragio más o menos limitado, unos ciertos derechos sociales de los trabajadores, una política de salud pública, etc.

La quinta y última tesis se desprende de todas las anteriores: la tradición académica dominante entre los intérpretes de Nietzsche, a la que González Varela se refiere frecuentemente con el término francés Nietzschéisme (una expresión que toma prestada de otros estudios críticos sobre el tema), ha llevado a cabo una profunda tergiversación del pensamiento de este filósofo alemán, sea ignorando una parte sustancial de su obra o sea distorsionando su sentido y confiriéndole un valor meramente “metafórico” (como ya denunció el historiador Domenico Losurdo en sus dos estudios biográficos sobre Nietzsche), y todo ello para ocultar o minimizar el alcance de sus propuestas políticas claramente reaccionarias.

El Nietzschéisme, según Nicolás González Valera, ha seguido una doble estrategia: por un lado, ha despolitizado la obra de Nietzsche, presentándolo como un pensador apolítico o “impolítico”, desinteresado de la política cotidiana de su tiempo y preocupado solamente por las cuestiones eternas de la moral, la religión, el arte, la cultura, la vida, etc.; por otro lado, cuando se ha intentado una lectura política de Nietzsche, se lo ha presentado como un pensador ácrata, libertario, crítico de todos los dogmas, transgresor de todo orden establecido, relativista y postmoderno. A menudo, en el Nietzschéisme se han combinado ambos tipos de lectura.

A esta operación de tergiversación la llama el autor “hermenéutica de la inocencia”, retomando de nuevo una expresión de Domenico Losurdo. Esta “hermenéutica de la inocencia” practicada por el Nietzschéisme se inició en vida del propio Nietzsche (con la obra de Georg Brandes, Nietzsche. Un ensayo sobre el radicalismo aristocrático, Madrid, Sexto Piso, 2008, 1ª ed. 1890), pero comienza a imponerse sólo a partir de los años sesenta del siglo XX, coincidiendo con el movimiento estructuralista y postestructuralista, y con la paralela crisis del marxismo. Este Nietzschéismo se extiende rápidamente en Francia (con las obras de Georges Bataille, Pierre Klosowski, Gilles Deleuze, Michel Foucault, Jacques Derrida, etc.), pero también en Estados Unidos y Reino Unido (a partir de la obra de Walter Kaufman), en Alemania (Peter Sloterdijk, Alexander Nehamas, etc.), en Italia (Giorgio Colli, Gianni Vattimo, Massimo Cacciari, etc.) y en España (Fernando Savater, Eugenio Trías, Andrés Sánchez-Pascual, Miguel Morey, Julio Quesada, Juan Luis Vermal, Jesús Conill, los editores de los Fragmentos póstumos, la Sociedad Española de Estudios sobre Nietzsche, etc.).

Entre los “nietzscheanos” o “nietzcheístas” españoles, el autor no cita a Manuel Barrios, ni a Joan Bautista Llinares, ni a Luis E. de Santiago, ni a Diego Sánchez Meca, todos ellos estudiosos de la obra de Nietzsche. Diego Sánchez Meca, además, es presidente de la Sociedad Española de Estudios sobre Nietzsche (SEDEN) y coordinador de la edición española de los Fragmentos póstumos, en la que participan Barrios, Conill, De Santiago, Llinares, Sánchez-Pascual y Vermal, y de la que ya me he ocupado en sendas anotaciones de diciembre de 2007 y mayo de 2010.

Para defender estas cinco tesis, González Varela se apoya en su propia investigación en los archivos de Nietzsche, en el estudio del conjunto de la obra nietzscheana (no sólo los libros publicados, sino también las cartas, los póstumos y los testimonios de sus contemporáneos, aunque con especial atención a las obras de los diez primeros años), y también en las numerosas referencias a otros muchos autores de la época, a fin de reconstruir el contexto histórico, político y cultural.

Pero González Varela se apoya también en una tradición hermenéutica diferente, que se inicia con El asalto a la razón. La trayectoria del irracionalismo desde Schelling hasta Hitler (México, FCE, 1983), del marxista György Lukács, y que llega hasta el historiador conservador Ernst Nolte (Nietzsche y el nietzscheanismo, Madrid, Alianza, 1995) y el ya citado historiador marxista Domenico Losurdo (Nietzsche e la critica della modernità. Per una biografia politica, Roma, Manifesto libri, 1997, y la monumental biografía crítica Nietzsche, il rebelle aristocratico. Biografia e bilancio critico, Torino, Bollati Boringhieri, 2002), pasando por otros muchos estudios de autores italianos, franceses, alemanes y angloamericanos: Luigi Alfieri, Fredrick Appel, Steven E. Aschheim, Sandro Barbera, Karl Brose, Carol Diethe, Don Dombowsky, Roberto Escobar, Jean Pierre Faye, Francesco Ingravalle, Aymeric Monville, William A. Preston, Tomasz G. Pszczótkowski, Jahn Rehmann, Barbara von Reibnitz, Martin A. Ruehl, Marc Sauter, Barbara Stiegler, Bernhard H. F. Taurek, Richard Wolin, etc. De hecho, el título del libro de González Varela está tomado de otra obra de un autor estadounidense: Fredrick Appel, Nietzsche contra Democracy, New York, Cornell University Press, 1999.

