Febrero de 2011

El 17 de diciembre de 2010, el universitario tunecino Mohamed Buazizi se prendió fuego en público, para mostrar su desesperación y para protestar ante el mundo por el hecho de que la policía le había arrebatado violentamente el carrito de verduras con el que trataba de ganarse la vida. El presidente de Túnez, Ben Ali, tuvo la desfachatez de visitar al joven en su lecho de muerte.

La autoinmolación de Buazizi fue la mecha que prendió la llama de una insurrección multitudinaria contra el régimen corrupto y tiránico de Ben Ali, que llevaba 24 años en el poder. Menos de un mes después, el 14 de enero de 2011, ante la magnitud de la protesta y ante la negativa del ejército a reprimirla, Ben Ali renunció a su cargo, abandonó el país y se refugió en Arabia Saudí.

Pocos días después, el 25 de enero, se inició una nueva revolución en Egipto. A pesar de que el régimen trató de reprimir a los manifestantes y asesinó a más de trescientas personas, el pueblo egipcio no se amedrentó y comenzó a concentrarse pacíficamente, a instalarse permanentemente y a autoorganizarse eficazmente en la plaza Tahrir de El Cairo, que significa plaza de la Liberación.

Manifestaciones similares tuvieron lugar en otras muchas ciudades de Egipto. El ejército mantuvo una posición ambigua, pero finalmente no se atrevió a provocar un derramamiento de sangre y una contienda civil. El presidente Hosni Mubarak, tras casi 30 años en el poder, se resistió hasta el último momento a abandonar el cargo, pero “la momia” (como era popularmente conocido) acabó dimitiendo y huyendo de El Cairo el 11 de febrero. En poco más de dos semanas, había caído la segunda tiranía del Magreb.

Desde entonces, la llama de la revolución democrática se ha ido extendiendo por todos los países árabes y musulmanes del norte de África (Marruecos, Argelia y Libia) y del Próximo y Medio Oriente (Yemen, Omán, Bahrein, Siria, Jordania, Palestina, Irán…), aunque con diferentes grados de intensidad. Esta cadena de revoluciones se asemeja a la que tuvo lugar en la Europa del Este, tras la caída del muro de Berlín en 1989. Aquel año supuso el comienzo del fin del bloque comunista y, por tanto, de la Guerra Fría entre el Este y el Oeste. Las revoluciones actuales van a suponer también el inicio de una nueva época, que sin duda alguna alterará el equilibrio geopolítico mundial.

La ola revolucionaria ha llegado incluso a los países del Extremo Oriente, como China, en donde también ha habido revueltas y en donde las autoridades han censurado la palabra inglesa “egypt” en los buscadores digitales.

Todos estos gobiernos, que están siendo contestados por su propio pueblo, han tratado de abortar las revueltas, sea mediante la represión, sea mediante la negociación, sea mediante la combinación de ambas estrategias.

Mientras escribo estas líneas, van llegando las noticias de la brutal represión que está teniendo lugar en Libia. El presidente Gadafi, que lleva casi 42 años en el poder, no ha vacilado en ordenar el bombardeo y el ametrallamiento de la población en varios barrios de las ciudades de Bengasi y Trípoli, causando la muerte a varios miles de personas. Al mismo tiempo, muchos militares, políticos y diplomáticos libios se están poniendo del lado del pueblo. Y el tirano acaba de anunciar que no piensa dejar el poder, que “morirá en Libia como un mártir” y que dará muerte a todo el que se atreva a alzarse contra él.

Quisiera apuntar aquí algunas de las lecciones que podemos extraer de todas estas revoluciones que están estallando de forma encadenada en muchos países árabes y musulmanes.

