Junio de 2011

Ya he comentado aquí los estudios de Domenico Losurdo sobre Nietzsche. Losurdo es un filósofo e historiador italiano de orientación intelectual marxista y de filiación política comunista, que actualmente ejerce como profesor de Historia de la Filosofía y como decano de la Facultad de Ciencias de la Formación en la Universidad de Urbino (Italia).

En los años ochenta y noventa del pasado siglo, se especializó en el pensamiento político alemán de los siglos XVIII, XIX y XX, y publicó importantes estudios sobre Kant, Hegel, Marx, Nietzsche y Heidegger, que son obras de referencia para quienes investigan sobre estos autores.

En la última década, se ha centrado en revisar críticamente la historia del liberalismo europeo y estadounidense (por ejemplo, en su libro Il linguaggio dell’Impero. Lessico dell’ideologia americana, Laterza, Roma-Bari, 2007, traducido al español con el título: El lenguaje del imperio. Léxico de la ideología americana, Escolar y Mayo, Madrid, 2008), y también la historia del marxismo (entre otros trabajos recientes, tiene un estudio histórico en el que pretende problematizar la “leyenda negra” sobre Stalin). Su último libro, también de carácter histórico, se titula La non-violenza. Una storia fuori del mito (Laterza, Roma-Bari, 2010). En general, todas sus investigaciones históricas están muy bien documentadas, pero al mismo tiempo tienen una vocación crítica y suelen suscitar polémica, pues Losurdo busca siempre combatir tópicos, prejuicios, mitos, lugares comunes, confrontándolos con los datos que proporciona la investigación histórica más reciente. Además, Losurdo interviene muy activamente en los debates públicos sobre los acontecimientos políticos contemporáneos.

Uno de sus estudios de los últimos años es el libro que voy a comentar brevemente aquí: Controstoria del liberalismo (Laterza, Roma-Bari, 2005), traducido al castellano como Contrahistoria del liberalismo (El Viejo Topo, Mataró (Barcelona), 2007). Es un libro de historia de las ideas políticas, imprescindible para conocer de primera mano quiénes fueron, qué dijeron y qué hicieron los padres fundadores del liberalismo moderno.

El título de “contrahistoria” manifiesta la voluntad del autor de poner en cuestión la historia “hagiográfica” dominante sobre la génesis y desarrollo del liberalismo, en la que este se nos presenta como un movimiento secular que recorre toda la historia del Occidente moderno y que de forma gradual, a partir de una motivación exclusivamente interna de autocorrección permanente, y enfrentándose a sucesivos enemigos externos (desde las viejas monarquías absolutas hasta los nuevos regímenes totalitarios), habría ido ampliando poco a poco el campo de la libertad, incluyendo cada vez más derechos y a más personas, hasta llegar a las democracias liberales actuales.

Losurdo se propone reconstruir la genealogía efectiva del liberalismo, ateniéndose a lo que de hecho dijeron e hicieron sus principales protagonistas. Y lo hace con una abundante y rigurosa documentación histórica. Recorre paso a paso los siglos XVII, XVIII y XIX, aunque concluye con un capítulo titulado “Liberalismo y catástrofe del siglo XX”, donde pone de manifiesto los vínculos poco conocidos entre el racismo liberal y el racismo nazi y fascista. El autor se centra sobre todo en los países considerados como la cuna del pensamiento liberal y de las revoluciones políticas que lo llevaron a la práctica por vez primera (Holanda, Inglaterra y Estados Unidos). Aunque, como contrapunto a los regímenes liberales del mundo anglosajón, Losurdo hace algunas referencias muy relevantes al “radicalismo” de la Francia revolucionaria y de la República de Santo Domingo (la primera colonia latinoamericana que se emancipó y en la que los esclavos negros, que eran la mayoría de la población, se convirtieron por primera vez en ciudadanos).

Y, como resultado de su investigación, lo que Losurdo nos muestra es que los liberales holandeses, ingleses y estadounidenses (desde el holandés Hugo Grocio y el inglés John Locke hasta el francés Alexis de Tocqueville, pasando por los “padres fundadores” de la Declaración de Independencia y de la Constitución estadounidenses), al tiempo que defendían las libertades políticas de las élites propietarias europeas y norteamericanas frente a las viejas monarquías estamentales (la española, la inglesa y la francesa), justificaban abiertamente o toleraban como mal menor la dominación política, la explotación económica, la segregación social, la esclavitud y el genocidio que practicaban esas mismas élites con los indígenas no europeos (africanos, asiáticos y americanos), e incluso con los católicos irlandeses y con los trabajadores desposeídos de las propias metrópolis europeas.

Es lo que Losurdo llama un “parto gemelar”: en los países anglosajones y en sus colonias ultramarinas, nacieron al mismo tiempo, como las dos caras de la misma moneda, el liberalismo político y la esclavitud racial. En otras palabras, los teóricos y revolucionarios liberales de Holanda, Inglaterra y Estados Unidos se sirvieron de un doble y contradictorio discurso para emanciparse de los viejos vasallajes feudales y al mismo tiempo legitimar su dominación colonial sobre los pueblos “bárbaros” y su dominación de clase sobre los desposeídos trabajadores europeos. El resultado es que el liberalismo se convirtió en la doctrina legitimadora de una “democracia para el pueblo de los señores”. Sin esta doble cara del liberalismo (democracia para los señores y dominación para los esclavos, siervos y asalariados sin derechos de ciudadanía), no se entiende la formación y la expansión mundial del capitalismo moderno y de los modernos Estados occidentales.

