Marzo de 2009
Ciudad y guerra en la época moderna
El 18 de marzo de 2009, di una conferencia titulada “La revolución militar europea y el nacimiento del espacio moderno”, en el Salón de Grados de la Facultad de Traducción e Interpretación de la Universidad de Granada, dentro del ciclo “La ciudad y la guerra”, organizado por la Cátedra “Antonio Domínguez Ortiz”, de la que es director Antonio Luís Cortés Peña, Profesor de Historia Moderna. El ciclo constaba de cuatro conferencias, dedicadas a los cuatro períodos convencionales de la historia de Occidente: Antigüedad, Edad Media, Edad Moderna y Edad Contemporánea. En la organización participó también Juan Calatrava Escobar, catedrático de Historia de la Arquitectura y director de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de la Universidad de Granada, que además impartió la última conferencia del ciclo.
(Una versión actualizada de esta conferencia volví a darla el 27 de febrero de 2017, con el título "La relación entre la guerra y la ciudad en la formación de la Europa moderna: la «revolución militar» de los siglos XVI y XVII", en la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Alcalá, en el seminario permanente del proyecto de investigación "La filosofía política de la ciudad. Ideas, formas y espacios de lo urbano", Plan Estatal de Fomento de la Investigación, Proyecto FFI2016- 78014-P. Descargar pdf aquí).
A continuación, resumiré las ideas principales expuestas en la conferencia, en la que además presenté numerosas imágenes para ilustrar la exposición oral.
Entre los siglos XV y XVII, se produce en Europa occidental una “revolución militar” (según la expresión acuñada por Michael Roberts y retomada por Geoffrey Parker), estrechamente vinculada a tres procesos históricos interdependientes, decisivos en la génesis de la época moderna y en la hegemonía de Occidente sobre el resto del mundo:
-La formación del sistema europeo de Estados soberanos y de los imperios coloniales ultramarinos.
-La expansión del mercado transnacional capitalista como primera economía mundial.
-El desarrollo de los modernos saberes tecnocientíficos basados en la experimentación y la cuantificación.
En las tres últimas décadas, el vínculo entre la guerra, el Estado y la economía modernas ha sido cada vez más reconocido y estudiado por los historiadores (Carlo M. Cipolla, A. Guillerm, A. Corvisier, M. Howard, W. H. McNeill, John R. Hale, Geoffrey Parker, J. M. Black, Raffaele Puddu, José Antonio Maravall, I. A. A. Thompson, Charles Tilly, Michael Mann), porque fue este vínculo entre las armas, la política y el dinero, lo que hizo posible la expansión y la hegemonía mundial de los países de la Europa atlántica (Portugal, España, Holanda, Francia, Inglaterra, Suecia y Dinamarca), y consiguientemente el inicio de un proceso de mundialización de todas las relaciones sociales que duró cinco siglos y que ha dado origen a la sociedad global actual.
En cambio, el vínculo entre la “revolución militar” y la “revolución tecnocientífica” ha sido menos reconocido y estudiado. Y todavía hay muchos historiadores de la ciencia que, como ya hiciera el gran Alexandre Koyré, siguen negándolo o menospreciándolo como irrelevante.
Pero ha habido también historiadores de la ciencia y de la técnica que se han ocupado de subrayar su vínculo con la guerra: Leonardo Olschki, Bertrand Gille, Paolo Rossi, José María López Piñero, Robert K. Merton, Stellman Drake, Stephen F. Mason, etc. También yo me ocupé de estudiarlo en mi tesis de doctorado De la guerra a la ciencia. Un estudio de los tratados militares medievales y renacentistas (1984), de la que surgió el libro La fuerza de la razón. Guerra, Estado y ciencia en los tratados militares del Renacimiento, de Maquiavelo a Galileo (Murcia, Universidad de Murcia, 1987, 2ª ed. revisada y ampliada 2008).
Ahora bien, ¿cuándo se inició la “revolución militar”, cómo se difundió geográficamente y cuáles fueron los cambios que la caracterizaron?
