1. La importancia del nivel lingüístico y de la expresión por escrito
1.1. Es importante expresarse bien durante la carrera y después de la carrera
Un buen nivel lingüístico es una de las principales cualidades necesarias para prosperar en los estudios jurídicos y en el ejercicio de cualquiera de las múltiples profesiones jurídicas. No se trata sólo de conocer el vocabulario técnico del Derecho, sino que implica también la competencia de comprender con agudeza y expresarse con precisión y coherencia, tanto de forma oral como escrita. En particular, la expresión escrita tiene un lugar preeminente en el ámbito jurídico: las leyes, las demandas, las resoluciones judiciales, los informes… prácticamente todo en el mundo del Derecho se transmite por escrito.
Y no se trata simplemente de redactar textos largos o complejos, sino de hacerlo con una sintaxis clara y rigurosa, y con una terminología exacta. Lo que se expresa en el Derecho son, habitualmente, pensamientos de gran complejidad, cuya interpretación puede depender de una sola palabra, un giro sintáctico o el uso adecuado de un término técnico.
Desde una perspectiva lingüística, el lenguaje jurídico se califica como opaco, de léxico recargado y sintaxis embrollada. Pero también como objetivo, preciso y unívoco. Véase sobre esta cuestión lo que al respecto se dice en esta asignatura de la Universidad de Alicante sobre el lenguaje jurídico. |
Esta exigencia lingüística es permanente: todo jurista debe alcanzar una alta competencia en el uso de la lengua. Pero en el caso de los abogados, esa exigencia se intensifica. No sólo deben redactar correctamente, sino también dominar el arte de la narración. La narración jurídica es una forma específica de expresión escrita que cumple un papel crucial: en las demandas y contestaciones hay que presentar al juez una historia —normalmente compleja y matizada— de modo que no sólo comprenda lo sucedido, sino que lo perciba con la lógica y la estructura que mejor sustenten la posición de nuestro cliente.
La competencia lingüística no es, pues, un adorno secundario en la formación del jurista, sino una herramienta profesional de primer orden. De su dominio depende, muchas veces, que el Derecho se entienda correctamente, que los argumentos sean persuasivos y que la justicia pueda aplicarse de forma precisa, ya que una expresión ambigua, una imprecisión en la terminología o una narración débil pueden llevar a interpretaciones erróneas, malentendidos o incluso a resoluciones desfavorables. Por ello, cultivar el dominio del lenguaje debe considerarse una parte central de la formación jurídica ya que de ella depende en muchas ocasiones la diferencia entre el éxito o el fracaso.
Sin embargo, en general las Facultades de Derecho no ofrecen a sus alumnos asignaturas o cursos dirigidos a mejorar la expresión escrita. Sí hay algunos planes de estudio que incluyen asignaturas de oratoria o retórica; la Universidad de Murcia es una de ellas. Pero, en general, me da la impresión de que estas asignaturas están más enfocadas a la expresión oral y al arte de convencer. A mí me preocupa, sobre todo, el nivel de competencia en la expresión escrita.
Mi impresión de que el enfoque está en la expresión oral se basa en lo que parece deducirse del programa de la asignatura «Oratoria y casuismo jurídico» que se imparte como optativa en el Grado en Derecho de la Universidad de Murcia. Pero no quiero que se me interprete mal. No critico el enfoque de dicha asignatura. La expresión oral también es fundamental y el estudio de las técnicas, tonos y actitudes relativas a la misma resulta tremendamente útil para un jurista. |
1.2. Una recopilación de errores comunes en exámenes escritos
En una entrada del blog denominado Zona Bolonia, el Profesor Santiago Cavanillas hace una recopilación de los errores más comunes entre sus estudiantes. Tras haberla leído compruebo que esos errores también son los más corrientes entre mis alumnos, por lo que, aunque he dejado puesto un enlace al texto original, a continuación sintetizaré lo que en él se dice. La explicación de todos los errores (salvo los números 9 y 10) es la que proporciona Santiago Cavanillas en su blog; los ejemplos, sin embargo, los he extraído de exámenes y casos prácticos realizados por alumnos míos. Las entradas 9 y 10 del listado de errores no estaban en el blog en el que se inspira este apartado.
