Enero de 2012

He comenzado el año 2012 leyendo un libro muy inquietante y muy bien documentado de Harald Welzer: Guerras climáticas: por qué mataremos (y nos matarán) en el siglo XXI, Katz, Buenos Aires / Madrid, 2010. Este libro merece la pena no solo por su contenido sino también por su autor y por el enfoque teórico que ha adoptado para escribirlo.

Harald Welzer (1958, Bissendorf, Hannover) es un conocido sociólogo, politólogo y psicólogo social alemán. Ha sido director del Psychologisches Institut de la Universidad de Hannover y ahora es director del Center for Interdisciplinary Memory Research de Essen, y responsable del programa de investigación sobre Clima y Cultura en el Kulturwissenschaftliches Institut / Institut for Advanced Study in the Humanities de Essen.

Se ha especializado en el estudio de la memoria autobiográfica, histórica y política (sobre todo, la memoria alemana del Holocausto nazi), en las formas modernas de la violencia colectiva (sobre todo, en los mecanismos psicológicos y sociales que la hacen posible), y, más recientemente, en las consecuencias económicas, políticas y culturales del cambio climático.

Ha escrito cinco libros en solitario y seis en colaboración, y ha editado o coeditado otros seis volúmenes colectivos. Sus dos libros más conocidos, anteriores al que ahora comento, son: El abuelo no era nazi (en colaboración con Sabine Moller y Karoline Tschuggnall: Opa war kein Nazi. Nationalsozialismus und Holocaust im Familiengedächtnis, con la ayuda de Olaf Jensen y Torsten Koch, Fischer-Taschenbuch-Verlag, Frankfurt, 2002); y Criminales. Cómo personas normales se convierten en asesinos de masas (Täter. Wie aus ganz normalen Menschen Massenmörder werden, con la ayuda de Michaela Christ, S. Fischer, Frankfurt, 2005).

Su único libro traducido al español es Guerras climáticas (Klimakriege. Wöfur im 21.Jahrhundert getötet wird, S. Fischer, Frankfurt, 2008). Su último libro publicado, en colaboración con Claus Leggewie, es El fin del mundo, como lo conocíamos. Clima, futuro y oportunidades de la democracia (Das Ende der Welt, wie wir sie kannten. Klima, Zukunft und die Chancen der Demokratie, S. Fischer, Frankfurt, 2010).

A partir de la traducción de su libro Guerras climáticas, han aparecido algunas reseñas y entrevistas en español. Véase, por ejemplo, la reseña de Andreas Vierecke editada por el Goethe Institut y la entrevista de José Andrés Rojo publicada por la revista Barcelona Metrópolis en julio-septiembre de 2011.

Resumiré muy brevemente las ideas principales del libro Guerras climáticas:

-Los procesos de modernización que tuvieron lugar en Occidente y que en la era de la globalización se han extendido a todo el mundo, no han conllevado la disminución progresiva de la violencia colectiva, como se había creído desde la Ilustración en adelante, sino que han engendrado formas nuevas y especialmente terroríficas de violencia. Esto es algo que ya habían constatado otros autores, especialmente tras las dos guerras mundiales, los regímenes totalitarios y los grandes genocidios del siglo XX: Max Horkheimer, Theodor W. Adorno, Walter Benjamin, Elias Canetti, Hannah Arendt, Michel Foucault, Zygmunt Bauman, Michael Mann, Hans Joas, etc. Yo mismo he escrito sobre este tema en “La violencia y la ley” (El concepto de lo político en la sociedad global, Herder, Barcelona, 2008, pp. 147-210).

-Desde 1945, Occidente ha mantenido su paz interior y su hegemonía sobre el resto del mundo, desplazando fuera de sus fronteras y poniendo a distancia las formas de violencia más extremas. En efecto, su “seguridad” interior y su crecimiento económico los ha obtenido desestabilizando y expoliando regiones enteras en el llamado Tercer Mundo. Así ha sucedido con las “nuevas guerras” (Mary Kaldor) que han proliferado en la segunda mitad del siglo XX y en los primeros años del XXI, es decir, las guerras civiles permanentes que duran décadas, que afectan sobre todo a la población civil, que a veces causan genocidios y desplazamientos masivos de población, y que tienen lugar sobre todo en los “Estados fallidos” de África, Asia y Latinoamérica. Conviene tener en cuenta que hoy en día hay unos sesenta Estados con riesgo de colapso o “desestatalización”, casi un tercio del total de Estados existentes en el mundo.

