Julio de 2012

Como ya he contado en este cuaderno de notas, desde que fui elegido como presidente de la Conferencia Española de Decanatos de Filosofía, el pasado 7 de octubre de 2011, inmediatamente me puse a trabajar en un proyecto que consideraba urgente y prioritario: promover la vertebración de la comunidad filosófica española, tanto universitaria como no universitaria y tanto académica como no académica.

Tenía claro que estábamos al final del ciclo histórico abierto por la transición democrática, tal y como expuse en la nota crítica La transición filosófica en España (Daímon. Revista Internacional de Filosofía, 53 (2011), 147-156), al comentar el imprescindible estudio de Francisco Vázquez García: La Filosofía española: herederos y pretendientes. Una lectura sociológica (1963-1990), Abada, Madrid, 2009.

Había llegado el momento de iniciar una nueva etapa. Me parecía que las condiciones históricas de las dos últimas décadas nos obligaban a dar ese paso: la jubilación de la mayor parte de los protagonistas de la transición filosófica española, el acceso cada vez más amplio de las mujeres a la profesión filosófica, los profundos cambios legislativos derivados del Espacio Europeo de Educación Superior (el llamado Proceso de Bolonia), la pérdida de relevancia de la división por áreas de conocimiento y el papel cada vez más determinante de las agencias de evaluación en la carrera docente e investigadora, los drásticos recortes presupuestarios en educación, universidades e investigación, y, por último, la previsible reducción de centros, titulaciones y materias de filosofía. En pocas palabras, la propia coyuntura histórica estaba exigiendo a la comunidad filosófica española adoptar una nueva estrategia de coordinación estable y de defensa pública de la profesión filosófica.

Pero no bastaba con que la coyuntura histórica fuera propicia. Era necesario tomar la iniciativa. Y era necesario hacerlo de una manera muy prudente, respetuosa y participativa. Había que evitar los errores del pasado. Había que evitar los sectarismos cainitas y los protagonismos egolátricos. Sobre todo, la reorganización del campo filosófico no podía hacerse ya mediante un pacto por arriba, entre tres o cuatro jefes de otros tantos grupos emergentes, como se hizo en 1983, año de aprobación de la Ley de Reforma Universitaria (LRU), al crearse las cuatro “áreas de conocimiento” filosóficas; ni tampoco mediante la imposición discrecional por parte del poder político, como se hizo posteriormente con la creación de las agencias de evaluación y la selección discrecional de las distintas comisiones evaluadoras. Si queríamos conseguir una efectiva vertebración del campo filosófico español, teníamos que poner en marcha un proceso participativo desde abajo, un auténtico proceso constituyente, en paralelo con lo que estaba reclamando en las calles el movimiento 15-M.

El primer paso fue contar con la aprobación y el apoyo de los demás decanos de Filosofía, a quienes propuse la organización de unas jornadas sobre “La situación de la filosofía en el sistema educativo español”. Esta propuesta fue aprobada en una reunión que celebramos el 20 de enero de 2012, en la Facultad de Filosofía de la UNED, en la que se acordaron las fechas y la estructura de las mesas de debate.

El siguiente paso fue contar con la colaboración de las asociaciones filosóficas españolas más representativas, tanto de la enseñanza secundaria como de la universitaria. Y el 24 de febrero tuvimos una nueva reunión, esta vez en la Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid, con representantes de ocho asociaciones: AEEFP, AFBP, AHAF, AHF, SAF, SEFA, SEPFI y SLMFC. Con ellos terminamos de perfilar la organización de las jornadas, y en especial los nombres de los ponentes y moderadores que habían de intervenir en las cuatro mesas de debate.

Finalmente, el 4 y 5 de mayo de este año se celebraron las jornadas, en la Sala de Juntas de la Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid. Asistieron más de cien personas, procedentes de toda España y pertenecientes a las diferentes áreas filosóficas y a los diferentes niveles educativos. Fueron unas jornadas muy intensas y fecundas. Allí cristalizó, a través de las numerosas intervenciones de ponentes y asistentes, un amplio consenso en torno a la necesidad de vertebrar la comunidad filosófica española. Y ese consenso se plasmó en una serie de conclusiones, recogidas en la Declaración de la Filosofía Española (5 de mayo de 2012), que ha sido suscrita por la Conferencia Española de Decanatos de Filosofía, por el Instituto de Filosofía del CCHS-CSIC y por más de cuarenta asociaciones que representan a la mayor parte de la profesión filosófica española. Esta Declaración, dada su relevancia, ha sido traducida a todas las lenguas oficiales de España y a varias lenguas europeas.