Tal y como advierte Santiago Cavanillas, con este listado no se trata de dar pábulo a los estereotipos que afirman que los estudiantes de hoy día tienen peor nivel que los de hace unos años. En mi experiencia tal afirmación es falsa e injusta. Por ello si recojo aquí una relación de errores comunes, no es para que nadie se eche las manos a la cabeza, sino para ayudar a mis alumnos a detectarlos y evitarlos. |
En el listado que sigue tras cada error se añaden dos o más líneas en tipografía monoespaciada en las que se muestran frases con el defecto a que se refiere cada entrada del listado, y sus versiones corregidas. Las frases erróneas van marcadas con un <1> encerrado en un círculo, y las versiones correctas van marcadas con un <2>, también dentro de un círculo.
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Demasiadas comas: Algunos alumnos ponen una coma siempre que se paran a reflexionar sobre lo próximo que escribirán, con lo que a veces colocan comas entre sujeto y verbo, o entre el verbo y sus atributos o complementos. A quien tenga la tendencia a cometer este error (y los dos próximos errores de la lista) le recomiendo que consulte la entrada relativa a las comas en el Diccionario Panhispánico de Dudas. Por ejemplo:
La Constitución, establece, un marco jurídico, para las relaciones... (1) La Constitución establece un marco jurídico para las relaciones... (2)
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Pocas comas: Es el error opuesto. En general las frases subordinadas o los complementos circunstanciales antepuestos al verbo deben separarse mediante comas. Por ejemplo:
Si el demandado no se persona entonces se dictará sentencia en rebeldía (1) Si el demandado no se persona, entonces se dictará sentencia en rebeldía (2)
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Comas en lugar de puntos o conjunciones: Algunos alumnos abusan de las comas y las usan en lugares en los que corresponden otros signos de puntuación, o incluso en lugares en los que procedería una conjunción.
El contrato fue firmado por ambas partes, el notario lo certificó (1) El contrato fue firmado por ambas partes. El notario lo certificó (2) El contrato fue firmado por ambas partes y el notario lo certificó (2)
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Faltas de concordancia: Si el sujeto es singular el verbo también ha de serlo; y al revés: a un sujeto plural le corresponde siempre un verbo en plural. Pero a veces, si entre el sujeto y el verbo se introduce un texto en un tiempo verbal distinto, es fácil que quien escribe apresuradamente pierda la concordancia.
El juez, al revisar los documentos, concluyeron que... (1) El juez, al revisar los documentos, concluyó que... (2)
También se tiende a perder la concordancia en las frases impersonales o en aquellas en las que el sujeto es una palabra singular que tiene un sentido plural como en
Mucha gente piensan (1) Mucha gente piensa (2) Habían muchas personas en la sala (1) Había muchas personas en la sala (2)
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Anacolutos: Es uno de los errores más comunes. Consiste en una incoherencia interna en la construcción de una frase; a veces se produce simplemente porque se pierde el hilo de lo que se estaba escribiendo.
El derecho a la educación, los estudiantes deben conocer sus límites (1) Los estudiantes deben conocer los límites del derecho a la educación (2) Los abogados del turno de oficio, no es justo que cobren tan poco (1) No es justo que los abogados del turno de oficio cobren tan poco (2)
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Preposiciones incorrectas: Hay verbos en español que requieren ciertas preposiciones y combinan mal con otras.
El vendedor debe de pagar el precio (1) El vendedor debe pagar el precio (o ha de pagar el precio) (2) Entró a la sala sin avisar (1) Entró en la sala sin avisar (2)
Aclaración sobre las diferencias entre «deber» y «deber de»
El verbo «deber» puede usarse en el sentido de obligación, o en el de suposición. En el primer caso no va seguido de preposición, pero en el segundo va seguido de la preposición «de». Por ejemplo:
El ciudadano debe cumplir las leyes Mi vecino debe de estar en casa, pues las luces están encendidas
Obsérvese que en el segundo caso («deber» + «de») lo que hay no es una obligación sino una suposición: No es que mi vecino esté obligado a estar en casa, sino que yo supongo que está en casa.