1. ¿Quién podía prever que iban a ocurrir todas estas revoluciones en los países árabes, y que algunas de ellas iban a triunfar en unas pocas semanas, derrocando con la sola fuerza del pueblo reunido a tiranos que llevaban tres o cuatro décadas en el poder? Como ya dijeron Walter Benjamin y Hannah Arendt, las revoluciones irrumpen en la historia de las sociedades como acontecimientos excepcionales e imprevistos, como milagros completamente improbables y sin embargo reales. Son como “islas en el océano” y como “oasis en el desierto”. Una revolución es un kairós, una ocasión propicia que se da de forma inesperada y que hay que aprovechar antes de que se escape. Y, como todo kairós, interrumpe la monótona y previsible secuencia del tiempo cronológico, y al mismo tiempo se convierte en el inicio de una nueva época, por lo que será rememorado una y otra vez como un acontecimiento inaugural, como la apertura de un nuevo calendario. La historia de los países árabes y musulmanes tendrá que volver a ser contada de otro modo a partir de las revoluciones que han tenido lugar en estos primeros meses de 2011.

2. Otra enseñanza de las revoluciones árabes, que confirma las tesis políticas de Hannah Arendt y de Mahatma Ghandi: no hay poder más irresistible que el de un pueblo que se sacude el miedo a la tiranía y decide actuar de forma concertada y pacífica, para instaurar democráticamente un espacio público de libertad y de igualdad entre todos los ciudadanos. No es ninguna casualidad que los jóvenes que han organizado las manifestaciones pacíficas de la plaza Tarhir de El Cairo se hayan instruido en las prácticas gandhianas de la lucha no violenta, gracias a las publicaciones del profesor Gene Sharp. Y los primeros actos represivos por parte de los tiranos, tanto en Túnez como en Egipto, no han hecho sino aumentar la indignación y la movilización del pueblo, hasta el punto de que, en ambos casos, el ejército optó por mantenerse neutral, para no provocar una masacre o una guerra civil. Incluso en Libia, la brutalidad de los bombardeos contra la población civil es muy probable que precipite la descomposición del régimen, la división del ejército y la caída del más longevo de los tiranos árabes.

3. Tercera lección: se acabó la teoría del “choque de civilizaciones”, elaborada por Samuel Huntington, defendida con ardor guerrero por los neocons estadounidenses, israelíes y europeos, y que sirvió de paraguas ideológico a la “guerra preventiva global contra el terrorismo islamista” emprendida por Bush y sus aliados (entre ellos, el PP de Aznar y Rajoy). Se acabó el prejuicio racista de que la democracia es consustancial a la tradición judeo-cristiana e incompatible con la tradición árabe-musulmana. Más aún, se acabó el cinismo y el doble rasero de la política exterior de las potencias occidentales, que decían defender la democracia y los derechos humanos, y que al mismo tiempo apoyaban a todos los tiranos y monarcas absolutos del Magreb y del Oriente Próximo, con la excusa de que eran “moderados”, “amigos de Occidente” y, sobre todo, un “freno” frente a la amenaza del fundamentalismo islamista, encarnado por el Irán de Ahmadineyad. Digo “excusa” porque es obvio que la preocupación fundamental de Occidente es doble: defender a cualquier precio al “democrático” Israel, pese a su intolerable régimen de apartheid, y mantener el control sobre las reservas de petróleo y gas que poseen los países musulmanes del Magreb y de Oriente Próximo, y que son la principal fuente energética de la economía capitalista. La gente que se ha movilizado en tantos países árabes y musulmanes, lo ha hecho para pedir libertad y dignidad, democracia y justicia social, y por tanto ha rechazado la disyuntiva que le proponía Occidente: o la tiranía o el fundamentalismo. Pero eso quiere decir que una democratización de estos países va a modificar la situación de Israel y va a poner en cuestión su subordinación a la política energética de Occidente.

4. Cuarta lección: la importancia de la diferencia social y generacional entre el Norte y el Sur, pero también entre el pasado y el presente. Los países de Occidente están habitados por una población mayoritariamente rica y envejecida, que lucha por preservar su privilegiada situación política, económica y social (en un mundo sacudido por la mayor crisis financiera desde 1929 y cuyo centro de poder se está desplazando rápidamente hacia el sudeste asiático), que trata de alzar gruesos muros protectores frente a las amenazas procedentes del exterior y que rechaza con temor a los jóvenes inmigrantes musulmanes procedentes del sur. En cambio, los países del Magreb y del Oriente Próximo están habitados por una población mayoritariamente joven y pobre, que sufre el desempleo, la pobreza y la humillación de unos regímenes autoritarios y corruptos. Pero muchos de estos jóvenes ya no son unos incultos y fanáticos seguidores del Islam más integrista, sino que tienen estudios secundarios y universitarios (como el joven Mohamed Buazizi, que al quemarse a sí mismo prendió la mecha de la revuelta tunecina), están capacitados para ejercer profesiones especializadas, desean vivir en un país democrático y desarrollado, y están vinculados al mundo globalizado a través de los nuevos medios de comunicación electrónicos.