La principal conclusión de las jornadas fue la decisión de crear una Red española de Filosofía (REF), que incluiría a todas las entidades firmantes de la Declaración de la Filosofía Española, que habría de contar con una Web propia, que habría de organizar periódicamente congresos de filosofía de ámbito estatal y generalista, y que habría de dotarse al menos de tres comisiones de trabajo: sobre la Enseñanza Secundaria, sobre la Enseñanza Universitaria y sobre las Agencias de Evaluación.

Pues bien, dos meses después, el 29 de junio, en la misma Sala de Juntas de la Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid, se celebró la reunión constituyente de la Red española de Filosofía (REF), a la que asistieron treinta y tres personas, en representación de los diferentes decanatos, centros de investigación y asociaciones filosóficas. En esa reunión se adoptaron los siguientes acuerdos:

-La REF contará con un Consejo de Coordinación que estará formado por los decanos y decanas de las Facultades de Filosofía, el director o directora del Instituto de Filosofía del CSIC y un representante de cada una de las asociaciones integradas en la REF. Este Consejo de Coordinación será el máximo órgano de representación, deliberación y decisión de la REF, y se reunirá al menos un par de veces al año.

-La REF contará, además, con una Comisión Permanente que estará integrada por siete personas: dos representantes de los decanos, otros dos del profesorado de Enseñanza Secundaria y tres de las asociaciones temáticas y de sus diversas orientaciones filosóficas. Esta Comisión Permanente se ocupará de representar a la REF hacia el exterior y de ejecutar todas las tareas que le encomiende el Consejo de Coordinación, como crear y mantener la Web, preparar el primer Congreso de Filosofía, coordinar a las comisiones de trabajo, etc. Como miembros de la Comisión Permanente fueron elegidos Antonio Campillo, Jacinto Rivera, Concha Roldán, Fernando Broncano, Carmen González, Luis María Cifuentes y Ángel Martín.

-A continuación, se eligieron tres Comisiones de Trabajo, cuyo número aproximado es también de siete miembros: la Comisión de Enseñanza Secundaria, la de Enseñanza Universitaria y la de Agencias de Evaluación. Además, se acordó que en la Comisión de Secundaria hubiera dos profesores universitarios y que en la de Universidad hubiera dos de Secundaria, para facilitar una mayor coordinación entre los estudios de ambos niveles educativos. Cada Comisión se organizará de manera autónoma, pero tendrá que estar abierta a las propuestas y sugerencias de toda la comunidad filosófica, y además tendrá que ir dando información periódica de sus borradores de trabajo, para que los documentos finales cuenten con el más amplio consenso posible.

-Finalmente, en cuanto al Congreso de Filosofía de ámbito estatal y generalista, se acordó organizarlo cada dos o tres años, para dar visibilidad a la filosofía española y para que puedan participar en él las diferentes orientaciones filosóficas, los diferentes niveles educativos y las diferentes maneras de practicar la profesión filosófica. Además, se acordó fijar como fecha provisional del primer Congreso el mes de septiembre de 2014. Asimismo, se acordó celebrar unas jornadas en 2013, para la presentación pública de la REF y de los trabajos de las tres Comisiones.

En resumen, la REF ya se ha constituido y ya ha comenzado a caminar. De hecho, en este mes de julio, la Comisión de Enseñanza Secundaria ha enviado una carta al ministro Wert, para pedirle una entrevista y para presentarle una primera propuesta de reorganización de las materias de Filosofía en la Enseñanza Secundaria.

Y, aunque parezca increíble, todo este proceso fundacional ha tenido lugar en apenas seis meses, de enero a junio. Es una prueba evidente de que la ocasión era propicia para dar este paso de gigante. A partir de ahora, tendremos que ir trazando entre todos, paso a paso, este nuevo camino que ha emprendido la comunidad filosófica española.


