Septiembre de 2011
Karl Polanyi contra la dictadura del mercado
Los sociólogos Andrés Pedreño y Carlos de Castro, profesores del Departamento de Sociología y Política Social de la Universidad de Murcia, me pidieron que colaborase en un número monográfico de Áreas. Revista internacional de ciencias sociales, coordinado por ellos, cuya publicación está prevista para el próximo año 2012 y cuyo título general es el siguiente: “Sociología económica de la gran transformación neoliberal: la actualidad de la crítica de Karl Polanyi al liberalismo económico”. Así que este verano he estado preparando un artículo sobre Karl Polanyi (1886-1964) y su crítica a la economía política liberal.
Andrés Pedreño y Carlos de Castro ya conocían mi interés por Karl Polanyi, puesto que me he ocupado de él en algunos de mis libros: en Variaciones de la vida humana. Una teoría de la historia (parte II, capítulo 7: “Las relaciones económicas: Karl Marx y Karl Polanyi”), en Contra la Economía. Ensayos sobre Bataille (capítulo 2: “Bataille contra la Economía”) y en El concepto de lo político en la sociedad global (capítulo 7: “El concepto de lo político en la sociedad global”). Pero, hasta ahora, no me había dedicado a analizar críticamente el pensamiento de Karl Polanyi, así que la invitación de Andrés y Carlos ha sido un buen pretexto para escribir un artículo sobre este gran teórico social.
Además, la profunda crisis económica mundial que estamos viviendo desde 2007 ha puesto de manifiesto la gran actualidad del pensamiento de Karl Polanyi y de su crítica a la “utopía del mercado universal autorregulado”. De hecho, en los últimos años se está produciendo un redescubrimiento y una recuperación de la obra de Polanyi. Una de las últimas ediciones estadounidenses de La gran transformación ha sido prologada por Joseph E. Stiglitz, Premio Nobel de Economía y uno de los más conocidos críticos del fundamentalismo neoliberal y de la dictadura del mercado.
Las dos tesis principales de Polanyi -que se remiten entre sí como las dos caras de una misma moneda- son las siguientes: por un lado, la economía debe entenderse en términos “sustantivos” (como la actividad social destinada a obtener de la naturaleza los medios de subsistencia de una sociedad) y no en términos “formales” (como una actividad individual de cálculo de costes y beneficios en un entorno de competencia por unos recursos escasos), y esto quiere decir que es un “proceso institucionalizado”, y, como tal, está “integrado” o entretejido con otras instituciones y actividades sociales (familiares, políticas, culturales, etc.), de modo que no puede ser pensado como un orden natural, universal y autorregulado, independiente de las distintas formas de organización social y capaz de determinarlas desde fuera (es precisamente esta concepción “formal” de la economía y esta “creencia en el determinismo económico” lo que caracteriza a la economía política liberal); por otro lado, el carácter históricamente excepcional, anómalo y autodestructivo del capitalismo liberal, se debe al hecho de que por vez primera en la historia de las sociedades se ha querido imponer la “utopía del mercado universal autorregulado” como un orden no sólo autónomo sino también hegemónico con respecto a todas las otras instituciones sociales.
Tras el crack de la Bolsa de Nueva York en 1929 y la Gran Depresión que sufrieron Estados Unidos y Europa occidental en la década de 1930, Polanyi comprendió que el capitalismo liberal, hegemónico durante todo el siglo XIX, ya no podía seguir manteniéndose, porque la “sociedad de mercado” impuesta a sangre y fuego por los gobiernos liberales de Occidente, y sobre todo la mercantilización ilimitada de lo que él llamó las tres “mercancías ficticias” (la tierra, el trabajo y el dinero), había traído consigo la “autodestrucción” de las estructuras sociales básicas (familiares, políticas, culturales, etc.), sin las cuales no es posible la convivencia humana y, por tanto, tampoco es posible la autorreproducción del propio capitalismo.
Por eso, dice Polanyi, ya en el siglo XIX comenzaron a darse “contramovimientos” que trataban de proteger a la sociedad frente a los estragos causados por la dictadura liberal del “mercado autorregulado”: protección de la mano de obra (mediante el reconocimiento de derechos sociales, laborales y sindicales a los obreros), protección de la tierra (mediante la defensa de los campesinos y de sus productos agropecuarios) y protección de la moneda (mediante la creación de los bancos centrales y la elaboración de políticas monetarias que defendían los intereses nacionales frente a la especulación financiera en el mercado de divisas). Pero todos estos “contramovimientos” no fueron suficientes para evitar la Gran Depresión de la década de 1930, que puso fin a la doctrina liberal del lassez faire et lassez passer y abrió el camino a lo que Polanyi llamó, en su libro del mismo título, La gran transformación (1944).
Ahora bien, ¿en qué consistió esa “gran transformación”? Frente al caduco capitalismo liberal, dice Polanyi, se dieron tres tipos de alternativas: el comunismo marxista-leninista, que triunfa en Rusia en 1917 y que es adoptado como modelo por los partidos comunistas de otros muchos países de Europa y del resto del mundo; el fascismo en sus diferentes variantes (fascismo italiano, nazismo alemán, franquismo español, etc.); y, por último, los gobiernos socialdemócratas y de Frente Popular, que dan los primeros pasos en la construcción del Estado de bienestar (desde el New Deal promovido por el presidente Roosvelt en Estados Unidos hasta el Welfare State promovido por el Partido Laborista británico). Polanyi se muestra muy próximo a esta tercera alternativa, como también lo hará el gran economista británico John M. Keynes (1883-1946). Aunque Polanyi es más radical que Keynes en sus propuestas, pues defiende un socialismo democrático y autogestionario que combine la democracia directa, la planificación económica de los recursos básicos y la utilización limitada de ciertos mecanismos de mercado para conciliar los intereses de los trabajadores y los consumidores.
