Marzo de 2024

No hay nada más ridículo ni más peligroso que la exaltación de la libertad soberana del yo. Sin embargo, ese es el fundamento ideológico último del sistema social en que vivimos, el llamado capitalismo «liberal» y, más recientemente, «neoliberal».

Por supuesto, se trata de una ficción. Una ficción históricamente reciente, que se fue gestando desde sus orígenes cristianos y durante los primeros siglos de la época moderna, como nos recuerda el filósofo Charles Taylor en Fuentes del yo: la construcción de la identidad moderna (Madrid, Paidós, 2006), y que fue enaltecida al máximo por los filósofos, poetas y artistas de la época romántica, como nos cuenta la historiadora Andrea Wulf en Magníficos rebeldes. Los primeros románticos y la invención del yo (Madrid, Taurus, 2022).

Más allá de la visión benevolente de Taylor y de Wulf, son muchos los estudios críticos que se han realizado sobre la génesis de la subjetividad moderna y sobre el mito de la libertad soberana. Basta pensar en los trabajos «arqueológicos» y «genealógicos» de Michel Foucault, desde su Historia de la locura hasta sus dos cursos sobre el nacimiento de la «biopolítica» liberal y neoliberal, y los cuatro volúmenes de su Historia de la sexualidad.

Desde un punto de vista feminista, es igualmente importante el estudio sobre «la construcción sociohistórica del sujeto moderno» realizado por la arqueóloga Almudena Hernando en su libro La fantasía de la individualidad.

La génesis histórica de esa «fantasía de la individualidad» fue analizada también, hace más de cuarenta años, por el antropólogo Louis Dumont en dos obras ya clásicas (Homo aequalis. Génesis y apogeo de la ideología económica, y Ensayos sobre el individualismo. Una perspectiva antropológica sobre la ideología moderna).

Esa ficción moderna del sujeto libre y soberano, aunque es una invención reciente, ha logrado imponerse en todo el mundo como la realidad más real, aunque la inmensa mayoría de quienes comulgan con ella son simples esclavos obligados a girar día tras día en la rueda imparable de la producción y del consumo sin límites.

Sólo unos pocos tiranos multimillonarios pueden permitirse el lujo de contemplar desde lo alto de su inmenso poder el movimiento cada vez más frenético de la rueda en la que giran como autómatas «libres» miles de millones de seres humanos. Esto es lo que el filósofo, sociólogo e historiador Lewis Mumford llamó la «megamáquina» del poder tecnopolítico, en las dos grandes obras que componen El mito de la máquina y en las que narró el desarrollo histórico de dicha «megamáquina», desde los antiguos imperios del Próximo Oriente hasta la actual sociedad planetaria: Técnica y evolución humana, y El pentágono del poder.

En cuanto a los siervos que se creen «libres», no puedo dejar de recordar el Discurso de la servidumbre voluntaria, escrito por el joven humanista Étienne de La Boétie a mediados del siglo XVI, justamente en los inicios del moderno Estado soberano y del capitalismo euro-atlántico como primera economía mundial de la historia. En 1984 publiqué un artículo titulado «Moro, Maquiavelo, La Boétie. Una lectura comparada», en el que analizaba los tres textos inaugurales del pensamiento político moderno: la Utopía de Tomás Moro, El príncipe de Nicolás Maquiavelo y el Discurso de la servidumbre voluntaria de La Boétie.

La cuestión que hemos de plantearnos hoy es ésta: ¿por qué lo llaman «libertad» cuando quieren decir «privilegio»? Cuando la libertad de unos pocos se conquista y se sustenta sobre la servidumbre de otros muchos, no debemos llamarla «libertad» sino «tiranía», «dominación» y «privilegio». De hecho, tanto la palabra latina libertas como la griega eleuthería proceden de la raíz indoeuropea leudh, que significa «crecer», subir, elevarse, como hacen las plantas, y en muchas lenguas esta raíz dio origen a términos como leudho- y leudhi-, que significan «gente», clan familiar, etnia, tribu, pueblo o comunidad política; y también dio origen al término leudhero, que nombra la condición libre de las personas pertenecientes a dicha etnia o pueblo. Por eso, tanto eleuthería como libertas aluden al estatuto superior o «elevado» de los miembros de una comunidad soberana, por oposición al estatuto inferior o «rebajado» de las personas y comunidades subalternas.