Durante los días 26 a 28 de junio del presente año, la Sociedad Hispánica de Antropología Filosofía (SHAF), de la que soy socio, celebró en Alicante su X Congreso Internacional, que en esta ocasión tuvo por título Guerra y paz: perspectivas filosóficas. Las sesiones tuvieron lugar en la Casa Bardín, sede del Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert, y en los locales que la Universidad de Alicante tiene en el centro de la ciudad.

Los organizadores y anfitriones fueron Elena Nájera y Fernando Pérez Herranz (profesores de la Universidad de Alicante), aunque también colaboraron en la organización varios miembros de la SHAF (Juan B. Llinares, Nicolás Sánchez Durá, Gemma Vicente Arregui y Luisa Paz Rodríguez), y el director del Departamento de Humanidades y Ciencias del Instituto Gil-Albert (Jorge Hurtado).

El congreso reunió a un nutrido grupo de participantes: hubo nada menos que seis conferencias plenarias y diecisiete mesas de comunicaciones. Yo mismo participé en una de ellas. Además de actuar como moderador, presenté una comunicación titulada “Diez tesis sobre la violencia”, en la que traté de condensar un trabajo mucho más amplio titulado “La violencia y la ley” y recogido en mi libro El concepto de lo político en la sociedad global (Herder, Barcelona, 2001). Me sorprendió que varios de los asistentes intervinieran en el debate para discutir la primera de las tesis: la caracterización de la violencia específicamente humana como “crueldad”. Al parecer, sentían la necesidad de que hubiera una violencia humana no cruel, sino justa, benéfica e incluso amorosa. Yo traté de hacerles entender que esa era precisamente la segunda de mis tesis: la necesidad humana de establecer una dicotomía entre la violencia bendita y la maldita, la heroica y la diabólica. Una dicotomía que viene dada por la instauración misma de la ley, de cualquier ley humana.

Aunque me habría gustado asistir a todo el congreso, solo pude hacerlo el primer día. Allí volví a encontrarme con algunos de mis colegas, como Vicente Sanfélix, Jacinto Choza, Antonio de Murcia y los ya citados Elena Nájera, Fernando Pérez Herranz, Juan B. Llinares, Gemma Vicente y Nicolás Sánchez Durá. Además, conocí al conferenciante invitado para la clausura: el filósofo Allan Janik, actualmente profesor en las universidades de Innsbruck y Viena. Aunque no pude asistir a su conferencia, titulada “La guerra como una actividad humana”, Juan B. Llinares me hizo llegar el texto. También me habría gustado escuchar la conferencia de Chantal Maillard (“¿Es posible un mundo sin violencia?”), pero no pudo ser.

Escuché las dos conferencias plenarias del primer día: la inaugural, dada por el filósofo español Reyes Mate y titulada “Guardar silencio o guardar al silencio. Los límites del testimonio”, y la que dio el historiador de origen italiano Enzo Traverso al final de la tarde, sobre “La guerra en el siglo XX”. Reyes Mate habló de algunos de sus temas predilectos: la víctima, el testigo, la justicia como memoria del sufrimiento, etc. Enzo Traverso trató de sintetizar los caracteres fundamentales de las dos Guerras Mundiales y, en general, del ciclo histórico que él mismo ha estudiado como “la guerra civil europea (1914-1945)”.

Además de escucharlos, tuve ocasión de tomarme un café y conversar un rato con ambos conferenciantes, en una hermosa plaza cercana a la Casa Bardín. A Reyes Mate lo conozco y aprecio desde hace muchos años, y me alegró saludarlo de nuevo. Durante el curso 2009-2010, gracias al permiso sabático que me concedió la Universidad de Murcia, coincidí con él en el Instituto de Filosofía del CSIC, del que fue director y en el que ha estado trabajando hasta su reciente jubilación. En cambio, a Enzo Traverso, a quien admiro por sus estudios históricos sobre la Europa del siglo XX, y a quien he dedicado una de mis anotaciones en este cuaderno de notas, no lo conocía personalmente. Y una de mis motivaciones para asistir al congreso era precisamente el poder conocerlo. No me decepcionó lo más mínimo: la persona me pareció tan admirable como el autor.