5. Quinta lección: el papel de los nuevos medios de comunicación electrónicos. Por más que los tiranos pretendan gobernar sus Estados como si fuesen un coto vedado, por más que se esfuercen en cerrar sus fronteras a la libre circulación de las ideas, el mundo está cada vez más interconectado: ahí están las cadenas globales de televisión, y en especial la influyente cadena Al Yazira; ahí están los teléfonos móviles; ahí están los ordenadores, Internet y las redes sociales como Facebook, Twitter, etc.; ahí están las revelaciones de Wikileaks, que han puesto a la luz pública la corrupción de los regímenes árabes y musulmanes. En El desprecio de las masas (Pre-textos, Valencia, 2009), Peter Sloterdijk decía que los análisis de Elias Canetti sobre los fenómenos de “masa” (Obras completas, vol. I. Masa y poder, Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, Barcelona, 2002) valían para las sociedades industriales, donde eran frecuentes las masas físicas, pero no para la sociedad informacional, donde solo hay masas virtuales. Pero Sloterdijk se equivoca, porque lo que sucede más bien es que tiende a producirse una espiral de retroalimentación entre las masas físicas y las virtuales, de modo que las unas refuerzan a las otras y viceversa: lo estamos viendo en las revoluciones árabes actuales y lo hemos visto también en otras muchas movilizaciones sociales que han tenido lugar en los últimos años.

6. Sexta lección: el lamentable papel de la Unión Europea, que se ha mostrado mucho más ambigua, dividida y dubitativa que los Estados Unidos de Obama ante las revoluciones democráticas de los pueblos árabes y musulmanes. No ha sido capaz de hacer frente al envite de los mercados financieros y tampoco ha sido capaz de lanzar un claro mensaje de apoyo a los pueblos que reclaman libertad, democracia y justicia. Todavía en estos días, las principales preocupaciones de los gobernantes europeos son el posible ascenso al poder del islamismo, las garantías en el suministro de gas y petróleo, y la llegada de inmigrantes y refugiados procedentes de los regímenes derrocados o en descomposición. He aquí la gran visión geoestratégica de Europa, que todavía no es capaz de ver la inmensa oportunidad que representaría para ella tener al sur y al este del Mediterráneo unos potentes aliados con regímenes democráticos y con economías mucho más desarrolladas y más justas.

Postdata: Para una contextualización histórica de las actuales revoluciones árabes, es muy clarificador el sintético editorial de Ignacio Ramonet, titulado "Cinco causas de la insurrección árabe" (Le monde diplomatique, nº 185, marzo 2011).

Última actualización: febrero_2011 05/03/2011 11:53


El 22 de diciembre de 2010, coincidiendo con el sorteo de la lotería de Navidad, el Gobierno regional murciano anunció su propio regalo navideño: una Ley de Medidas Extraordinarias que suponía la suspensión de la oferta de empleo público y un drástico recorte de los derechos sociales y laborales de los empleados públicos murcianos (aumento de la jornada laboral, reducción de los salarios, penalización de las bajas por enfermedad, eliminación de muchas ayudas sociales, reducción de las horas sindicales, etc.). Estas medidas conllevarán una considerable reducción de la plantilla de empleados públicos (una reducción estimada por los sindicatos en más de 2.000 empleos) y el deterioro de los servicios públicos básicos (sanidad, educación, servicios sociales, etc.).

Semanas antes, el mismo Gobierno había realizado otros drásticos recortes en las infraestructuras y servicios culturales de la Región de Murcia (archivos, bibliotecas, centros culturales, teatros, grupos musicales, etc.), y en las ayudas a las ONGs que trabajan con los sectores sociales más vulnerables: jóvenes, mujeres, discapacitados, pobres, excluidos sociales, inmigrantes, etc.