Para Polanyi, las numerosas guerras, revoluciones y mutaciones geopolíticas que tienen lugar en la primera mitad del siglo XX (las dos guerras mundiales, la guerra civil española, la revolución rusa, la desmembración del imperio austro-húngaro y del imperio otomano, el ascenso de los fascismos, etc.), y que él resume con la expresión “gran transformación”, son la consecuencia de los estragos sociales causados por el capitalismo liberal del siglo XIX. Y no consistieron solo en conflictos entre las diferentes naciones europeas, sino también entre las diferentes clases sociales y entre los diferentes regímenes políticos. Así, en los años treinta, los regímenes liberales que habían vencido a Alemania en la Gran Guerra (sobre todo, Estados Unidos, Inglaterra y Francia) toleraron el ascenso de los regímenes fascistas (de ahí que no apoyasen a la República española), porque los consideraban un “cordón sanitario” (según la expresión de Clemenceau) frente a la amenaza del comunismo soviético; en cambio, a partir de 1939, cuando la Alemania nazi comienza a invadir Austria, Polonia, Francia, etc. (con el apoyo de las otras dos potencias del Eje: Italia y Japón), los gobiernos liberales de Occidente tienen que aliarse con la Unión Soviética para frenar el avance del fascismo por toda Europa y poner fin a la matanza de millones de seres humanos en los campos de exterminio.
Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, se produce un nuevo realineamiento estratégico: se inicia la Guerra Fría (o la Paz Armada) entre dos nuevos bloques económicos, políticos y militares: el Este comunista y el Oeste capitalista. En este nuevo contexto geopolitico, Europa occidental inicia un doble proceso: por un lado, la confederación económica y política de sus Estados (que dará lugar a la Unión Europea); por otro lado, la creación del Estado de bienestar (que pretende conciliar la democracia liberal, la solidaridad nacional y los derechos económicos y sociales de la clase trabajadora). En esta nuevas condiciones, Polanyi pudo hablar en 1947, con toda razón, de la “obsoleta mentalidad de mercado”.
En efecto, durante los “treinta años gloriosos” (1945-1973), tanto en Estados Unidos como en Europa occidental se construye y consolida el Estado de bienestar. Sin embargo, a partir de la segunda mitad de la década de 1970, y sobre todo desde los años 1980, se inicia la gran ofensiva del capitalismo neoliberal, que pretende desmantelar las conquistas sociales del Estado de bienestar, romper el gran pacto entre el capital y el trabajo, evadir impuestos de forma masiva y sistemática (gracias a los paraísos fiscales y a la liberalización de los movimientos de capitales), desproteger el mercado de trabajo (precarizando la mano de obra, facilitando el despido, limitando los derechos sindicales y la negociación colectiva) y, por último, privatizar y mercantilizar todas los ámbitos de la vida social: la banca pública (que ponía el crédito al servicio de los intereses generales), las empresas estratégicas (energía, agua, transportes, comunicaciones, etc.), los recursos naturales (montes, costas, aguas, etc.) e incuso los servicios públicos vitales (sanidad, educación, servicios sociales, etc.).
En estas tres últimas décadas, la “obsoleta mentalidad de mercado” se ha convertido de nuevo en la ideología dominante, y sus estragos económicos, ecológicos, sociales y políticos son de tal alcance que están poniendo en peligro la supervivencia misma de la humanidad: se ha subordinado la economía productiva a la economía especulativa, han aumentado las desigualdades mundiales entre ricos y pobres, se ha acelerado el cambio climático y el expolio de los recursos naturales, se han librado guerras por el control de los recursos energéticos (como el gas y el petróleo) y de otras materias primas, se ha secuestrado la voluntad y la vida de naciones enteras para complacer la codicia ilimitada de los grandes inversores y especuladores, y, por último, se ha deslegitimado a los Estados democráticos por su incapacidad para subordinar la economía a la política y los intereses particulares de las grandes corporaciones a los intereses generales de la ciudadanía.
La grave crisis económica que estamos sufriendo en estos últimos años es una nueva Gran Depresión, cuyas secuelas se harán sentir al menos durante toda una década, y ha puesto de manifiesto una vez más los estragos a los que conduce la “obsoleta mentalidad de mercado”. Lo terrible es que esta crisis no ha provocado todavía un gran “contramovimiento” político que devuelva el protagonismo a la política frente a la economía, es decir, que haga valer la democracia de la ciudadanía frente a la dictadura del mercado.
En estas nuevas condiciones históricas, merece la pena releer a Karl Polanyi y utilizar sus agudos análisis históricos en el actual combate político e intelectual de todos los movimientos emancipatorios contra la dictadura del mercado y contra el fundamentalismo neoliberal que le sirve de sustento ideológico.
Última actualización: septiembre_2011 17/09/2011 23:30
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- Última modificación: 2011/11/15 10:39
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