En la conversación con ellos, pude escuchar cómo Enzo le manifestaba a Reyes su divergencia (una divergencia que volvió a expresar públicamente en la conferencia de la tarde): no estaba de acuerdo en el privilegio concedido a la posición de víctima y, en general, en la adopción de una perspectiva meramente humanitarista a la hora de comprender los grandes conflictos socio-políticos.

Para Traverso, tan importante como la posición de víctima es la posición de combatiente derrotado, es decir, la de aquel que no se limita a sufrir pasivamente la violencia, sino que también puede llegar a ejercerla, en el contexto de un combate entre países, entre clases sociales, entre ideologías políticas. Y no todas las posiciones son equivalentes desde el punto de vista socio-político, ni todas son reducibles a la simple dicotomía que opone al verdugo y a la víctima. La realidad histórica es mucho más compleja y exige una mirada mucho más atenta a los matices, a las diferencias.

Pero lo que más me llamó la atención es que Enzo Traverso planteaba estas objeciones, tanto en privado como en público, con mucha humildad, con mucho respeto, con una exquisita delicadeza moral y una gran perspicacia intelectual. Unas cualidades que se traslucen también en sus libros.

Última actualización: julio_2012 24/07/2012 21:03


La directora del Instituto de Enseñanza Secundaria de Abanilla, Pilar Martínez Lozano, me invitó a dar la lección de clausura del curso académico 2011-2012 en el acto de graduación de los alumnos de Bachillerato de su centro. El acto se celebró el viernes 15 de junio, a las 7 de la tarde, en el Auditorio Municipal.

Todos los años, la Facultad de Filosofía ofrece a los institutos de la Región de Murcia una lista de profesores y profesoras de la Facultad que se ofrecen voluntariamente a dar charlar en los institutos sobre determinados temas de su competencia. Los institutos interesados eligen el tema y el profesor correspondiente y se ponen de acuerdo con él sobre la fecha y hora de la charla. La Facultad se compromete a costear el desplazamiento, con el límite de un profesor por centro. Este programa ha tenido mucho éxito, y todos los años se dan decenas de charlas filosóficas en otros tantos institutos de la Región de Murcia. Yo mismo suelo dar seis o siete charlas cada curso. El tema del que me he ocupado hasta ahora es este: “¿Qué es la globalización? Una reflexión filosófica sobre la historia de la humanidad”.

Sin embargo, la invitación que recibí de la directora del IES de Abanilla no tenía nada que ver con el programa promovido por mi Facultad. Esta vez, se trataba de dar la lección de clausura -sobre el tema que yo quisiera- en el acto de graduación de los chicos y chicas que terminaban sus estudios en el centro. Yo no había intervenido nunca en un acto de este tipo, así que acepté con mucho gusto.

Cuando llegué al Auditorio Municipal, la directora me presentó a la madrina de los jóvenes graduados: Pepa Aniorte, una actriz murciana que se ha hecho célebre tras participar en las series de televisión Los Serrano y Águila roja. Desempeñó muy bien su papel: dio unos cuantos consejos a sus amadrinados, se mostró cariñosa con ellos y se prestó gustosa a las inevitables sesiones de fotos. En la cena posterior, tuve ocasión de hablar largo rato con ella y me pareció una mujer encantadora.

El Auditorio Municipal se fue llenando de jóvenes vestidos para el gran acontecimiento: ellos con traje de chaqueta y corbata, ellas con vestidos muy llamativos y tacones muy altos. Los jóvenes venían acompañados por sus padres y demás familia. Había también una nutrida representación de profesores del instituto. En cambio, no acudió el alcalde ni ninguna otra autoridad municipal, porque los gobernantes del pueblo son muy conservadores y están enfrentados al equipo directivo del instituto, al que consideran muy “rojo”. De hecho, tanto ellos como la asociación de padres y madres del centro han logrado que la directora del instituto, Pilar Martínez Lozano, sea sancionada por la Consejería de Educación.