El uso incorrecto de «deber» + «de» para indicar obligación es por contagio de «haber» + «de», que sí indica obligación, como en el siguiente ejemplo:
El ciudadano ha de cumplir las leyes
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Falta de tildes en general y de tildes diacríticas en particular: Hay alumnos que sólo acentúan las palabras esdrújulas y las que acaban en "on". Esto técnicamente es una falta de ortografía, y causa muy mal efecto en un escrito jurídico. En particular los acentos diacríticos, en cuanto afectan al sentido de la palabra, resultan especialmente importantes, y tienen la peculiaridad de que los correctores ortográficos de los procesadores de texto no detectan la falta de la tilde, pues la palabra sin tilde también existe.
El demandado argumento que era el quien tenia la razón (1) El demandado argumentó que era él quien tenía la razón (2) El tribunal no se pronunció sobre el como, sino sobre el cuando (1) El tribunal no se pronunció sobre el cómo, sino sobre el cuándo (2)
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Abuso del gerundio: No sé si es por influencia del inglés, o porque lo consideran un tiempo verbal característico del lenguaje jurídico, pero lo cierto es que muchos alumnos tienden a usar el gerundio siempre que quieren referirse a sucesos que tuvieron lugar con posterioridad a otro que se acaba de mencionar. Por ejemplo:
El demandado presentó el recurso, alegando nuevas circunstancias (1) El demandado presentó el recurso en el que alegó nuevas circunstancias (2) El demandado presentó el recurso y alegó en él nuevas circunstancias (2)
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Repeticiones innecesarias o redundancias:
Subir para arriba, hecho real, prever con antelación (1) Subir, hecho, prever (2)
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Tarzanismos o Yodismos: Llamo "Tarzanismo" (por como hablaba Tarzán en las películas) o "Yodismo" (por cómo lo hacía Yoda, de la Guerra de las Galaxias) a lo que técnicamente se denomina infinitivo fático o, a veces, infinitivo introductorio o radiofónico. Consiste en usar un infinitivo sin el verbo principal al que teóricamente está subordinado. La Real Academia de la Lengua Española recomienda no usarlo.
Por último, decir que todo lo anterior... (1) Por último, hay que decir que todo lo anterior... (2) Por último, conviene decir que todo lo anterior... (2) Antes de nada, señalar que...(1) Antes de empezar es buena idea señalar que...(2)
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Otros: Muchos alumnos no diferencian bien cuándo usar «por qué», cuando «porqué» o cuando «porque». Otros tienden a confundir palabras que suenan parecido aunque significan cosas distintas como
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Absorber / Absolver
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Aptitud / Actitud
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Infligir / Infringir
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Perjuicio / Prejuicio
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Prever / Proveer
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Teleológico / Teológico
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Conviene aclarar que no todos los alumnos cometen errores, y que el hecho de que algunos los cometan no significa ni que los cometan todos, ni que los cometan siempre. |
2. ¿Cómo podemos mejorar nuestro nivel de competencia lingüística?
Hace años que me preocupa el bajo nivel lingüístico de algunos alumnos de la Facultad (y también de algunos graduados). Se trata de estudiantes que, pese a contar con inteligencia y dedicación, se enfrentan a serias dificultades para comprender los manuales y las explicaciones de los profesores, así como para expresarse con claridad y precisión en los exámenes, especialmente en aquellos que exigen respuestas de desarrollo, los más frecuentes en los estudios jurídicos.
Esta situación es preocupante porque no se soluciona simplemente estudiando más horas, salvo que ese estudio se limite a una mera memorización mecánica —una práctica que, como como he argumentado en otra parte de este sitio web, rechazo abiertamente.