Todos estos recortes en las políticas sociales, que son las más directamente relacionadas con el bienestar de la ciudadanía, pusieron al descubierto la situación de bancarrota en la que se encuentra la Administración regional murciana. Tras haber gobernado con mayoría absoluta en la Asamblea Regional y en la mayor parte de los ayuntamientos, durante cuatro legislaturas consecutivas, el PP de Valcárcel ha demostrado el estrepitoso fracaso de su gestión.

Desde que Aznar promovió la Ley del Suelo en 1998, la élite política, empresarial, financiera y mediática de la Región de Murcia apostó ciegamente por el monocultivo del ladrillo, lo que hasta 2007 permitió a esta comunidad autónoma crecer por encima de la media española. Pero, en apenas dos años, ese modelo especulativo, depredador e insostenible no sólo ha multiplicado los casos de corrupción (que afectan a varios cargos de la Administración regional y a la mitad de los ayuntamientos murcianos), sino que se ha desmoronado como un castillo de naipes, ha disparado la tasa de paro hasta el 25% y ha puesto al descubierto que la Región de Murcia sigue estando a la cola de España en la mayor parte de los indicadores de desarrollo humano. Además, es la comunidad autónoma con la mayor desigualdad económica de toda España.

Sin embargo, Valcárcel había sido hasta ahora uno de los presidentes autonómicos más valorados por sus conciudadanos, y el PP murciano había venido incrementando su apoyo electoral de forma ininterrumpida desde 1995, hasta conseguir a partir de 2004 el porcentaje de voto más alto de todas las comunidades autónomas españolas.

La estrategia victimista del “nacionalismo hidráulico”, condensada en la consigna Agua para todos, había dado sus frutos. Por eso, a ella se le fueron añadiendo otros argumentos para poder mantener el sentimiento de agravio: las infraestructuras, la financiación, etc. Con esta estrategia victimista, que no difiere de la utilizada por los tan denostados nacionalismos vasco y catalán, el PP de Valcárcel había logrado desplazar hacia el exterior (Zapatero, los manchegos, los catalanes, etc.) todas las iras de los murcianos. De este modo, el Gobierno regional no tenía que rendir cuentas de su gestión, a pesar de contar con más competencias y más recursos que el Gobierno central, en áreas tan decisivas como la sanidad, la educación, los servicios sociales, el medio ambiente, la cultura, etc.

Por eso, Valcárcel no vaciló en dictar la Ley de Medidas Extraordinarias en vísperas de Navidad. Estaba convencido de que los murcianos no le exigirían responsabilidad alguna por el descalabro de su gestión y seguirían aceptando con ciega credulidad las excusas de siempre: “la culpa es de Zapatero, que no nos permite endeudarnos para pagar las deudas que hemos contraído… a consecuencia de la crisis económica… que también es culpa de Zapatero”.

Sin embargo, la misma tarde del miércoles 22 de diciembre, miles de empleados públicos se lanzaron espontáneamente a las calles de Murcia para protestar contra la anunciada Ley, boicoteando un acto de homenaje a Valcárcel organizado nada menos que por la cadena SER. Y volvieron a concentrarse al día siguiente en Cartagena, a las puertas de la Asamblea Regional, donde los diputados del PP aprobaron la Ley. En plenas fiestas navideñas, los sindicatos de izquierdas y de derechas se unieron en un Comité de Crisis y convocaron manifestaciones, asambleas, concentraciones y otros actos de protesta. Las sucesivas manifestaciones (a un ritmo de una por semana) fueron cada vez más numerosas y en la sexta (celebrada el 25 de enero) se llegó a la impresionante cifra de 60.000 personas.

Esta movilización social tan amplia, tan airada y tan prolongada cogió por sorpresa al PP murciano. Era la primera vez en dieciséis años que los murcianos exigían responsabilidades al Gobierno regional por su mala gestión. Habían despertado de la quimera del ladrillo. Habían descubierto el derroche, la corrupción y la incompetencia de un gobierno que ahora quería hacerles pagar el fracaso de su gestión. Habían comprendido que el rey estaba desnudo. Valcárcel había perdido el aura que lo hacía invulnerable.