A pesar de todo, el acto de graduación fue un éxito. Actuó un grupo que combinaba música y poesía. Yo di mi lección de clausura. La madrina dio también una pequeña charla a los graduados y a continuación, con la ayuda de una profesora, impuso las bandas y entregó los diplomas a una veintena de chicos y chicas. Habló también la directora del centro. Y, por último, los recién graduados le hicieron un homenaje a su tutora. El acto concluyó con las sesiones de fotos, las felicitaciones y los abrazos. A la salida, estuve charlando con varias profesoras y padres, algunos de los cuales habían sido alumnos de mi padre, hace ya muchos años, en el instituto de Santomera. La fiesta terminó en uno de los bares del pueblo, con una grata cena a la que asistimos los alumnos recién graduados, los profesores, la madrina y yo.

En cuanto a mi lección de clausura, la resumiré brevemente. Dada la naturaleza del acto de graduación -un rito de paso para chicas y chicos que comienzan a asumir las responsabilidades de la vida adulta, sea como estudiantes universitarios, como trabajadores o como parados-, y dados los tiempos de crisis que padecemos -en los que parece cada vez más necesario exigir también responsabilidades a los poderes políticos y económicos-, decidí hablarles de “El concepto de responsabilidad”. Las ideas principales de mi breve exposición fueron las siguientes:

1. ¿Que es la responsabilidad?

La responsabilidad es una capacidad que los seres humanos nos reconocemos y nos exigimos a nosotros mismos, y que consiste en “responder” a nuestros semejantes. Esta capacidad -que es a la vez una obligación- de responder a los otros, a todos los otros en general y a cada otro en singular, tiene una doble e inseparable cara: por un lado, hemos de responder a lo que ellos nos preguntan o reclaman; por otro lado, hemos de responder de lo que nosotros hacemos o decimos.

Esta capacidad de responder la consideramos como una cualidad específica y exclusivamente humana. Por eso, no le pedimos responsabilidad a un río que se inunda, ni a un perro que nos ataca, pese al daño que puedan causarnos. En cambio, sí se la pedimos a nuestros semejantes, por ejemplo, a las autoridades que no han construido los diques adecuados para contener y encauzar las crecidas del río, o al vecino que es dueño del perro y lo ha adiestrado para que ataque a cualquier extraño.

Solo le pedimos responsabilidad a nuestros semejantes, en efecto, y se la pedimos desde que nacen. Por eso, desde que venimos al mundo, los humanos nos encontramos ante la ineludible obligación de responder. Desde que somos unos diminutos e indefensos bebés, hemos de responder a los otros que nos han precedido en este mundo. Esta “precedencia” de los otros es de tres tipos:

-Precedencia cronológica. Los otros son los que han nacido antes que nosotros, los que han experimentado una cierta duración de la vida y por ello mismo saben y pueden más que nosotros: los antepasados que ya han muerto y han dejado la huella de su paso por este mundo, pero también los adultos que todavía viven, los vecinos, los maestros, los hermanos mayores.

-Precedencia genealógica. Los otros son los progenitores -padres, abuelos, bisabuelos- que no solo nos han precedido cronológicamente, sino que también nos han engendrado genealógicamente, nos han traído a este mundo y nos han transmitido sus rasgos genéticos.

-Precedencia moral. Los otros son los que, además de ser antecesores y/o progenitores nuestros, se han preocupado de criarnos y educarnos, para que también nosotros lleguemos a tener el saber, el poder y la responsabilidad de una persona adulta. Son los que nos han dado la vida, el alimento, la protección, la palabra, el afecto, el conocimiento y la ley. Son los que nos han acogido hospitalariamente y nos han transmitido su legado, pero también los que nos interpelan y nos obligan a responder ante ellos. Y esa doble herencia -la acogida hospitalaria y la exigencia de responsabilidad- es lo que nos constituye como humanos.

Por eso, ya Aristóteles definía al ser humano como un “animal político”, como una criatura que convive con sus semejantes en la polis, en la comunidad política, y comparte con ellos el logos, es decir, una lengua y una ley comunes. Quien vive aislado es un animal o un dios, pero no un ser humano. Y el humano que pretende ocuparse solo de sí mismo es un idiotés, no un ciudadano, no un humano capaz de compartir un mundo común con sus semejantes.

