Octubre de 2011

Durante los días 21 y 22 de octubre de 2011, se han celebrado en Albacete las XIV Jornadas de la Sociedad de Filosofía de Castilla-La Mancha, que este año han estado dedicadas a “La ciencia en los límites y los límites de la ciencia”.

El viernes día 21 intervinieron, como conferenciantes invitados, Fernando Broncano (Catedrático de Filosofía de la Ciencia en la Universidad Carlos III de Madrid), con una conferencia titulada “La autoridad (técnica) de la democracia”, y Vicente Sanfélix (Catedrático de Filosofía en la Universidad de Valencia), con una conferencia titulada “¿Qué puede decir la filosofía sobre la ciencia?”. Se presentaron, además, muchas e interesantes comunicaciones.

A mí me invitaron mis buenos amigos Tomás Miranda Alonso y Antonio Ponce Sáez, Catedráticos de Filosofía de Educación Secundaria y Profesores Asociados en la Facultad de Humanidades de Albacete, para que concluyese las Jornadas el sábado día 22, con una tercera conferencia a la que puse por título “¿Quién sabe? Ideas para una epistemología política”.

Como no me es posible reproducir aquí la argumentación desarrollada a lo largo de la conferencia, me limitaré a resumir brevemente el planteamiento inicial.

La tesis principal, que es también el hilo conductor de toda la conferencia, puede formularse así: los límites de la ciencia somos nosotros, los humanos.

La ciencia, entendida en el más amplio sentido del término (como un saber sobre el mundo basado en la investigación empírica y en la validación colectiva), no tiene límites en cuanto a su “objeto”, en cuanto a su “qué”, es decir, en cuanto al “mundo” del que se ocupa, y de hecho no ha cesado de extender sus confines hacia lo infinitamente grande y hacia lo infinitamente pequeño, esos dos infinitos entre los cuales nos encontramos nosotros, los humanos, los habitantes del planeta Tierra, como dice Pascal en sus Pensamientos (1670, primera edición póstuma).

Como dirá Nieztsche dos siglos más tarde, en Sobre verdad y mentira en sentido extramoral (1873), los humanos somos esos “animales inteligentes” que a pesar de estar perdidos en “un apartado rincón del universo”, hemos tenido la arrogancia de “inventar el conocimiento”, aunque esa invención y la historia entera de la humanidad no serán más que un efímero instante en la historia de la naturaleza.

Pero, de momento, seguimos viviendo en la Tierra y desarrollando nuestro conocimiento del mundo. Además, al extender sus confines hacia lo infinitamente grande y lo infinitamente pequeño, la ciencia no ha cesado de diversificarse en una multiplicidad de “ciencias”, que se ocupan de otras tantas regiones del mundo, de otros tantos campos de la experiencia humana: son las “ontologías regionales” de las que hablaba Husserl.

Los límites de la ciencia (o, más bien, de las ciencias) no hay que buscarlos por el lado del “objeto”, del “qué” o del “mundo” del que esas ciencias se ocupan, sino por el lado del “sujeto”, del “quién”, de esos vivientes que hablan (o, más bien, que hablamos) acerca del mundo y dicen (decimos) “nosotros, los humanos”.

Por eso, la epistemología, entendida como la reflexión crítica sobre las posibilidades y los límites de la(s) ciencia(s), no debe preguntarse sólo por el “qué” (el “objeto”) y por el “cómo” (el “método”) de este tipo de saberes, como suele ser habitual, sino que debe preguntarse también por el “quién”. Es decir, debe preguntarse: “¿quién sabe?”.

Pero esta pregunta por el “quién” no nos remite a un “sujeto” de conocimiento en singular, entendido como un sujeto a la vez solitario y universal, apolítico y ahistórico (sea el sujeto espiritual de la tradición epistemológica idealista o el sujeto corporal de la tradición epistemológica empirista), sino que nos remite más bien a los “sujetos” de conocimiento en plural, es decir, a los diferentes regímenes histórico-políticos de producción, validación, administración, aplicación y distribución diferencial de los saberes (sean científicos o no) entre los distintos “sujetos” (individuales y colectivos), en el seno de una sociedad o de un “nosotros” más o menos delimitado.

