Enero de 2009

Triste final de 2008, triste comienzo de 2009.

Durante la última semana, Israel ha cometido una nueva masacre en Gaza. El 27 de diciembre de 2008, el ejército israelí comenzó a bombardear la Franja de Gaza desde el aire y desde el mar, y ocho días después la ha invadido también por tierra. Según las cifras dadas por Barak, ministro de Defensa israelí, hay ya más de 500 palestinos muertos y más de 2.200 han resultado heridos, mientras que sólo un soldado israelí ha muerto y sólo 12 han resultado heridos. Las fuentes médicas palestinas han dado cifras similares: más de 535 palestinos muertos -un tercio de ellos son civiles, según datos de la ONU- y más de 2.300 heridos.

Este castigo colectivo contra la población civil es un claro crimen de guerra, según lo establecido por las Convenciones de Ginebra. Y lo ha sido también el bloqueo que Israel ha venido imponiendo desde hace tres años al millón y medio de palestinos que viven en la Franja de Gaza, como si estuvieran encerrados y aislados en una prisión o en un gueto. Las inhumanas condiciones a las que ha sido sometida la población de Gaza fueron denunciadas por varias ONGs pro-derechos humanos en un exhaustivo informe publicado el 6 de marzo de 2008. Y la situación se ha agravado desde entonces.

El gobierno israelí habla de “legítima defensa” contra los “ataques terroristas” de Hamás, que apenas han causado una veintena de víctimas en los últimos siete años. Y tanto Estados Unidos como la Unión Europea se han apresurado a justificar el ataque “defensivo” de Israel. El argumento esencial, como dice el escritor John Berger, es el siguiente: "La muerte de una víctima israelí parece justificar la matanza de 100 palestinos. Una vida israelí se equipara en valor a 100 vidas palestinas". Se trata de un argumento “visceralmente racista”, por medio del cual las víctimas palestinas pasan a ser los culpables de su propia muerte y los agresores israelíes pasan a ser las víctimas inocentes.

Como si el gobierno “terrorista” de Hamás no hubiese sido elegido democráticamente por los palestinos. Como si el Estado de Israel no se hubiera fundado y expandido desde 1948 a costa del expolio y la deportación de millones de palestinos. Como si Gaza y Cisjordania no estuvieran sufriendo desde 1967 una situación de ocupación militar, de colonización territorial y de segregación étnica (agravada por la construcción del muro de la vergüenza) que contraviene el Derecho Internacional y que ha sido condenada en repetidas ocasiones por la ONU. Como si la propia Carta de la ONU no reconociera el derecho a la resistencia armada por parte de los pueblos que son invadidos, deportados, sojuzgados y exterminados.

Por todo el mundo se extiende la indignación y el clamor contra esta nueva masacre cometida impunemente por Israel (la anterior tuvo lugar en Líbano), y contra los gobiernos occidentales que la justifican o la consienten. Es hora ya de que la comunidad internacional tome medidas políticas y económicas muy serias para obligar a Israel al reconocimiento definitivo del Estado palestino. El pasado 30 de diciembre, asistí en Murcia a una concentración convocada por la Asociación de Solidaridad con el Pueblo Palestino y apoyada por numerosas organizaciones sociales, sindicales y políticas de la Región de Murcia, para condenar el ataque de Israel a Gaza y exigir la paz en Oriente Próximo. Se puede descargar aquí el texto completo de la declaración leída en Murcia.

Puede parecer paradójico que quienes fueron víctimas del nazismo estén cometiendo de forma tan implacable y despiadada un nuevo Holocausto contra el pueblo palestino. Puede resultar incomprensible que la mayor parte de los judíos de Israel (no así los que viven en Estados Unidos o en otros países) justifiquen y apoyen una situación de apartheid que dura ya más de sesenta años. En mi ensayo “La violencia y la ley” (recogido en El concepto de lo político en la sociedad global), he tratado de explicar que es precisamente la conciencia de víctima inocente –una conciencia que, más allá de los crímenes reales y de su justa reparación, puede seguir alimentándose imaginariamente y rentabilizándose políticamente ad infinitum- lo que otorga carta blanca a los agresores para cometer las mayores atrocidades con la más sublime buena conciencia. No hay nada más peligroso que la santa venganza de las víctimas.

Todos los agresores suelen considerarse a sí mismos como víctimas. También los nazis se consideraban víctimas de las potencias vencedoras en la Primera Guerra Mundial, del humillante Tratado de Versalles y de una supuesta conspiración judía internacional. Ahora, son los judíos de Israel los que, no satisfechos con las innumerables reparaciones obtenidas tras el Holocausto -comenzando por la propia creación del Estado de Israel a costa del expolio de los palestinos, que no habían tenido nada que ver con el antisemitismo de Hitler y de otros gobiernos europeos-, no sólo siguen sintiéndose víctimas de los ya desaparecidos nazis sino también de los actuales palestinos a los que ellos mismos han despojado de su hogar, de los países árabes vecinos a los que han arrebatado territorios, de la Unión Europea, de la ONU, en fin, de un supuesto antisemitismo internacional redivivo, a pesar de que es más bien su injustificable política de ocupación y de apartheid, apoyada incondicionalmente por Estados Unidos, la que constituye hoy una de las principales causas de la inestabilidad política del Oriente Próximo y, en general, de todo el mundo.

Afortunadamente, hay también muchos judíos que no han cesado de denunciar las equivocadas políticas de Israel y de Estados Unidos en Oriente Próximo, desde la profética Hannah Arendt, que ya en los años cuarenta defendió la necesidad de crear un Estado binacional judeo-palestino para evitar la previsible deriva etnicista y militarista del sionismo, hasta los autores del libro coordinado y presentado por el periodista y activista judío Michel Warschawski, co-fundador del ACI (The Alternative Information Center), con sede en Jerusalén y en el que participan judíos y palestinos: La revolución sionista ha muerto. Voces israelíes contra la ocupación (1967-2007) (Barcelona, Edicions Bellaterra, colección La Biblioteca del Ciudadano, 2008).

Este libro es una selección de textos, escritos a lo largo de cuarenta años: desde 1967 (la Guerra de los Seis Días) hasta 2007. En ellos se denuncia la política de Israel hacia los palestinos, pero esta denuncia no se hace desde fuera sino desde el interior del propio Estado israelí: activistas políticos, periodistas, profesores universitarios o simplemente personas de buena voluntad, exponen en estas páginas sus reflexiones, denuncias y llamamientos. El denominador común es la insistencia en considerar a los palestinos como iguales y en afirmar que la ocupación y la opresión –que, a su vez, engendran intolerancia y corrupción– son contradictorias con los principios sionistas. Es eso lo que lleva a Avraham Burg, antiguo presidente del Parlamento israelí, a afirmar, en uno de los artículos de este libro, lo que proclama su título: que “la revolución sionista ha muerto”.

A propósito de la estrecha relación entre Dios, la patria y las armas, que está en la base de la identidad nacional de países tan religiosos y tan militaristas como Israel y como Estados Unidos de América, es especialmente recomendable el último libro de Rafael Sánchez Ferlosio: God & Gun. Apuntes de polemología (Barcelona, Destino, 2008). Desde hace muchos años, soy un lector entusiasta de Rafael Sánchez Ferlosio, a quien admiro no solo como escritor sino también como pensador. Sus reflexiones sobre el siniestro vínculo de sangre que une a la guerra, la patria y la religión, son hoy más necesarias que nunca.

Última actualización: enero_2009 05/01/2009 14:10

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