Convivir con otros significa, pues, dos cosas: por un lado, significa compartir con ellos un logos común, es decir, una lengua con la que comunicarnos y una ley con la que regular nuestras relaciones; por otro lado, significa responder ante los otros de lo que hacemos y decimos, y responder no solo verbalmente, por medio de la lengua común y la palabra veraz -que debe atenerse a la realidad de lo ya hecho-, sino también moralmente, por medio de la ley común y la acción correcta -que debe atenerse a la justicia de los compromisos contraídos con respecto al porvenir.

Tras estas consideraciones generales, conviene tener en cuenta las diferentes dimensiones de la responsabilidad. Me limitaré a señalar tres de ellas:

2. Responsabilidad y poder

Hay -o, más bien, debería haber- una relación de proporcionalidad entre el poder y la responsabilidad: por un lado, a quienes tienen o ejercen más poder, se les debe exigir también más responsabilidad; y, a la inversa, a quienes son más responsables y se dejan interpelar por los demás, de les debe reconocer también más autoridad, más representatividad, y por tanto más poder. No se puede pedir la misma responsabilidad a un niño que a un adulto, a un pobre que a un rico, a un débil que a un poderoso. Sin embargo, no es frecuente que se respete este principio de proporcionalidad. Los dos casos extremos de la falta de proporcionalidad: el tirano y el santo. El tirano es el que pretende ejercer un poder absoluto sobre sus semejantes y al mismo tiempo se niega a responder de ese poder ante ellos; por el contrario, el santo es el que se hace responsable de todos los males del mundo, a pesar de que carece del poder necesario para causarlos o para evitarlos.

La democracia es el régimen político que pretende instaurar y preservar la justa proporción entre el poder y la responsabilidad, aunque nunca se logre llegar a un acuerdo definitivo al respecto. En los últimos años se está produciendo una gravísima crisis de la democracia, porque los responsables políticos elegidos por la ciudadanía carecen de poder efectivo -o, más exactamente, han renunciado a ejercerlo en defensa de sus propios electores-, mientras que los llamados “mercados financieros” (los bancos y los fondos de inversión, pero también las agencias de calificación y los organismos reguladores nacionales e internaciones) están ejerciendo un poder casi absoluto sin que hayan sido democráticamente elegidos y sin que tengan que responder de sus acciones ante la ciudadanía.

3. Responsabilidad y tiempo

Nuestra experiencia del mundo, de los otros y de nosotros mismos es una experiencia temporal, configurada por una tríada que está en constante interacción y movimiento: pasado/presente/futuro. Por eso, nuestra experiencia de la responsabilidad está también temporalizada. Atendiendo a esta dimensión temporal, podemos decir que hay dos grandes tipos de responsabilidad:

-Por un lado, la responsabilidad de lo ya hecho, de lo ya acontecido, de las acciones ya realizadas, del irrevocable pasado que ha quedado atrás, a nuestras espaldas, y que sin embargo sigue pesando sobre nosotros, sigue condicionando nuestro presente y nuestro porvenir, sigue guiando nuestros pasos como una herencia imborrable. La responsabilidad por ese pasado está ligada al ejercicio de la memoria: por un lado, memoria de las acciones que merecen ser reprobadas, de las víctimas que exigen justicia, de los verdugos que deben ser castigados, en fin, de todos los que se reconocen culpables, solicitan el perdón y procuran reparar el daño causado; por otro lado, memoria de las acciones que merecen ser elogiadas, de los beneficiarios que rinden público y perdurable homenaje a sus benefactores, y de los homenajeados que manifiestan su orgullo y su gratitud por este reconocimiento. Walter Benjamin fue uno de los pensadores que más lúcidamente señaló el vínculo entre la memoria y la responsabilidad, en sus famosas Tesis de filosofía de la historia.