La “revolución militar” tuvo sus primeros precedentes en los siglos XIV-XV, durante la Guerra de los Cien Años entre Francia e Inglaterra (1337-1453), la conquista de Constantinopla por el imperio otomano (1453) y la conquista de Granada por los Reyes Católicos (1492).
Pero los cambios decisivos tienen lugar en los siglos XVI-XVII, durante las Guerras de Italia entre Francia y España (1494-1529) y las sucesivas guerras que el imperio católico de los Austrias mantiene en Europa (España, Francia, Países Bajos, Portugal, Inglaterra y los príncipes alemanes), en el Mediterráneo (turcos y norteafricanos), y en las colonias ultramarinas (de América a Filipinas).
Durante los siglos XVIII y XIX, la moderna “revolución militar” alcanza su apogeo, pero también sus límites: se inicia el declive del imperio de los Austrias, surgen nuevas guerras por la hegemonía entre Francia e Inglaterra (siglo XVIII), estallan las revoluciones americana (1776) y francesa (1789), a las que siguen las guerras napoleónicas (1799-1815), la revolución industrial, la hegemonía británica, el ascenso de Alemania y EEUU, y la Primera Guerra Mundial (1914-1918).
Como ya he dicho, la “revolución militar” se inicia sobre todo en los territorios de los Habsburgo (o Austrias) y de sus vecinos o enemigos: España, Italia, Francia y los Países Bajos. Éste fue “el corazón de la revolución militar” (G. Parker), desde donde se extendió a otros lugares. Y la variable fundamental para seguirle la pista a este proceso expansivo fue una innovación arquitectónica: la llamada “traza italiana”, es decir, el nuevo tipo de fortificación “moderna”.
En efecto, la “traza italiana”, y con ella la “revolución militar”, se inicia en las Guerras de Italia (entre 1494, invasión de Italia por las tropas de Carlos VIII, y 1529, la Paz de Cambrai), protagonizadas por la Francia de Carlos VIII y Francisco I y la España de los Reyes Católicos y del emperador Carlos V. Y se prolonga en las diferentes guerras que mantiene el imperio español de los Austrias (Carlos V, Felipe II, Felipe III, Felipe IV y Carlos II) en el continente europeo (con Francia, Inglaterra, Portugal, los Países Bajos y los Príncipes Alemanes), en el Mediterráneo (con los turcos y los piratas berberiscos), y en las colonias ultramarinas (desde América hasta Filipinas).
En cuanto a los grandes cambios que caracterizaron a la “revolución militar”, yo destacaría seis:
-El renacimiento de la infantería plebeya (arqueros, piqueros, arcabuceros y mosqueteros) frente a la caballería feudal.
-La invención y desarrollo de la pólvora y las armas de fuego: minas, artillería pesada y armas ligeras.
-El paso del castillo elevado y con torreones a la fortaleza enterrada y con bastiones (“traza italiana” o “moderna”).
-La sustitución de las batallas campales estacionales por los prolongados asedios y defensas de ciudades fortificadas.
-El reemplazo de las galeras mediterráneas con remos y abordajes por los galeones atlánticos con velas y andanadas de cañones.
-Y el aumento del tamaño, la permanencia, la complejidad organizativa y la financiación de los ejércitos modernos.
Esta “revolución militar” es inseparable del “nacimiento de espacio moderno”. Entre los siglos XV y XVII, se produce una profunda transformación tecnocientífica, una revolución en la manera de comprender y de relacionarse con el mundo físico, lo que dará lugar a una secularización de la Naturaleza y de la Ciencia.
La relación con la Naturaleza experimenta cuatro procesos entrecruzados:
-Igualación ontológica entre el Cielo y la Tierra: todo es materia y extensión.
-Cuantificación matemática de las relaciones espacio-temporales de los cuerpos.
-Representación gráfica de todo lo visible e imaginable.
-Dominio técnico de los seres y procesos naturales.
La Ciencia experimenta, paralelamente, otras cuatro transformaciones:
-De la división tradicional entre “artes liberales” y “mecánicas”, se pasa al lema de Francis Bacon: “saber es poder”.