Ante esta realidad, me pregunto: ¿podemos hacer algo para ayudar a esos alumnos? ¿Cómo puede mejorarse su competencia lingüística?
La respuesta más habitual es conocida: leer más. La lectura —especialmente de buena literatura y de ensayos que expresen por escrito pensamientos complejos— sigue siendo la herramienta más eficaz para mejorar en el dominio del lenguaje. Es, de hecho, el consejo que siempre doy a mis estudiantes. Sin embargo, aunque reconozco el valor de la lectura, también me pregunto si al limitarme a recomendarla no estaré, de alguna forma, eludiendo mi responsabilidad como docente. ¿Hay algo más que podamos recomendar para ayudar a los alumnos que lo necesiten a superar sus carencias lingüísticas?
2.1. Lo que puede hacer el profesor (aunque no lo sea de lengua)
Los profesores de disciplinas jurídicas ni podemos ni debemos convertirnos en profesores de lengua; pero sí podemos resaltar en nuestras explicaciones los aspectos lingüísticos implicados. En concreto yo suelo aplicar las siguientes estrategias (y que tal vez algunos de mis alumnos reconocerán como parte de mis hábitos docentes):
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Insistir en el significado preciso de las palabras clave en ciertos temas. Sobre todo en aquellos casos en los que el significado ordinario es distinto del significado jurídico; pero también en aquellos otros en los que la experiencia me dice que aunque cierto término no esté cargado de connotaciones jurídicas, es muy probable que haya en el aula alumnos que no sepan lo que significa.
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Llamar la atención sobre la estructura sintáctica de los textos legales, particularmente cuando esta da lugar a ambigüedades. La idea es que los alumnos desarrollen una sensibilidad para detectar las expresiones ambiguas y, eventualmente, para evitarlas en sus propias redacciones.
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Evaluar también la expresión escrita; en particular la claridad, corrección sintáctica y precisión terminológica.
No se trata de castigar a quienes tengan problemas de expresión, sino de fomentar una mayor atención en la escritura; pues está demostrado que los estudiantes tienden a redactar con más atención cuando saben que su expresión será valorada, porque expresarse bien no es un plus, sino un componente esencial del rendimiento académico -
Fundamentalmente: Identificar a los alumnos que presentan dificultades lingüísticas y hablar con ellos personalmente aconsejándoles lo que pueden hacer para superarlas. Esto es muy importante porque la experiencia me dice que quienes tienen dificultades lingüísticas no siempre son conscientes de ello ya que en su vida y relaciones cotidianas se comunican con normalidad y no perciben que puedan tener un problema.
Con vistas a poder contactar personalmente con los alumnos que puedan tener problemas en la expresión, en la lectura o en los métodos de estudio, yo acostumbro a citar individualmente a todos los alumnos que hayan hecho el primer examen, para comentarlo con ellos. Esto no lo hago todos los años sino sólo cuando empiezo con una promoción a la que impartiré todo (o casi todo) el Derecho civil.
2.2. Lo que puede hacer cada cual por su parte
La mejora de la competencia lingüística no depende únicamente del trabajo del profesor. El alumno tiene también un papel activo e insustituible. A continuación se exponen algunas estrategias concretas que cualquier estudiante universitario puede poner en práctica por su cuenta para mejorar tres dimensiones clave del lenguaje: la comprensión lectora, la expresión escrita y las capacidades narrativas.
Al escribir estas líneas pienso principalmente en estudiantes universitarios. Sin embargo, incluso quienes ya han finalizado sus estudios y ejercen profesionalmente pueden beneficiarse de seguir mejorando en esta área de competencias. Por eso, creo que los consejos que aquí se exponen resultan aplicables también a juristas en activo o a cualquier persona interesada en perfeccionar su capacidad de leer con profundidad y escribir con precisión.