-Pero esas nuevas guerras no son meramente locales, sino que en ellas intervienen, además de los actores locales (ejércitos regulares, grupos paramilitares, guerrillas insurgentes, señores de la guerra, etc.), actores globales muy diversos (grandes potencias globales o regionales, tropas internacionales de interposición, organizaciones humanitarias, empresas multinacionales que explotan recursos energéticos y otras materias primas, redes criminales de venta de armas, drogas y personas, etc.). Además, esas guerras también pueden llegar a tener efectos globales, por muy diversas vías: el desencadenamiento de conflictos geopolíticos internacionales, las migraciones masivas a los países ricos, la formación de redes terroristas que actúan en las grandes ciudades de Occidente, etc.

-Estas guerras suelen ser percibidas desde fuera (e incluso por sus propios actores) como “guerras étnicas”, “nacionalistas” o “religiosas”, pero esta percepción cultural, aunque tiene su importancia (pues acaba exacerbando las diferencias entre los grupos y la violencia bélica entre ellos), no se corresponde necesariamente con la motivación que está en el origen de las mismas y que les sirve de sustento. De hecho, muchas de estas guerras tienen causas medioambientales: surgen a partir de luchas por recursos naturales como la tierra cultivable, el ganado, el agua, las reservas de combustibles fósiles y otras materias primas muy cotizadas, etc. Pero la relación causal entre todos estos factores no es lineal sino recursiva: el conflicto por recursos escasos o muy cotizados puede desembocar en guerra abierta cuando se da en un contexto de Estados fallidos o en proceso de “desestatalización”, pero estos contextos socio-políticos inestables pueden conducir a la violencia cuando una catástrofe natural desencadena una migración o una lucha por los recursos más básicos.

-El autor analiza muchos ejemplos históricos, tanto de las diversas formas de violencia colectiva conocidas en el siglo XX y comienzos del XXI (desde las dos guerras mundiales y el Holocausto nazi hasta las guerras de la ex Yugoslavia, el terrorismo islamista y la “guerra global contra el terrorismo” emprendida por Estados Unidos), como de la vinculación entre muchos conflictos armados y la destrucción medioambiental (desde el famoso ejemplo de la isla de Pascua hasta la reciente guerra de Sudán, que ha provocado un verdadero genocidio, pasando por la guerra del Vietnam y la estrategia estadounidense de destrucción de la selva vietnamita). El estudio de todos estos ejemplos históricos permite al autor analizar la dinámica que desencadena las guerras y mostrar que las guerras medioambientales no son solo cosa del futuro, sino también del pasado y del presente.

-La tesis central del libro es que el cambio climático ya está produciendo toda clase de catástrofes naturales con graves consecuencias sociales (desde el huracán Katrina, que inundó la ciudad de Nueva Orleans y afectó sobre todo a la población negra y de escasos recursos, hasta la desertización que crece en Sudán y en otros países del Sahel africano), y que las causará en mucha mayor escala en las próximas décadas. Ahora bien, estos dos ejemplos muestran que el cambio climático, aunque es global, está afectando y va a afectar muy desigualmente a los distintos países y clases sociales, en función de los recursos con los que cuenten para hacerle frente. Afectará sobre todo a las poblaciones más pobres, que sufrirán hambrunas y guerras, y que huirán de forma masiva hacia las regiones y países más ricos, lo que a su vez provocará reacciones de rechazo xenófobo, como ya está ocurriendo en la Unión Europea con los inmigrantes africanos que llegan a sus costas a través de Italia, España y Portugal, y en Estados Unidos con los inmigrantes mexicanos y, en general, latinoamericanos. El cambio climático agudizará estas situaciones de hambruna, guerra civil, desplazamientos masivos de población y reacciones xenófobas por parte de las sociedades receptoras, y todo ello acabará engendrando nuevas formas de violencia colectiva, incluido el genocidio. En situaciones extremas, dice Welzer, la gente está dispuesta a practicar y justificar formas extremas de violencia, como la deportación, la guerra y el exterminio masivo. Así ha sucedido en el siglo XX y así es muy probable que suceda en el siglo XXI.