-Los nuevos saberes son a la vez científicos y técnicos, verdaderos y útiles.
-Los tratados impresos se ocupan de los más diversos asuntos y en ellos se unen la palabra, la imagen y el número.
-Los nuevos saberes progresan con la experiencia.
Esta doble mutación en la manera de entender la Naturaleza y la Ciencia, da origen al nacimiento del espacio moderno, en tres niveles diferentes:
-El nivel filosófico y astronómico: del cosmos cerrado, jerarquizado y gobernado por Dios, al universo homogéneo, infinito y eterno.
-El nivel geopolítico y cartográfico: del mar Mediterráneo a la circunnavegación de la Tierra y la representación métrica de todo el orbe.
-El nivel urbanístico y proyectivo: la invención, diseño y construcción de objetos, máquinas, edificios y ciudades, como una tarea a un tiempo técnica, científica, artística y política.
Con todos estos elementos, ya estamos en condiciones de comprender las relaciones entre la “revolución militar” y el surgimiento de la “ciudad moderna” a partir del siglo XVI. En estas relaciones entre guerra y ciudad, conviene destacar los siguientes aspectos:
-La aparición de la artillería es decisiva, por los muchos cambios técnicos y tácticos que provoca en los sistemas de fortificación, defensa y asedio: se pasa de los principios de inaccesibilidad y autarquía, propios de los castillos y ciudades medievales, a los principios de invisibilidad y socorro exterior, propios de las ciudadelas y ciudades modernas.
-La formación de los Estados modernos provoca también importantes cambios políticos y estratégicos en el control del territorio: de la autonomía de cada enclave señorial, eclesiástico o municipal, se pasa a la interconexión estatal de los puestos fronterizos y a la destrucción de murallas urbanas y castillos ubicados en el interior.
-Como consecuencia de las dos transformaciones anteriores, el castillo como centro de la urbe amurallada deja paso a la ciudadela como nuevo poder excéntrico y de doble uso: “hacia fuera” y “hacia dentro”. Se trata de defender a la ciudad en el contexto de un sistema defensivo estatal, pero también se trata de vigilarla para impedir que se rebele contra el Estado.
-Los cambios precedentes hacen que el castillo medieval, como sede del poder militar, civil y a veces religioso, deje paso a la progresiva diferenciación entre la zona militar (la ciudadela) y el espacio nacional pacificado, tanto en la urbe aburguesada (con sus plazas, mercados, iglesias, conventos y edificios públicos), como en el campo aristocratizado (con sus palacios, villas de recreo y jardines).
La conferencia concluyó con una serie de imágenes comentadas. A través de ellas, traté de mostrar a los asistentes algunos ejemplos de ciudades fortificadas: en España, en otras ciudades europeas y en las colonias ultramarinas.
En particular, mostré la secuencia histórica seguida por la ciudad “fronteriza” y “rebelde” de Pamplona: desde los tres burgos medievales a la ciudad fortificada de finales del siglo XVI y comienzos del siglo XVII, con su ciudadela anexa; y desde entonces hasta los dos primeros “ensanches” de 1890-1900 y 1920-1950, que rompieron definitivamente el cerco de la ciudad fortificada.
Última actualización: marzo_2009 2022/03/24 12:32
Bataille en Zaragoza
El viernes 13 de marzo, en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Zaragoza, asistí a la lectura pública de una tesis de doctorado titulada La experiencia creativa: hacia un arte batailleano, dirigida por José Luis Rodríguez, catedrático de Filosofía de la Universidad de Zaragoza, y realizada por Alberto Gómez Ascaso, licenciado en Filosofía y escultor de profesión.
Formábamos parte del tribunal Ignacio Izuzquiza (como presidente), Elvira Burgos (como secretaria), y Miguel Morey, Agustín González y yo, como vocales.