2.2.1. Mejorar la comprensión lectora
La comprensión lectora no consiste sólo en “entender el vocabulario”, sino en captar las relaciones lógicas dentro de un texto, distinguir lo principal de lo accesorio y reconstruir la estructura argumentativa del discurso. Para ello, pueden ser útiles las siguientes prácticas:
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Leer con lápiz en mano: subrayar ideas principales, anotar dudas, marcar conectores. Leer activamente es distinto de leer pasivamente.
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No confundir memorización con comprensión: cuando un texto no se entiende, memorizarlo no lo convierte en conocimiento real. Lo importante es detenerse, releer, investigar, preguntar; porque en el estudio universitario, comprender es siempre más importante que repetir.
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No abandonar un texto sólo porque cuesta: muchos alumnos cambian de manual al primer obstáculo, pero esa dificultad inicial suele ser parte del proceso de aprendizaje. Insistir, incluso leer varias veces, es a menudo la clave para superar el bloqueo.
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Resumir con regularidad lo leído, sin copiar frases del texto. Esto obliga a reelaborar mentalmente el contenido y a comprobar la comprensión real.
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Reconstruir el esquema del texto: detectar la introducción, las tesis, los argumentos, los contraargumentos, las conclusiones.
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Leer buenos ensayos y artículos jurídicos fuera del temario obligatorio permite exponerse a diferentes formas de argumentar y a niveles variados de complejidad lingüística. Para ello, se puede solicitar consejo al profesor o buscar textos en revistas jurídicas universitarias de acceso abierto. En la página de enlaces se recogen varias de ellas.
Los alumnos de cursos avanzados deberían ser capaces de comprender la mayoría de estos artículos, sobre todo si tratan sobre materias que ya han estudiado. En cambio, los estudiantes de los primeros cursos harían bien en centrarse en textos introductorios o en ensayos no jurídicos, pero en los que el autor desarrolle ideas complejas de forma estructurada.
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Llevar un pequeño glosario personal de palabras desconocidas o técnicas, con definiciones propias y ejemplos. Este recurso se vuelve más útil cuanto más se consulta y se enriquece.
Y, por encima de todo —como explico también en la página dedicada a cómo estudiar las asignaturas jurídicas—, conviene hacer un verdadero ejercicio de introspección mientras estudiamos, preguntándonos si comprendemos de verdad el significado de todas las palabras del texto. Siempre que haya dudas, debemos consultar el Diccionario de la Real Academia Española o el -Diccionario panhispánico del español jurídico_. Sólo si comprendemos lo que leemos podremos construir conocimiento sólido a partir de ello; y sólo desde ese conocimiento podremos expresarnos con claridad y precisión.
2.2.2. Mejorar la expresión escrita
Saber escribir bien no es una cualidad innata, sino una habilidad que se puede —y se debe— entrenar. A escribir se aprende leyendo, pero también escribiendo y revisando lo ya escrito. Para la mejora individual la parte de la revisión es la más difícil porque si sabemos lo que queríamos decir, aunque lo hayamos expresado mal, es probable que por más que lo releamos no nos demos cuenta de que está mal expresado, o de que el texto es confuso o ambiguo. Aun así hay que perseverar esforzándonos en releer lo que escribimos preguntándonos si lo que objetivamente dice coincide con lo que quisimos decir.
A continuación expongo algunas sugerencias prácticas que nos pueden ayudar a mejorar nuestra expresión escrita:
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Escribir con frecuencia, aunque sea en contextos no académicos tales como blogs, redes sociales, diarios personales, fichas de lectura o foros de discusión.
Pero ¡Atención! cuando hablo de escribir en redes sociales, no me refiero al absurdo intento de condensar pensamientos elaborados en 140 caracteres. Se trata precisamente de lo contrario: de ejercitarse en el desarrollo cuidado y razonado de argumentos. -
Reescribir textos ya redactados, corrigiendo errores, mejorando la claridad, simplificando frases innecesariamente complejas. La reescritura es clave.