En otras palabras, la epistemología no puede dejar de reflexionar, a un tiempo, sobre la ciencia (o, más bien, sobre las ciencias), entendida como una cierta forma de saber sobre el mundo que es producida, validada, administrada, aplicada y distribuida gracias a ciertas condiciones técnicas y sociales, y sobre la política (o, más bien, sobre los diferentes regímenes histórico-políticos), entendida precisamente como ese conjunto de condiciones técnicas y sociales que hacen posible la producción, validación, aplicación y distribución diferencial de los saberes, y en particular de los saberes científicos.

En resumen, la epistemología no puede dejar de ser epistemología política. La reflexión sobre las diferentes formas del conocimiento científico no puede estar desvinculada de la reflexión sobre las diferentes formas de la convivencia política. Ahora bien, eso exige revisar no solo nuestra manera habitual de entender la ciencia, sino también nuestra manera habitual de entender la política.

Este fue el punto de partida de mi conferencia.

Tras el coloquio, me fui a comer con Tomás Miranda, Antonio Ponce y José Javier Benéitez, actual presidente de la Sociedad de Filosofía de Castilla-La Mancha.

Tras la comida y la grata conversación con los amigos, regresé de nuevo a Murcia y por el camino disfruté de la primera lluvia del otoño.

Última actualización: octubre_2011 22/10/2011 22:22


La Conferencia de Decanos -y Decanas, aunque pocas- de las Facultades de Filosofía de España, reunida el pasado viernes 7 de octubre en la Facultad de Filosofía de la UNED, con sede en Madrid, decidió elegirme como nuevo presidente de la misma.

Como vicepresidenta de la Conferencia fue elegida Ángela Sierra, decana de la Facultad de Filosofía de la Universidad de La Laguna, y como secretario Jacinto Rivera, decano de la Facultad de Filosofía de la UNED.

Esta elección no es solo un voto de confianza hacia mí, sino también un reconocimiento al importante papel que ha venido desempeñando la Facultad de Filosofía de la Universidad de Murcia en el conjunto de la filosofía española, ya desde la época de nuestro anterior decano, José Lorite Mena, según manifestaron expresamente los decanos de las demás universidades.

Es la primera vez que la presidencia de esta Conferencia es ejercida desde un decanato que no tiene su sede en ninguna de las universidades de Madrid. Por eso, esta elección es un motivo de orgullo para nuestra Facultad y para nuestra Universidad, pero supone también asumir una nueva responsabilidad: la de coordinar y representar a la Conferencia de Decanos de Filosofía en unos tiempos muy difíciles para las universidades españolas.

He aceptado esta elección por dos motivos: en primer lugar, porque la situación de crisis económica está afectando muy negativamente a las humanidades, y en particular a la filosofía, lo cual exige un mayor grado de coordinación y de colaboración entre todas las Facultades de Filosofía de España; y, en segundo lugar, porque quienes habían representado hasta ahora a la comunidad filosófica española se están jubilando o retirando de los cargos de responsabilidad, así que a los de mi generación nos toca coger el testigo.

He dicho muchas veces que la comunidad filosófica española necesita una mayor vertebración académica e institucional. Véase, por ejemplo, mis dos apuntes de enero y febrero de 2010 sobre "La transición filosófica en España" (que aparecerán como una nota crítica en Daímon. Revista Internacional de Filosofía, 53, mayo-agosto 2011). Lo ha escrito también Manuel Cruz en un reciente artículo de prensa: "Filosofía: una comunidad inexistente" (El País, 24/09/2011). Pues bien, si he aceptado presidir la Conferencia de Decanos de Filosofía, ha sido con la esperanza de que podamos dar algunos pasos en esa dirección. Por supuesto, con la ayuda de otros muchos colegas y amigos de la “inexistente” comunidad filosófica española.

Última actualización: octubre_2011 10/10/2011 19:23


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