-Por otro lado, la responsabilidad ante el porvenir, ante las posibles consecuencias de nuestras acciones, ante un futuro imprevisible e incierto que sin embargo depende parcialmente de nosotros mismos, de nuestros deseos e invenciones, de nuestros proyectos y compromisos mutuos. Los padres y los maestros son responsables de la educación de los más jóvenes, pero estos también se hacen responsables de su propio destino en la medida en que eligen un camino u otro. Como decía Aristóteles, “somos hijos de nuestras acciones”, porque nuestro ethos o carácter lo vamos conformando nosotros mismos con nuestras decisiones, con nuestros hábitos de vida. Pero esta responsabilidad ante el porvenir no solo afecta a las relaciones éticas o personales (con los otros y con uno mismo), sino también a las relaciones políticas entre las generaciones: Hans Jonas fue uno de los primeros en hablar del “principio de responsabilidad” en este sentido, para referirse a nuestra responsabilidad hacia las generaciones futuras, una responsabilidad que ha adquirido una relevancia cada vez mayor, debido al inmenso poder tecnocientífico que hemos adquirido y que nos permite alterar nuestras condiciones naturales de vida, desde la biosfera terrestre hasta el genoma humano.

4. Responsabilidad y espacio

Nuestra experiencia del mundo, de los otros y de nosotros mismos no solo está configurada por la secuencia temporal pasado/presente/futuro, sino también por nuestra inserción en diferentes redes y escalas espaciales de interacción social y ecológica. Por eso, la responsabilidad también puede ser modulada en función de esas diferentes redes y escalas de interacción:

-Hay una responsabilidad estrictamente ética o existencial, que tiene que ver con el modo en que vamos modelando nuestro propio ethos o carácter, nuestra propia identidad moral, desde la infancia hasta la vejez. Como he dicho antes, Aristóteles ya dejó escrito en su Ética a Nicómaco que cada uno de nosotros es hijo -al menos en parte- de sus propias acciones, aunque lo sea también de las acciones de los otros e incluso de los azares del mundo.

-Hay otro tipo de responsabilidades que tienen que ver con el modo en que modelamos nuestros vínculos morales con las personas con las que convivimos cotidianamente en los espacios más cercanos de interacción social: la familia, los amigos, los vecinos, los compañeros de trabajo, etc.

-Hay un tercer tipo de responsabilidad que nos corresponde como ciudadanos, es decir, como miembros de una determinada comunidad territorial, que se rige por un cierto conjunto de leyes e instituciones. En nuestro caso, esa comunidad territorial es el Estado autonómico español, estructurado como un conjunto de comunidades autónomas, diputaciones y municipios.

-Pero nuestra responsabilidad no se detiene en las fronteras territoriales del municipio, la diputación, la comunidad autónoma y el Estado-nación, sino que se extiende a otro tipo de comunidades más amplias que se han ido constituyendo en las últimas décadas: desde la Unión Europea, que agrupa a 28 Estados y unos 500 millones de personas, hasta la sociedad global, en la que toda la humanidad viviente se encuentra interconectada a través de redes cada vez más densas de relaciones parentales, económicas, políticas, culturales, tecnológicas y ecológicas.

De hecho, una de las grandes novedades de nuestro tiempo es que estas diferentes escalas de responsabilidad, desde el extremo del yo singular hasta el extremo de la sociedad global, se encuentran estrechamente conectadas entre sí, de modo que las decisiones de nuestra vida personal tienen consecuencias globales (no solo sobre otros seres humanos muy alejados de uno mismo en el espacio y en el tiempo, sino también sobre otros seres vivientes y sobre el conjunto de los procesos físico-químicos de la biosfera), y, a la inversa, los fenómenos globales (sean los de la biosfera terrestre, los de la tecnosfera humana o ambos a un tiempo) pueden tener efectos decisivos sobre nuestra vida personal. Por eso, no podemos dejar de sentirnos interpelados por cuanto le acontece a la Tierra y a la humanidad que la habita, porque de uno u otro modo, en mayor o menor medida, tenemos un cierto poder para influir en el curso del mundo y una cierta responsabilidad de que ese mundo pueda llegar a ser un lugar habitable para todos los seres humanos y para el resto de criaturas vivientes.


Última actualización: julio_2012 23/07/2012 22:14

Derechos de reproducción: Todos los documentos publicados por Antonio Campillo Meseguer en esta web pueden ser reproducidos bajo la licencia Creative Commons

  • julio_2012.txt
  • Última modificación: 2013/07/05 12:22
  • (editor externo)