-De acuerdo con todo lo anterior, la conclusión de Welzer es que en el siglo XXI asistiremos a nuevas formas de violencia colectiva inducidas por el cambio climático: “De acuerdo con toda la experiencia histórica, existe una alta probabilidad de que las personas catalogadas como superfluas, que parecen amenazar las necesidades de bienestar y seguridad de las ya establecidas, perezcan en gran número, ya sea debido a falta de agua y escasez de alimentación, por guerras en la frontera o también por guerras civiles y conflictos entre países generados por la transformación de las condiciones climáticas” (p. 314).

Lógicamente, la imperiosa pregunta que los lectores nos planteamos es esta: ¿qué podemos hacer para impedir que se cumpla ese terrible pronóstico? Pues bien, la respuesta de Harald Welzer no es nada esperanzadora. El autor considera que sería necesario trascender los límites del Estado-nación soberano y étnicamente homogéneo, y poner en marcha políticas cosmopolitas que tiendan a la justicia global y a la sostenibilidad ecológica, pero se muestra muy escéptico sobre la capacidad de Occidente y, en general, de la humanidad actualmente viviente para aprender las lecciones de la historia y evitar los errores del pasado. Sus palabras finales aluden claramente a la Dialéctica de la Ilustración, ese libro demoledor escrito por Max Horkheimer y Theodor W. Adorno en los primeros años cuarenta, bajo la traumática experiencia de la Segunda Guerra Mundial, el totalitarismo nazi y los campos de exterminio. Welzer termina así su libro:

“El proceso de globalización también puede describirse de este modo: como un proceso de entropía social que se acelera, desintegra las culturas y al fin, cuando termina mal, solo deja tras de sí la indiferenciación de la voluntad de supervivencia. Aunque eso sería la apoteosis de esa misma violencia de cuya abolición la Ilustración (y, con ella, la cultura occidental) creyó hallar la clave. Pero desde el trabajo esclavo moderno y la explotación impiadosa de las colonias hasta la destrucción perpetrada en la industrialización temprana del sustento vital de personas que no tenían absolutamente nada que ver con ese programa, la historia del Occidente libre, democrático e ilustrado escribe precisamente su contrahistoria de falta de libertad, opresión y contrailustración. La Ilustración (y esto lo muestra el futuro de las consecuencias climáticas) no podrá liberarse de esa dialéctica. Esa misma dialéctica la hará fracasar” (pp. 315-316).

La argumentación de Harald Welzer, que se sirve de sus investigaciones sobre el Holocausto nazi para anticipar las nuevas formas de violencia extrema que pueden ser desencadenadas por el cambio climático, me ha recordado el planteamiento análogo que desarrolló diez años antes otro autor alemán, el escritor y ecologista Carl Amery, ya fallecido (y al que Welzer, sin embargo, no cita), en un libro que leí hace algún tiempo: Auschwitz, ¿comienza el siglo XXI. Hitler como precursor, Turner/FCE, Madrid/México, 2002, orig. alemán 1998.

Tras describir el programa hitleriano, consistente en asegurar la supervivencia y la hegemonía de la raza aria mediante el exterminio y el sometimiento del resto de los seres humanos, Amery sugiere que la crisis ecológica global, provocada por la voracidad depredadora del capitalismo globalizado, puede conducir a las élites dominantes del mundo a una nueva “gestión del planeta” que garantice la supervivencia de los elegidos a costa del exterminio de los superfluos, es decir, se trataría de poner en marcha la “globalización de la fórmula hitleriana”.

Estos son, según Amery, los “factores de la fórmula hitleriana”, que permiten considerar como verosímil la probabilidad de su reactivación en el siglo XXI, en el contexto de la crisis ecológica global:

“La primera premisa para su aplicación (o reaplicación) es una situación de crisis que incluya tanto la carestía material como la vivencia de una desorientación existencial. Esta experiencia de crisis debe suscitar la noción de que no basta para todos (y de que seguramente nunca más bastará). En tal caso habremos de descartar de raíz toda posibilidad de solucionar la crisis mediante un programa minucioso, pero humanista. El grupo o formación dominante que se sienta llamado a conservar los logros civilizatorios se verá por ello obligado a acometer una selección; ésta anulará lógicamente el carácter intocable de la dignidad humana. De modo que nuestra primera pregunta reza así: ¿es posible, o probable, una crisis hitleriana en el siglo XXI? Sí” (p. 157).

Última actualización: enero_2012 16/01/2012 10:39

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