Lo que más me gustó de la tesis fue la recreación del ambiente artístico y cultural del París de entreguerras, en el que florecieron muchas de las vanguardias artísticas y literarias de la primera mitad del siglo XX. En esa ciudad y en esas décadas de los años veinte y treinta, los artistas convivían con los escritores, los filósofos, los políticos, los mecenas, los revolucionarios, los vividores y los mendigos. En ese ambiente tan fuera de lo común se fraguó la personalidad y la obra de Georges Bataille. Podría decirse que Bataille tuvo la fortuna de estar en el lugar adecuado y en el momento justo.
La tesis describe ese extraordinario contexto histórico, e incluso narra el proceso por el que el Montparnasse de los escultores acabó reemplazando al Montmartre de los pintores en las preferencias residenciales de los artistas y de los escritores, sobre todo cuando Picasso decidió desplazarse de un barrio al otro. Se nota que Gómez Ascaso ha vivido en París y se ha familiarizado con su intensa historia artística y cultural.
A continuación, la tesis describe las tres grandes “influencias” que marcaron la obra de Bataille: el surrealismo, el marxismo y Nietzsche. Aquí, el autor no sólo señala las afinidades, sino también las diferencias que singularizan a Bataille. Aunque, en mi opinión, las diferencias de Bataille con Nietzsche no están claramente precisadas.
El núcleo teórico de la tesis se ocupa de la gran metáfora batailleana (“el ojo pineal”), que recorre toda su obra, y de tres conceptos fundamentales (la “experiencia interior”, la “soberanía” y la “voluntad de suerte”) que toman cuerpo en la Suma ateológica, una trilogía compuesta por Bataille durante la Segunda Guerra Mundial.
Una vez expuesto este núcleo teórico, la tesis concluye extrayendo de él la concepción batailleana del arte, más aún, la experiencia creativa del propio Bataille, entendida como una experiencia interior, como una forma de soberanía y de transgresión, como una voluntad de suerte, de azar y de juego, en el extremo de lo posible, es decir, en el límite del amor y de la muerte.
Sin embargo, la experiencia creativa de la que habla el autor de la tesis es, ante todo, la del artista plástico. Y es explicable, porque Alberto Gómez Ascaso es escultor. En cambio, Bataille era escritor. Es cierto que tenía muchos amigos que eran pintores y escultores, como André Masson y Alberto Giacometti, pero lo esencial de su propia experiencia creativa (y de todo cuanto dice a propósito de ella, por ejemplo en La literatura y el mal) tiene que ver con la escritura. Estas y otras cuestiones fueron las que debatí en público con Alberto Gómez Ascaso.
La lectura de su tesis y el debate público con él fueron para mí como un regalo, pero José Luis Rodríguez me hizo un nuevo regalo: el libro Alberto Gómez Ascaso (Olot, Fons d'Art Olot, 2002), con textos del propio José Luis Rodríguez y de Conxita Oliver. Viendo las fotos del libro, pude comprobar que en la obra escultórica de Gómez Ascaso se percibe cierta influencia de Giacometti, sobre todo en la estilización y en el esquematismo de la figura humana. Es una curiosa coincidencia que ambos se llamen Alberto y estén vinculados a Bataille.
Tras una muy grata comida con el nuevo doctor y con los demás compañeros del tribunal, tuve ocasión de conversar largamente con Alberto Gómez Ascaso, a propósito de Bataille, de Nietzsche, de su propia actividad creativa y de otras muchas cosas.
Y por si todo eso no hubiera sido suficiente, terminé la tarde haciendo una visita a mi hermana Maravillas, que vive y trabaja en Zaragoza. Así que fue un día pleno y feliz.
Última actualización: marzo_2009 24/03/2009 00:08
¿Es posible una democracia cosmopolita?
El pasado 11 de marzo, participé en el Congreso nacional sobre Globalización: Economía, Derecho y Sociedad Internacional, con una ponencia invitada que llevaba por título: “¿Es posible una democracia cosmopolita?”.
