Febrero de 2023

Un día, de improviso, te descubres a ti mismo como un otro, como un extraño, más aún, como un muerto ya lejano, como un antepasado del que sólo quedan algunas huellas dispersas. Es la aparición inesperada de una de esas huellas la que provoca en ti una honda sensación de extrañeza, el desdoblamiento entre el pasado y el presente, el muerto y el vivo, el otro y tú mismo.

Una tarde estaba paseando por Murcia, por la calle Obispo Frutos, y me detuve ante la puerta de la librería Mandrágora, que se anunciaba en el rótulo de la fachada como «librería de segunda mano». Sentí curiosidad y me adentré en ella con asombro. Es un local grande y al mismo tiempo acogedor, laberíntico, envolvente, abigarrado, repleto de libros antiguos de los más diversos temas y formatos.

De pronto, en uno de los estantes veo una serie de libros de la antigua Editora Regional de Murcia, que dependía de la Consejería de Cultura y Educación de la Comunidad Autónoma de la Región de Murcia. Inmediatamente reconozco el formato con fondo blanco de la colección Textos de Alcance. Y entre varios libros de esa colección, en cuyos lomos figuran los nombres de Antonio Morales, Santiago Delgado, Ramón Jiménez Madrid, Salvador García Jiménez, José Ignacio Nájera y Dionisia García, hay dos ejemplares de mi libro Diálogo de los mundos.

Fue entonces cuando experimenté una súbita sensación de lejanía, de desdoblamiento interior, como si estuviera contemplando la obra de un autor ya desaparecido, que vivió hace muchos años, y del que aún conservo un vago recuerdo. Tomé en mis manos uno de los ejemplares y comencé a hojearlo. Estaba en perfecto estado, sin ninguna marca, sin daño alguno, como si nadie lo hubiera usado. Luego tomé el otro y comprobé que llevaba un número escrito a mano en el lomo, con tinta negra: 1478. En su interior, en la primera página, un sello redondo y azulado indicaba que había pertenecido a la biblioteca de un colegio público. Sentí el impulso de comprar ambos ejemplares, o al menos uno de ellos, el que había sido utilizado en un colegio de enseñanza primaria. Pero luego lo pensé mejor y volví a dejar ambos ejemplares en el estante, entre sus demás compañeros, para que pudieran seguir su camino como libros de segunda mano, rodando por los estantes de distintos lugares y las manos de distintos lectores.

El Diálogo de los mundos fue el primer libro que escribí, entre el 22 de febrero y el 10 de junio de 1980, es decir, entre los 23 y los 24 años de edad. Un año antes, en junio de 1979, había concluido mis estudios de Filosofía y de Sociología en la Universidad Complutense de Madrid, y el 10 de octubre de ese año había presentado mi Tesis de Licenciatura en Filosofía, dirigida por José Luis López Aranguren y titulada La ética después de Nietzsche. Cinco años después, el 5 de octubre de 1984, presenté mi Tesis de Doctorado en Filosofía, dirigida por Francisco Jarauta Marión y titulada De la guerra a la ciencia. Un estudio de los tratados militares medievales y renacentistas. Publiqué la tercera parte de esta tesis en 1987, con el título La fuerza de la razón. Guerra, Estado y ciencia en los tratados militares del Renacimiento, de Maquiavelo a Galileo (2ª ed. revisada y ampliada, 2008). Pero mi primer libro publicado fue Adiós al progreso. Una meditación sobre la historia: lo escribí en paralelo con la tesis, quedó finalista del Premio Anagrama de Ensayo 1985 y la editorial lo publicó en la primavera de ese mismo año. Un año después, en 1986, aparece el Diálogo de los mundos en la Editora Regional de Murcia, que estaba dirigida por el hoy periodista Ángel Montiel.

En resumen, el Diálogo de los mundos fue el primer libro que escribí, aunque no fue el primero en ser publicado. En él me propuse hacer un primer recuento de cuanto había vivido y pensado hasta ese momento. Lo compuse a manera de diálogo, porque con ello trataba de conciliar la doble vocación filosófica y literaria que desde la adolescencia me había impulsado a escribir. Además, quería rescatar un género de larga tradición en el pensamiento filosófico y hoy apenas cultivado. El libro está dividido en siete «jornadas» en las que tienen lugar otras tantas conversaciones entre tres viejos amigos: Clara, Lucio y Bruno. Sus diálogos, que transcurren en una casa de campo, se ocupan de los más diversos temas: el viaje y el tiempo, el lenguaje y el conocimiento, la persona y el Estado. A través de ellos, como si se tratase de recurrentes variaciones musicales, reaparece el tema de fondo, la disputa que enfrenta al sedentario (o viajero de los dos mundos) y al nómada (o viajero de los mundos innumerables). Es la confrontación entre ambos tipos de viajero el verdadero tema, el motivo central en torno al cual se despliega este amable y agónico Diálogo de los mundos.

El punto del partida del libro es la tesis que aparece en una de las solapas:

«El hombre es esa extraña bestia divina que en lugar de habitar los mundos, como lo hace el animal o Dios, necesita recorrerlos. Necesita ir de un lugar a otro, de uno a otro tiempo para tener noticia cabal de todos ellos. El conocimiento no está dado, es el fruto de un itinerario, de una iniciación. El hombre es un caminante y el conocimiento un camino. Esta metáfora ha sido moneda de curso corriente a lo largo de los pueblos y las edades, hasta el punto de que no puede ser considerada como una mera figura retórica. Ni el animal ni Dios sufren cambios en su esencia. Reconozcámosles a ambos el privilegio de la eternidad. Solo el hombre cambia, sufre modificaciones, realiza tránsitos. Solo él se inicia. Solo él viaja.» (p. 13).