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Revisar la puntuación y la estructura de cada párrafo al escribir o reescribir. Un párrafo debe contener una idea central, no ser una acumulación de afirmaciones. Y la puntuación debe ayudar a ordenar las ideas, no a entorpecerlas.
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Prestar atención también al vocabulario y usar siempre el término más preciso que conozcamos rehuyendo de las palabras comodín que tienen sentidos vagos tales como "cosa", "tema" y similares.
Por ejemplo, en lugar de escribir “la cosa cambia cuando el tema es complejo”, sería preferible decir “la interpretación cambia cuando el concepto jurídico es controvertido” o “cuando el supuesto de hecho presenta ambigüedades”. El uso del término correcto obliga a pensar con más precisión y favorece que el lector comprenda con mayor claridad. -
Pedir a otros que lean nuestros escritos y escuchar sus observaciones. En especial, detectar qué partes no se entienden o generan confusión.
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Leer en voz alta lo escrito, para identificar frases mal construidas, poco fluidas o demasiado largas; o para detectar posibles mejoras en la puntuación que en una lectura silenciosa podrían pasarnos inadvertidas.
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Estudiar modelos de buena escritura jurídica, académica o incluso literaria. No se trata de imitar el estilo de otros, sino de observar cómo construyen sus frases, cómo ordenan los argumentos, cómo usan los conectores. Las sentencias bien fundamentadas, los manuales de calidad y los ensayos jurídicos pueden ser una buena escuela de estilo.
Normalmente al leer se presta atención a lo que el autor dice. Pero resulta muy enriquecedor leer textos que sabemos que están bien escritos prestando atención no tanto a lo que dice, sino a cómo lo dice.
2.2.3. Mejorar las capacidades narrativas
Saber narrar bien es una habilidad esencial para todo jurista, no un mero adorno retórico o un lujo estilístico, sino una herramienta fundamental. Para los abogados resulta especialmente importante, pues en sus escritos deben relatar ante el juez una historia compleja de forma clara, sintética, coherente y persuasiva. No se trata sólo de saber escribir bien, sino de saber ordenar hechos, seleccionar lo relevante y presentar la información de forma comprensible y convincente. Para entrenarse en ello, aquí van algunas sugerencias:
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Leer textos narrativos bien escritos, especialmente novelas o crónicas periodísticas. No sólo por el estilo, sino para observar cómo se construye una historia, cómo se introducen los hechos, cómo se mantiene la tensión narrativa y cómo se transmite verosimilitud. La buena literatura enseña a narrar incluso cuando no es ese su objetivo explícito.
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Ejercitar la síntesis narrativa, escribiendo resúmenes del argumento principal de una novela, película o serie televisiva. El reto está en identificar qué hechos son esenciales para comprender el conflicto principal, cómo se desarrollan las tensiones y qué elementos son accesorios o decorativos. Este ejercicio ayuda a entrenar la capacidad de selección, fundamental también en el relato de hechos jurídicos. Si conseguimos un resumen argumental que anime a leer la novela o ver la película o serie, habremos logrado una escritura persuasiva.
En la novela «El beso de la mujer Araña», de manuel Puig, uno de los protagonistas narra al otro diversas películas procurando mantener el interés y la tensión narrativa. Recuerdo que en mi infancia/juventud era corriente hacer eso con los amigos ya que no todo el mundo había visto las mismas películas. A día de hoy considero que esa práctica es un excelente ejercicio para desarrollar las capacidades narrativas. -
Practicar la narración jurídica inversa; o así llamo yo a una práctica que a veces pongo a los alumnos, consistente en, tras haber leído cierta sentencia y comprendido lo que sucedió, intentar reconstruir cómo habría debido ser la demanda (o la contestación) que está en la base de dicha sentencia, escribiendo una demanda o contestación en la que se resalten los hechos determinantes para la solución jurídica de la controversia.