El congreso se celebró en la Universidad de Murcia, los días 11, 12 y 13 de marzo de 2009, y estuvo organizado por la Asociación Universitaria para el Desarrollo de los Derechos Humanos y de los Estudiantes de la Universidad de Murcia (AUPEMUR), bajo la dirección académica de Eva María Rubio Fernández (Profesora de Derecho Internacional Público) y María Magnolia Pardo López (Profesora de Derecho Constitucional).
No me es posible exponer aquí el contenido completo de la ponencia, porque aún sigo trabajando en el tema, y porque espero presentar un texto mucho más elaborado en el Congreso Internacional Presente, pasado y futuro de la democracia, que se celebrará en Murcia del 20 al 23 de abril del presente año, y en el que participaré con una ponencia titulada “¿Democracia sin fronteras?”.
No obstante, resumiré aquí las ideas principales que expuse el pasado 11 de marzo:
Hasta ahora, a lo largo de la historia de Occidente, el cosmopolitismo y la democracia han tenido dos historias separadas: el cosmopolitismo ha sido pensado al margen de la democracia y la democracia ha sido pensada al margen del cosmopolitismo. Esto es lo que hoy está cambiando. Ha llegado el momento de plantear que no es posible la democracia sin el cosmopolitismo, ni el cosmopolitismo sin la democracia.
Estas son las tres grandes formas de cosmopolitismo que habíamos conocido hasta ahora: en la Antigüedad greco-romana, un cosmopolitismo filosófico (como el de Diógenes de Sínope y los demás filósofos cínicos griegos) e imperial (como el de los filósofos estoicos latinos, incluido el emperador Marco Aurelio); en la Edad Media cristiana, un cosmopolitismo religioso y eclesiástico (que se expande a todo el mundo a partir de 1492, pero que al mismo tiempo entra en crisis tras la Reforma protestante y las posteriores guerras de religión); en la Europa moderna y capitalista, un cosmopolitismo comercial y colonial (en el que se inscribe el desarrollo del Derecho Internacional y, en particular, la propuesta de Kant: una “federación de repúblicas libres” que garantice la “paz perpetua” entre los Estados y el “derecho de visita” para las personas, y especialmente para los comerciantes).
El proceso de globalización de todas las relaciones sociales, que se inicia tras la Segunda Guerra Mundial y la experiencia del terror totalitario, con la creación de la ONU (1945) y la Declaración Universal de Derechos Humanos (1948), y que se ha acelerado en las tres últimas décadas, con la revolución de las tecnologías del transporte, la información y la comunicación, y con el fin de la Guerra Fría, ha llevado a postular como proyecto político un nuevo tipo de cosmopolitismo, concebido como un “cosmopolitismo democrático”, o bien como una “democracia cosmopolita”.
La propuesta de una “democracia cosmopolita” es una novedad histórica, en un doble sentido: con respecto a las pasadas formas de cosmopolitismo, que no eran democráticas; y con respecto a las pasadas formas de democracia, que no eran cosmopolitas.
Esta propuesta ha dado lugar a un gran debate en las dos últimas décadas, en el que resuenan los ecos de pensadores precedentes, como Hobbes, Kant, Schmitt, Kelsen, Jaspers y Arendt. El debate ha girado en torno a dos grandes cuestiones: si una tal democracia cosmopolita es posible, es decir, si puede ser construida institucionalmente; y, en caso de que fuera posible, si es deseable o si más bien debe ser evitada a toda costa, dada la terrible amenaza que podría suponer un todopoderoso “Estado mundial”.
No puedo entrar aquí en los argumentos de los partidarios de la democracia cosmopolita (Otfried Höffe, Jürgen Habermas, Ulrich Beck, Zygmunt Barman, Norberto Bobbio, Richard Kalk, David Held, Mary Kaldor, Daniele Archibugi, etc.) y de sus críticos (no sólo los llamados “realistas políticos”, herederos de Hobbes y de Schmitt, sino también algunos pensadores progresistas como John Rawls, Danilo Zolo, Chantal Mouffe, Boaventura de Sousa Santos, etc.). Me limitaré a apuntar mi punto de vista: la democracia cosmopolita no sólo es posible y deseable, sino que es históricamente ineludible y tarde o temprano acabará constituyéndose.