En las primeras manifestaciones, algunos de los manifestantes que pasaban por delante de la residencia privada de Valcárcel, situada en plena Gran Vía de Murcia (y, como todos los murcianos saben, adquirida de una forma escandalosamente barata, en los felices años de la especulación inmobiliaria, los pelotazos urbanísticos y la corrupción generalizada), no vacilaron en lanzar huevos a la fachada, para mostrarle plásticamente su indignación y su reproche.

Al principio, la reacción de Valcárcel y de las autoridades nacionales del PP fue histérica. Acusaron de violencia e incluso de terrorismo a los manifestantes y, en general, a la “izquierda poliédrica”, primero por boicotear el acto de homenaje a Valcárcel, luego por lanzar huevos a la puerta de su casa y, finalmente, por ser los “instigadores” y los “autores intelectuales” del puñetazo que dos o tres desconocidos le dieron a Pedro Alberto Cruz, Consejero de Cultura y sobrino de Valcárcel, a la puerta de su residencia particular, por motivos que aún se desconocen. Incluso se detuvo y se linchó mediáticamente a un joven al que se calificó como “ultraizquierdista”, “violento”, “antisistema” y supuesto autor de la agresión (según el testimonio inicial del propio Cruz), y al que el juzgado tuvo que dejar en libertad porque no había ninguna prueba contra él (tras desdecirse el Consejero).

Además de todo esto, pidieron la dimisión del Delegado del Gobierno por no darles protección, e incluso solicitaron al Tribunal Superior de Justicia que no autorizase el paso de la manifestación por delante de la casa particular de Valcárcel, porque podía estar en peligro la vida y la integridad del susodicho y de su familia…

Pensaron que con todas estas burdas estratagemas amedrentarían y desacreditarían a los miles y miles de ciudadanos que les estaban exigiendo responsabilidades. Pero lo único que consiguieron fue aumentar la indignación de la gente e incrementar el número de manifestantes. Así que, finalmente, cambiaron de estrategia y decidieron negociar. Había que parar como fuera una movilización social creciente, sobre todo teniendo a la vista las elecciones municipales y autonómicas de mayo.

Se trataba de ceder lo mínimo para conseguir romper la unidad sindical, cosa que finalmente han conseguido. Los sindicatos de derechas han aceptado las migajas del Gobierno regional, mientras que los sindicatos de izquierdas (CCOO, UGT y STERM-Intersindical), que representan a más del 56% de los empleados públicos, se han negado a firmar un acuerdo que consideran insuficiente y pernicioso, pues traerá consigo la pérdida de más de 2.000 empleos públicos. El Gobierno regional ha dado la negociación por concluida, pero el conflicto sigue abierto, y prueba de ello es que en la última manifestación (la octava, hasta ahora), convocada el 10 de febrero por los tres sindicatos de izquierdas, han participado nada menos que 40.000 personas.

Sin duda alguna, esta amplia movilización social ha sido un punto de inflexión en la Región de Murcia, y es de esperar que a partir de ahora la ciudadanía murciana comience a ser mucho más participativa y mucho más exigente con sus gobernantes municipales y regionales. Otra cosa será la traducción política de esta movilización social en los resultados electorales del próximo mes de mayo. Es previsible que el PP murciano sufra un fuerte desgaste y que los dos partidos de la oposición progresista incrementen su porcentaje de voto, pero es improbable que se produzca un vuelco electoral, dado que el PP ha contado hasta ahora con un apoyo situado en torno al 60%.

Paralelamente a todas estas movilizaciones, el Foro Ciudadano celebró el 3 de febrero el X Aniversario de su fundación. La fiesta tuvo lugar en La Puerta Falsa. El Foro estrenó su primer video: “La quimera del ladrillo. Murcia despierta”. Hubo también discursos, copas y música. Asistieron muchos amigos de la “izquierda poliédrica” (Valcárcel dixit). Ciertamente, fue una muy gozosa fiesta de la ciudadanía progresista murciana.

Dos días después de la fiesta, el Foro Ciudadano abrió su propio canal de video en Youtube, y colgó en él “La quimera del ladrillo” y un segundo video: "La crisis murciana paso a paso (Enero 2011)".

Última actualización: febrero_2011 12/02/2011 22:19


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