Esta práctica no sólo contribuye a mejorar la expresión por escrito, sino que también contribuye a comprender mejor la institución jurídica en torno a la que gire la controversia resuelta por la sentencia. -
Prestar atención al orden y la progresión de la información. Un buen relato no sólo dice “qué pasó”, sino también cuándo y en qué momento conviene decirlo. En el ámbito jurídico, esto implica decidir cómo presentar los hechos para que el juez comprenda la lógica de la reclamación desde el principio.
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Evitar la acumulación de hechos inconexos. Todo relato debe tener un hilo conductor: no se trata de relatarlo todo, sino de construir una secuencia coherente que apoye una tesis. Esto implica seleccionar, ordenar y dosificar la información con criterio.
He leído muchas demandas, y contestaciones a demandas en las que el abogado es tan moroso en la exposición de los hechos que el lector pierde la visión de conjunto. El objetivo al escribir una demanda o una contestación debería ser que en las dos o tres primeras páginas (como mucho) el Juez ya pueda hacerse una idea de qué pasó y empiece a percibir que la razón está de nuestra parte. -
Aprender a “mostrar sin decir”. Un buen narrador no necesita afirmar que un personaje “estaba triste” o “tenía hambre” si puede hacer que el lector lo deduzca a partir de sus acciones o reacciones. De igual modo, en una demanda no siempre es necesario declarar que la otra parte actuó con mala fe o dolo: puede ser más eficaz relatar con precisión los hechos relevantes y dejar que esa conclusión emerja sola. Esta forma de narrar —más sugerente que explícita— exige más trabajo, pero resulta más convincente y elegante.
Hay que asumir la perspectiva del juez, quien ha leído muchas demandas y sabe que es normal que una de las partes acuse a la otra de mala fe, negligencia, dolo o similares. Pero precisamente porque eso es lo normal el Juez no lo creerá sólo porque una de las partes lo afirme: tiene que verlo; tiene que llegar a esa conclusión por sí mismo; y un relato inteligente le irá mostrando los hechos que le conduzcan a tal conclusión. También en Derecho el modo de contar influye en la credibilidad del relato.
2.3. ¿Puede ayudarnos la inteligencia artificial a mejorar la escritura?
Uno de los mayores obstáculos para avanzar en la mejora de la expresión escrita y de la capacidad narrativa es la dificultad de obtener retroalimentación cualificada. Saber si un texto está bien escrito, si es claro, preciso, persuasivo o narrativamente eficaz, requiere a menudo la mirada de alguien con experiencia: un buen lector, un buen profesor… y tiempo, que suele escasear.
En este contexto, las herramientas de inteligencia artificial, como ChatGPT, pueden ofrecer un apoyo valioso. Aunque no sustituyen a un profesor, pueden cumplir funciones que antes estaban fuera del alcance de los medios disponibles para un estudiante:
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Detectar ambigüedades, confusiones y errores de redacción en textos que le proporcionamos.
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Proponer reescrituras más claras o elegantes de lo que hemos escrito, explicando por qué una formulación puede ser preferible a otra.
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Ofrecer modelos de redacción, o ayudarnos a comparar versiones distintas de un mismo párrafo para elegir la más eficaz.
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Simular la lectura de un tercero, indicándonos qué partes resultan confusas o poco persuasivas.
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Sugerir mejoras narrativas, especialmente en el relato de hechos, ayudándonos a construir un hilo conductor más claro o a "mostrar sin decir", como se ha explicado en el epígrafe anterior.
Como toda herramienta, su utilidad dependerá del uso que hagamos de ella. No es infalible, ni tiene siempre razón, pero puede ser un buen espejo, una fuente de propuestas y una ayuda para entrenar el ojo crítico que todo buen escritor necesita.
Soy consciente de que muchos docentes y académicos ven en la inteligencia artificial un riesgo para el aprendizaje. Pero yo no soy uno de ellos, pues opino que se trata sólo de una herramienta que, como todas las herramientas, puede ser bien o mal utilizada; y que si es usada correctamente y con criterio puede convertirse en una aliada para ciertas tareas. La clave está en usarla como apoyo, y no como atajo, y en descubrir en qué áreas resulta especialmente útil. |