Y es ineludible porque el actual proceso de globalización está poniendo al descubierto los límites del moderno Estado-nación soberano. Se están produciendo dos fenómenos entrecruzados: por un lado, los poderes, los riesgos y las responsabilidades se están globalizando más allá de la soberanía de cada Estado aislado, por muy poderoso que éste sea; por otro lado, las culturas, las lenguas, las religiones, las tradiciones, las identidades étnicas y nacionales, etc., se están entremezclando cada vez más en el interior de cada frontera nacional. Estos dos aspectos de la globalización son los que nos están obligando a retomar el proyecto cosmopolita y a ampliar los límites de la democracia.
Hoy día, la moderna “democracia nacional” es una contradicción en los términos, porque los poderes sociales se han globalizado y porque las identidades nacionales se han entremezclado. Por eso, hay que “desnacionalizar” la democracia, en un doble sentido: multiplicando los niveles de deliberación y decisión, por encima y por debajo del Estado-nación soberano; y pluralizando las identidades culturales y los niveles de pertenencia ciudadana, por encima y por debajo del nivel estatal.
Dado el acelerado proceso de globalización de todas las relaciones sociales, la democracia del siglo XXI será cosmopolita o dejará de ser democracia. No puede haber cosmopolitismo sin democracia, pero tampoco puede haber democracia sin cosmopolitismo.
El proyecto de “democracia cosmopolita” tiene tres niveles que deben desarrollarse de forma simultánea y entrecruzada:
-Democratización interna de todos los Estados del mundo. De los 192 Estados miembros de la ONU, 120 son democracias con gobiernos electos (el 58% de la población mundial), aunque algunas de estas democracias son más bien “democraduras” (con una democracia formal y una dictadura de hecho, como en el caso de Rusia).
-Democratización de los organismos y tratados internacionales (ONU, FMI, BM, OMC, UE, etc.), mediante la federalización efectiva entre los Estados, a escala continental y a escala mundial.
-Creación de organismos y procedimientos democráticos directamente cosmopolitas, en donde los individuos y organizaciones de la sociedad civil mundial tengan la posibilidad de participar y de reivindicar sus derechos, sin la mediación de los Estados: una asamblea mundial de los pueblos, un tribunal mundial de los derechos humanos, etc.
Última actualización: marzo_2009 23/03/2009 12:27
Francis Bacon en el Museo del Prado
He visitado en el Museo del Prado de Madrid la exposición antológica del pintor británico Francis Bacon (1909-1992), realizada en colaboración con la Tate Britain de Londres y el Metropolitan Museum of Art de Nueva York. Con esta gran retrospectiva se ha pretendido celebrar el centenario del nacimiento del artista en octubre de 1909. Su muerte tuvo lugar el 28 de abril de 1992 en Madrid, a cuyo Museo del Prado solía acudir en sus últimos años.
La exposición reúne 62 pinturas, ordenadas en parte de forma cronológica, y en parte de forma temática. La agrupación temática se ha organizado en torno a diez conceptos, que corresponden a los asuntos tratados por Bacon a lo largo de las sucesivas etapas de su vida: Animal, Zona, Aprensión, Crucifixión, Crisis, Archivo, Retrato, Memorial, Épico y Final.
Me resulta difícil resumir en pocas palabras los sentimientos contradictorios que me ha producido la visión de las imágenes pintadas por Bacon a lo largo de la segunda mitad del siglo XX. Son imágenes realmente perturbadoras. Son como gritos desgarradores lanzados a la cara del espectador. No por casualidad, sus primeras exposiciones tuvieron lugar tras el final de la Segunda Guerra Mundial y el descubrimiento de los horrores del nazismo.
Bacon presenta al ser humano como a un animal enjaulado, como a un montón de carne desgarrada, deformada, sangrante y doliente, expuesta a la mirada del espectador como el babuino rabioso tras los barrotes del zoo, en Estudio de Babuino.