Esta otra tradición hermenéutica ha enfatizado y documentado muy acertadamente la dimensión política reaccionaria del pensamiento de Nietzsche, a veces ignorada o minusvalorada por muchos intérpretes “nietzscheístas”. Aunque conviene recordar que algunos de estos intérpretes no la han ignorado ni minusvalorado en modo alguno, como pretende González Varela, sino que simplemente han creído posible reutilizar las ideas más lúcidas de Nietzsche desde una perspectiva política diferente, como ya hiciera Bataille al intentar conciliar el ideal del artista soberano con el ideal de la sociedad comunista, o como hizo después Foucault al elaborar una “analítica del poder” de inspiración nietzscheana, más allá de las estrechas perspectivas economicistas del liberalismo y del marxismo.

El problema es que la hermenéutica a la que se adscribe González Varela ha tendido a considerar que la dimensión política reaccionaria atraviesa la totalidad del pensamiento nietzscheano, hasta el punto de hacerlo completamente rechazable, máxime cuando desde esta hermenéutica se lo considera como un precedente y un inspirador del nazismo. Todos los lúcidos análisis de Nietzsche sobre el dualismo metafísico greco-cristiano, sobre los conceptos modernos de razón, conciencia, conocimiento, progreso, etc., quedarían así devaluados y convertidos en una mera excrecencia de su “irracionalismo” vitalista, su racismo, su anticomunismo y su antiprogresismo.

Esta interpretación era ya la de Lukács, ha sido reafirmada más recientemente por Nolte, y parece ser también la de González Varela. En cambio, Losurdo mantiene una interpretación más matizada, pues no sólo reconoce las variaciones que se dan en la evolución del pensamiento de Nietzsche, y a las que González Varela no presta la menor atención (por el contrario, insiste en la continuidad sin matices del pensamiento nietzscheano), sino que también reconoce su enorme potencial crítico para comprender las contradicciones de la sociedad contemporánea. Losurdo pretende mantener una posición equidistante entre quienes consideran a Nietzsche el profeta del nazismo y quienes lo consideran el profeta del individualismo postmoderno. La “grandeza trágica” de Nietzsche, concluye Losurdo en el primero de sus dos libros citados, está en el hecho de que es “el más grande pensador entre los reaccionarios y el más grande reaccionario entre los pensadores”.

Un debate hermenéutico similar es el que ha tenido lugar en torno a Heidegger, cuyo compromiso con el nazismo fue explícito al menos desde 1933 hasta 1945. La cuestión a debatir es si este compromiso inhabilita completamente la obra de Heidegger y prohíbe una reapropiación diferente de su pensamiento. Porque, en caso afirmativo, tendríamos que prescindir de la mayor parte de la historia de la filosofía, desde los esclavistas Platón y Aristóteles en adelante. Incluso los pensadores ilustrados, liberales y socialistas deberían ser repudiados con muy escasas excepciones, dado que mayoritariamente eran eurocentristas, machistas y fanáticos creyentes en el poder redentor del saber tecno-científico, en el crecimiento económico ilimitado y en el expolio sin fin de la naturaleza.

En la denuncia del Nietzschéisme, no sólo se trata de rechazar el potencial crítico de la obra de Nietzsche, sino que al mismo tiempo se trata de condenar en bloque todo el pensamiento postestructuralista o postmoderno, comenzando por sus autores más destacados: Deleuze, Foucault, Derrida, etc. Es decir, se trata de negar la posibilidad de una lectura y un uso de la obra de Nietzsche desde una perspectiva política de izquierda. Más aún, se trata de defender que el pensamiento político de izquierda sólo es tal si se mantiene fiel a la herencia y a la ortodoxia de Marx, como si no hubiera existido el siglo XX, como si no hubiéramos conocido el totalitarismo comunista, ni los nuevos movimientos sociales, ni la crisis ecológica global, etc.

En el apartado “Miserias del Nietzschéisme” (páginas 57-58), que es una referencia implícita al libro de Aymeric Monville (Misère du Nietzschéisme de Gauche. De Georges Bataille à Michel Onfray, Bruxelles, Aden, 2007), un autor que además es traductor al francés del Asalto a la razón de Lukács, González Varela reconoce expresamente que su objetivo es defender el pensamiento de Marx, y para ello no vacila en identificar a Nietzsche y al Nietzschéisme de izquierda con la ideología dominante del capitalismo globalizado y neoliberal… Este simplismo panfletario y esta burda tergiversación de algunos de los más lúcidos pensadores de la segunda mitad del siglo XX, como es el caso de Deleuze, Foucault y Derrida, resta credibilidad al libro de González Varela, que sin embargo sigue siendo un estudio histórico-filológico muy valioso y cuya lectura recomiendo.

Última actualización: agosto_2010 12/08/2010 13:45

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