Por eso, precisamente, tuvieron que surgir nuevos movimientos emancipatorios en los siglos XVIII, XIX y XX (como el movimiento antiesclavista y antisegregacionista, o como los movimientos de independencia de Irlanda, Santo Domingo y las demás colonias europeas, o como el movimiento obrero y socialista), para rechazar la dominación de los amos liberales y reclamar frente a ellos una verdadera emancipación política, económica y cultural de todos los pueblos y de todos los seres humanos. Y fueron precisamente esas luchas -muy largas y a veces muy violentas- las que obligaron a las élites liberales a problematizar sus propios privilegios y a reconocer las exigencias democratizadoras que reclamaban los nuevos movimientos emancipatorios. Y de esa conjunción de discursos, intereses y movimientos sociales contrapuestos (liberalismo, nacionalismo y socialismo), es de donde proceden las democracias liberales actuales, lo que explica también sus contradicciones internas y la contraofensiva lanzada contra ellas por el llamado "neoliberalismo" en las tres últimas décadas, con el objetivo de reconstruir una nueva “democracia para el pueblo de los señores”, constituido ahora por las élites políticas, financieras, empresariales, académicas, mediáticas y culturales de la sociedad global.

Quienes deseen conocer esta última etapa de la historia del liberalismo, la del “neoliberalismo”, pueden leer, entre otros muchos estudios, el libro de David Harvey, Breve historia del neoliberalismo (Akal, Madrid, 2007). Remito también a las reflexiones y referencias que yo mismo aporté en este cuaderno de notas, en abril de 2008, con el título "Locke y el liberalismo".

En cuanto a la dominación patriarcal, Losurdo no se ocupa de ella en el libro, la menciona muy de pasada e incluso la relativiza, al señalar que las mujeres ricas y de piel blanca que eran defensoras de la emancipación femenina no sufrían, a pesar de todo, el mismo doloroso destino que las mujeres pobres y de piel morena. Llama la atención esta carencia en el libro de Losurdo, a pesar de los numerosos estudios que han puesto de manifiesto la estructura patriarcal del liberalismo moderno, como el ya clásico de Carole Pateman, El contrato sexual (Anthropos, Barcelona-México, 1995). El hecho de que Losurdo no se tome en serio la relevancia política de la dominación sexual es un índice claro de las limitaciones de su investigación histórica, que, a pesar de sus evidentes aciertos, sigue siendo excesivamente deudora del marxismo.

Losurdo concluye su libro subrayando tres importantes ideas:

-En primer lugar, la dialéctica histórica del liberalismo, que por un lado predica la libertad y por otro lado introduce “cláusulas de exclusión” que justifican la dominación, la esclavitud, la guerra e incluso el genocidio.

-En segundo lugar, la capacidad que ha tenido el liberalismo para adaptarse a los tiempos y transformarse a sí mismo, aunque las transformaciones se le hayan impuesto desde fuera, por los movimientos políticos y sociales a los que ha combatido duramente.

-Por último, “el liberalismo ha sabido aprender de su antagonista (la tradición de pensamiento que, partiendo del “radicalismo” y pasando a través de Marx, desemboca en las revoluciones que, de distintas maneras, se remiten a él) mucho más de cuanto su antagonista haya sabido aprender del liberalismo” (p. 339). Sobre todo, no ha sabido aprender del liberalismo el segundo de sus puntos fuertes (además de su capacidad de adaptación): “el problema decisivo de la limitación del poder”. “Y, sin embargo, por difícil que pueda resultar tal operación para aquellos que están empeñados en superar las cláusulas de exclusión del liberalismo, asumir la herencia de esta tradición de pensamiento es una tarea absolutamente ineludible” (p. 340).

En resumen, Losurdo reconoce que el liberalismo ha aprendido del marxismo (y el resultado serían las democracias liberales y los Estados de bienestar posteriores a la Segunda Guerra Mundial) y plantea que el marxismo debe aprender, a su vez, del liberalismo. Pero esto último, que Losurdo propone al comunismo actual como una tarea, es lo que han venido defendiendo desde el siglo XIX las diversas tradiciones del socialismo democrático y no marxista, tanto las de orientación libertaria como las de orientación socialdemócrata. Pero el marxismo-leninismo se propuso acabar violentamente con unas y con otras, y el resultado fueron los partidos y regímenes comunistas del siglo XX. Por eso, combatir la “leyenda negra” de Stalin, como hace Losurdo en uno de sus últimos libros, me parece un esfuerzo políticamente tan inútil y tan descaminado como el de muchos sedicentes liberales actuales que se empeñan en reivindicar la actualidad de sus clásicos, a pesar de que eran colonialistas, esclavistas, clasistas y sexistas.

Como ya he expuesto en Variaciones de la vida humana. Una teoría de la historia y en El concepto de lo político en la sociedad global, no podemos seguir atrapados en la vieja confrontación entre las tres grandes ideologías políticas de los siglos XIX y XX (liberalismo, marxismo y nacionalismo), que por otra parte compartían muchas cosas en común, como su sexismo, su eurocentrismo, su fe ciega en la tecnociencia y en el progreso moral de la humanidad, etc. Debemos dotarnos de otras categorías y de otras prácticas políticas para hacer frente a los grandes problemas del siglo XXI. Debemos orientarnos más bien hacia la construcción de una democracia cosmopolita basada simultáneamente en la justicia social, la paridad sexual, el pluralismo cultural y la sostenibilidad ambiental.

Última actualización: junio_2011 13/08/2011 11:35


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