Así nos muestra, incluso, a los seres humanos que pretenden representar a la divinidad en la Tierra: el papa Inocencio X, tal y como fue pintado por Velázquez, y el propio Cristo crucificado, tal y como fue pintado por Cimabue. Así nos muestra también a sus amigos y amantes, en los varios retratos que les hizo. Y así se muestra, en fin, a sí mismo, en la serie de sus autorretratos.
No obstante, se observa una suavización del desgarro en el curso del tiempo. Incluso se copia a sí mismo, estetizando su propio estilo, edulcorando un tanto el dramatismo de sus primeros años, como sucede con el tríptico de la Crucifixión.
Mientras veía la exposición, no pude dejar de recordar el minucioso y lúcido estudio que le dedicó en 1981 el filósofo francés Gilles Deleuze (1925-1995), teórico del “cuerpo sin órganos”: Francis Bacon. Lógica de la sensación (trad. de Isidro Herrera, Madrid, Arena Libros, 2002, 176 p.).
Última actualización: marzo_2009 22/03/2009 23:40
Descartes y Pascal en el teatro
El pasado 28 de febrero, asistí en el Teatro Español de Madrid a la representación de la obra El encuentro de Descartes con Pascal joven, interpretada por Joseph-Maria Flotats (en el papel de Descartes) y Albert Triola (en el papel de Pascal). La obra está basada en un texto de Jean-Claude Brisville, traducido por Mauro Armiño. La versión y dirección es de Joseph-Maria Flotats.
La escenografía es muy sencilla: en el centro, una mesa de madera y dos sillas. Sobre la mesa, una jarra de vino y dos vasos. Al fondo, otra mesita con una vela. En el lateral derecho, un banco de madera.
Toda la obra, que dura poco más de una hora, es una conversación entre los dos hombres, el viejo Descartes y el joven Pascal. La mayor parte del tiempo, permanecen sentados en torno a la mesa central, aunque a veces uno de ellos se levanta y pasea, como hace Descartes, o bien se sienta en el banco lateral, como hace Pascal.
La interpretación de los dos actores es magnífica. El tema de la obra es la confrontación entre los dos célebres filósofos franceses del siglo XVII. Una confrontación que tiene una doble vertiente: el conflicto entre razón y fe, y el conflicto entre el hombre maduro y el hombre joven.
Por un lado, Descartes defiende la razón humana como el mayor don divino, como un instrumento poderosísimo para conocer la naturaleza y como una guía imprescindible para conducir la propia vida de la manera más prudente y gozosa posible, mientras que Pascal defiende la fe incondicional en el Dios cristiano, en el Juicio final y en la vida ultraterrena, como principios ante los cuales nada valen ni la razón humana, ni el conocimiento de la naturaleza, ni los goces y preocupaciones terrenales.
Por otro lado, Descartes es el hombre maduro que tiene una larga experiencia de la vida, que sabe mostrase valeroso, prudente o tolerante según las circunstancias, y que siente ya próximo el final de sus días, ante su previsto viaje a las frías tierras de Suecia, mientras que Pascal es el joven impulsivo, impaciente y justiciero, que divide a los hombres en justos y pecadores, y que por tanto no vacila en salvar a unos y condenar a otros basándose en la justicia suprema e indubitable de sus convicciones existenciales.
Tal vez la confrontación dialéctica entre estos dos personajes, tal y como ha sido llevada a escena por Brisville, simplifique un tanto las posiciones de uno y de otro, y tal vez esta simplificación no se ajuste del todo a la realidad histórica, pero en todo caso el diálogo entre ambos ilustra bastante bien una tensión intelectual y generacional entre dos modos de entender la vida que siguen teniendo plena vigencia.
En resumen, que merece la pena ver y oír El encuentro de Descartes con Pascal joven. Se disfruta tanto siguiendo el diálogo entre Flotats y Triola, que la obra acaba haciéndose corta. El espectador se queda con las ganas de seguir escuchando la sabia y apasionada conversación entre estos dos grandes pensadores del siglo XVII europeo.
Última actualización: marzo_2009 22/03/2009 22:57
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