Véase, por ejemplo, la distinción que Platón establece entre el hombre libre (eleutheros) y el esclavo (doulos) (Leyes, 761 e) o el no libre (aneleutheros) (Gorgias, 485 c). En efecto, la eleuthería griega, como la libertas romana, era la condición política de los señores, es decir, los varones adultos que gozaban de plenos derechos cívicos y no estaban sometidos al dominio de nadie, por oposición a las mujeres, los niños, los esclavos, los súbditos de una tiranía o los pueblos vencidos y sometidos. Por eso, ambos términos se utilizaban para nombrar tanto a los pueblos soberanos e independientes como a los ciudadanos de pleno derecho que formaban parte de ellos.

En resumen, el origen etimológico de la palabra «libertad» remite a la condición de quienes gozaban de un estatuto privilegiado por pertenecer a una determinada comunidad o a un determinado estamento social que ejercía un dominio soberano sobre un territorio y sobre los humanos, los demás animales y las plantas que lo poblaban (y que estaban sometidos, de uno u otro modo, al poder coactivo de las personas «libres»). La palabra «libertad», desde su origen, no nombra una situación de «autarquía» o «autonomía» de un yo soberano, como suelen creer los que se autodenominan «liberales», sino más bien una situación de «jerarquía» o «privilegio» en la que los amos, dueños y señores son sustentados por el trabajo de otras personas no libres: mujeres, siervos, esclavos, inmigrantes «sin papeles», empleados asalariados, etc.

Por eso, no es nada extraño que la libertad soberana del yo, enarbolada por los liberales como un dogma sagrado, esté inseparablemente ligada al dogma no menos sagrado del dominio soberano de los Estados del Norte global, capitalistas y coloniales, no sólo sobre su propia población y su propio territorio sino también sobre las poblaciones y territorios del Sur sometidos desde el siglo XVI a un régimen de dominación, esclavitud, dependencia y expolio. Hay una relación histórica muy estrecha entre el liberalismo y el esclavismo modernos, como puso de manifiesto Domenico Losurdo en su Contrahistoria del liberalismo.

Esta doble cara del mito de la soberanía, la libertad soberana del sujeto y el dominio soberano del Estado, que no cesan de remitirse entre sí en todos los teóricos europeos del contrato social moderno, ha dominado la historia del pensamiento y de las instituciones políticas del Occidente euro-atlántico desde hace cuatro siglos. Hoy, ante la creciente interdependencia entre todos los pueblos del Norte y del Sur globales, y ante la creciente ecodependencia entre los seres humanos y la biosfera terrestre que nos sustenta, hemos de revisar y cuestionar profundamente el concepto ético y político de la libertad soberana. Esto es lo que vienen haciendo ya las teóricas y activistas del feminismo, el ecologismo y el decolonialismo.

Véase, por ejemplo, el libro del filósofo Pierre Charbonnier, Abondance et liberté Une histoire environnementale des idées politiques (París, La Découverte, 2019), cuya traducción española será publicada próximamente por la editorial La Oveja Roja. Charbonnier propone revisar el concepto moderno de libertad (y todas las categorías políticas vinculadas con él, como las de soberanía, democracia, justicia, revolución, etc.), una vez que el mito capitalista del «crecimiento ilimitado» ha chocado con los límites biofísicos del planeta Tierra.

No es ninguna casualidad que la gran ola reaccionaria de la derecha y la ultraderecha esté avanzando en todo el mundo enarbolando la bandera de la «libertad», precisamente para negar tanto la interdependencia como la ecodependencia, tanto la justicia social como la transición ecológica, que son precisamente las únicas que pueden garantizar la existencia de una humanidad libre, pacífica y solidaria en una Tierra habitable para todos los seres vivientes.

Sobre estas cuestiones acabo de escribir un artículo titulado «Arendt, la libertad y el mal», que se publicará próximamente en la revista brasileña Cadernos Arendt, en el monográfico «Hannah Arendt e a banalidade do mal» (vol. 4, n. 8), coordinado por Adriano Correia.


Última actualización: marzo_2024 2024/03/11 13:37

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