A partir de esta tesis inicial, el Diálogo de los mundos plantea una confrontación entre los dos tipos de viajero que antes he mencionado. Por un lado, el sedentario o viajero de los dos mundos —el mundo aparente o ilusorio y el mundo real o verdadero—, cuyo principal empeño consiste en distinguirlos nítidamente entre sí y establecer el camino más rápido y seguro para pasar del primero al segundo, pues la meta de su viaje consiste en dejar de viajar y asentarse de manera definitiva en la tierra prometida, que es al mismo tiempo la patria originaria de la que procede; aunque lo cierto es que nunca consigue realizar su sueño y siempre ha de recomenzar el viaje, evitando una y otra vez desviarse del camino recto y extraviarse en los callejones sin salida del mundo ilusorio. Por otro lado, el nómada o viajero de los mundos innumerables, cuya vida transcurre como un viaje sin fin a través de una pluralidad de mundos que son inseparablemente verdaderos e ilusorios, y que al mismo tiempo se diferencian y se entremezclan, se suceden y se recrean en una trama espaciotemporal donde no hay modo de establecer fronteras claras y definitivas, y menos aún un origen y un final absolutos. En realidad, ambos viajeros están destinados a vivir siempre en el camino; la diferencia está en que el sedentario no lo acepta y el nómada sí.

Desde que tuve esta primera intuición, no he cesado de reflexionar sobre la condición viajera del ser humano. Por eso, en mis escritos acerca de la historia de las sociedades humanas, desde Adiós al progreso (1985) hasta Variaciones de la vida humana (2001), he adoptado como clave interpretativa la idea de «variación», que guarda una estrecha relación con el concepto de «diferencia» desarrollado por algunos filósofos franceses —Foucault, Deleuze, Derrida, Lyotard, etc.—, por los teóricos «decoloniales» —Said, Dussel, Mignolo, Mbembe, Shohat, Appadurai, Sen, Chakrabarty, etc.— y por muchas pensadoras feministas de las últimas décadas —Beauvoir, Friedan, Millet, Gilligan, Pateman, Irigaray, Muraro, Collin, Butler, Young, Fraser, Braidotti, etc.

En el prólogo de Variaciones de la vida humana traté de precisar el significado de esta idea:

«La condición humana es esencialmente histórica, entendiendo esta historicidad como una relación de mutua e incesante remisión entre los seres humanos singulares y el mundo igualmente singular en el que habitan, o, más exactamente, como una reversión sin fin entre el lado «subjetivo» y el lado «objetivo» de la experiencia humana del mundo. Esta remisión recíproca entre lo humano y lo mundano se encuentra regida por el principio ontológico de la variación espaciotemporal, que no hace sino afirmar la diversificación inagotable y la mutación imprevisible de todo cuanto acontece.» (p. 17).

A partir de estas ideas, escribí en 2010 un artículo titulado «Nomadismo, globalización y cosmopolitismo» (recogido luego en Mundo, nosotros, yo. Ensayos cosmopoliéticos, 2018, pp. 95-116), en el que traté de repensar el concepto de «nomadismo» siguiendo una doble dirección: por un lado, reconociéndolo como una dimensión constitutiva e insuperable de la vida humana; por otro, diferenciando la innumerable diversidad de formas que ha ido adoptando en el curso de la historia.

Terminaré esta breve anotación recordando una divertida anécdota en relación con el Diálogo de los mundos. La conté ya en mi ensayo sobre el gran escritor murciano Miguel Espinosa, recogido en El lugar del juicio. Seis testigos del siglo XX: Arendt, Canetti, Derrida, Espinosa, Hitchcock y Trías (2009, pp. 173-210):

«El 7 de septiembre de 1986, el diario La Verdad de Murcia publicó una breve reseña del Diálogo de los mundos, firmada por un crítico local de cuyo nombre no quiero acordarme, en la que el susodicho negaba a la obra el más mínimo valor literario y ponía en duda que tuviera incluso algún valor filosófico, hasta el punto de cuestionar los criterios seguidos por la editorial para su publicación. Pero, al mismo tiempo, este severísimo juez de las letras decía lo siguiente: “En algún momento –por causa de algún que otro fugaz destello involuntario- trae la obra a la memoria el Asklepios espinosiano, aunque todo queda en pura coincidencia”. Me sorprendió y me halagó que aquel pedante gacetillero, a pesar del empeño que había puesto en mostrar su menosprecio hacia el “frustrado intento” de un autor novel, no hubiese podido dejar de reconocer en mi primerizo libro cierta afinidad –“involuntaria” y debida a la “pura coincidencia”, por supuesto- con el Asklepios de Miguel Espinosa, que también había sido una obra primeriza y cuya primera edición póstuma había aparecido, casualmente, el año anterior y en la misma editorial.»

Quien tenga interés en leer el Diálogo de los mundos y no disponga de un ejemplar, tiene dos opciones: o tratar de encontrarlo en la librería Mandrágora de Murcia, o descargar una copia en pdf aquí.


Última actualización: febrero_2023 2023/02/19 10:18

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